17,30 – El Papa en Albania: 'He tocado a dos mártires'

El Santo Padre improvisa unas palabras: Hay de nosotros si buscamos otra consolación fuera del Señor. Ellos no se vanaglorian porque el Señor los hacía ir adelante

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En la catedral de Tirana, a continuación del testimonio del anciano sacerdote y de la religiosa estigmatina, el Santo Padre encabezó el rezo de las Vísperas.

Concluida la oración el santo padre Francisco puso de lado el discurso preparado y se lo dejó al obispo para que después se los diera, e improvisó algunas palabras. 

Citando el texto de las vísperas dijo:

En estos dos meses me he preparado para esta visita, leyendo la historia de la persecución en Albania y para mi fue una sorpresa, no imaginaba que vuestro pueblo hubiera sufrido tanto. Y después hoy en la calle desde el aeropuerto hasta la plaza, todos esas fotos. Se ve que este pueblo conserva la memoria de estos mártires que han sufrido tanto. 

Pueblo de mártires, y al inicio de esta celebración he tocado a dos. Lo que puedo decirles es lo que ellos dijeron con su vida, con sus palabras simples. Contaban las cosas con una simplicidad y con tanto dolor. Y nosotros podemos preguntarles, ¿cómo hicieron para sobrevivir a tanta tribulación? Y nos dirán esto que hemos escuchado en esta frase en la segunda frase del libro de los Corintos: «Dios es Padre misericordios y Dios de toda consolación. Ha sido él que nos ha consolado», con esta simplicidad. 

Ellos han sufrido demasiado, físicamente, psíquicamente esta angustia de la incerteza: si serían fusilados o no… Y vivían así, con aquella angustia. Y el Señor les consolaba. Pienso a Pedro en la cárcel con las cadenas. Toda la Iglesia rezaba por él. El Señor consoló a Pedro. En los mártires y a estos dos que hemos escuchado hoy, el Señor les consoló porque había gente en la Iglesia, en el pueblo de Dios, tantas viejitas santas y buenas, tantas monjas de clausura que rezaban por ellos. , personas y ancianas rezaban por ellos.

Este es el misterio de la Iglesia, cuando la Iglesia le pide al Señor que consuele a su pueblo, lo consuela ampliamente y también escondidamente. Consuela en la intimidad del corazón, y consuela con la fortaleza.

Ellos, estoy seguro, no se vanaglorian de lo que han vivido porque saben que el Señor les hacía ir hacia adelante. Pero nos dicen algo: que para nosotros que fuimos llamados por el Señor para seguirlo de cerca, la única consolación es Él

Ay de nosotros si buscamos otra consolación. Ay de los sacerdotes, religiosos, religiosas, novicias, consagrados cuando buscan consolaciones lejos del Señor. Hoy no quiero apalearlos, o quiero ser el verdugo, pero sepan que si buscan consolaciones en otra parte no serán felices.

Más aún, no podrán consolar a nadie porque tu corazón no estuvo abierto a la consolación del Señor. Y concluyo, como dice el gran Elías al pueblo de Israel: rengueando con las dos piernas.

‘Sea bendito Dios Padre, Dios de toda consolación, el cual nos consuela en cada tribulación nuestra, para que podamos consolar también a aquelos que se encuentran el cualquier tipo de alficción, con la consolación con la cual fuimos consolados nosotros mismos, por Dios’. 

Es lo que han hecho estos dos, sin pretensiones, sin vanagloriarse, dándonos el servicio de consolarnos. Aunque digan ‘somos pecadores’, más aún: ‘Pecadores pero el Señor estuvo con nosotros’. Este es el camino, no desanimarse. Disculpen si les uso hoy como ejemplo, porque cada uno tiene que ser ejemplo para los otros. Y vayamos a casa pensando: hoy hemos tocado a mártires. 

El texto escrito que estaba preparado y que les dejó para que lo lean después es el siguiente:

«Queridos hermanos y hermanas: 

Me alegro de poder tener este encuentro con ustedes en su querida tierra; doy gracias al Señor y les agradezco a todos su acogida. Así les puedo expresar mejor mi apoyo a su tarea evangelizadora.

Cuando su país salió de la dictadura, las comunidades eclesiales se pusieron en marcha de nuevo y reorganizaron la acción pastoral, afrontando con esperanza el futuro. Quiero expresar especialmente mi reconocimiento a aquellos pastores que pagaron un alto precio por su fidelidad a Cristo y por su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro. Fueron valientes ante las dificultades y las pruebas. Todavía se encuentran entre nosotros sacerdotes y religiosos que sufrieron cárcel y persecución, como la hermana y el hermano que han compartido su propia experiencia. Los abrazo conmovido y alabo a Dios por su fiel testimonio, que estimula a toda la Iglesia a seguir anunciando el Evangelio con alegría.

A partir de esta experiencia, la Iglesia en Albania puede crecer en espíritu misionero y en entrega apostólica. Conozco y valoro cómo se oponen decididamente a las nuevas formas de “dictadura” que amenazan con esclavizar a los individuos y a las comunidades. Si el régimen ateo intentaba acabar con la fe, estas dictaduras, de forma más encubierta, pueden hacer desaparecer la caridad. Me refiero al individualismo, a la rivalidad y a los enfrentamientos exacerbados: es una mentalidad mundana que puede contagiar también a la comunidad cristiana. No se desanimen ante estas dificultades, no tengan miedo de mantenerse en el camino del Señor. Él está siempre a su lado y los asiste con su gracia para que se apoyen unos a otros, para que sean comprensivos y misericordiosos y acepten a cada uno como es, para que cultiven la comunión fraterna.

La evangelización es más eficaz cuando cuenta con iniciativas compartidas y con una sincera colaboración entre las diversas realidades eclesiales y entre los misioneros y el clero local: esto requiere determinación para no cejar en la búsqueda de formas de trabajo común y de ayuda recíproca en los campos de la catequesis, de la educación católica, así como en la promoción humana y en la caridad. En estos ámbitos, es valiosa también la aportación de los movimientos eclesiales, dispuestos a planificar y trabajar en comunión con sus Pastores y entre ellos. Es lo que veo aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, una Iglesia que quiere caminar en fraternidad y en unidad.

Cuando el amor a Cristo está por encima de todo, incluso de las legítimas exigencias particulares, entonces es posible salir de uno mismo, de nuestras “minucias” personales y grupales, y salir al encuentro de Jesús en los hermanos; sus llagas son todavía visibles hoy en el cuerpo de tantos hombres y mujeres que tienen hambre y sed, que son humillados, que están en la cárcel o en los hospitales. Y precisamente tocando y sanando con ternura esas llegas, es posible vivir en profundidad el Evangelio y adorar a Dios vivo en medio de nosotros.

¡Son muchos los problemas que se presentan cada día! Todos ellos los estimulan a lanzarse con pasión a una generosa actividad apostólica. Sin embargo, sabemos que nosotros solos no podemos hacer nada: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1). Esta certeza nos invita a dar cada día el espacio debido al Señor, a dedicarle tiempo, a abrirle el corazón, para que actúe en nuestra vida y en nuestra misión. Lo que el Señor promete a la oración confiada y perseverante supera cuanto podamos imaginar (cf. Lc 11,11-12): además de lo que pedimos, nos da también el Espíritu Santo. La dimensión contemplativa es así indispensable en medio de los compromisos más urgentes e importantes. Cuanto más nos llama la misión a ir a las periferias existenciales, más siente nuestro corazón la íntima necesidad de estar unido al de Cristo, lleno de misericordia y de amor.

Y teniendo en cuenta que aún se necesitan más sacerdotes y consagrados, el Señor les repite también hoy a ustedes: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38). No podemos olvidar que esta oración está precedida por una mirada: la mirada de Jesús que ve la abundancia de la cosecha. ¿Tenemos también nosotros esta mirada? ¿Sabemos reconocer la abundancia de los frutos que la gracia de Dios ha hecho crecer y la labor
que hay que hacer en el campo del Señor? De esta mirada de fe sobre el campo de Dios, nace la oración, la petición cotidiana e insistente al Señor por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Ustedes, queridos seminaristas, y ustedes, queridos postulantes y novicios, son fruto de esta oración del pueblo de Dios, que siempre precede y acompaña su respuesta personal. La Iglesia de Albania tiene necesidad de su entusiasmo y de su generosidad. El tiempo que hoy dedican a una sólida formación espiritual, teológica, comunitaria y pastoral, dará fruto oportuno en su futuro servicio al pueblo de Dios. La gente, más que maestros, busca testigos: testigos humildes de la misericordia y de la ternura de Dios; sacerdotes y religiosos configurados con Cristo Buen Pastor, capaces de comunicar a todos la caridad de Cristo.

En este sentido, junto a ustedes y a todo el pueblo de Albania, quiero dar gracias a Dios por tantos misioneros y misioneras, cuya acción ha sido determinante para que la Iglesia resurja en Albania y todavía hoy sigue teniendo gran relevancia. Ellos han contribuido notablemente a consolidar el patrimonio espiritual que obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos albaneses conservaron en medio de durísimas pruebas y tribulaciones. Pensemos en el gran trabajo hecho por los institutos religiosos para el relanzamiento de la educación católica: este trabajo merece reconocimiento y apoyo.

Queridos hermanos y hermanas, no se desanimen ante las dificultades; siguiendo las huellas de sus antepasados, den testimonio de Cristo con perseverancia, caminando “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda”. En este camino, siéntanse siempre acompañados y sostenidos por el afecto de toda la Iglesia. Les agradezco de corazón este encuentro y encomiendo a cada uno de ustedes y a sus comunidades, sus proyectos y esperanzas a la Santa Madre de Dios. Los bendigo afectuosamente y les pido, por favor, que recen por mí».

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ZENIT Staff

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