78ª Asamblea Plenaria del episcopado colombiano: alocución inaugural del cardenal Rubiano

BOGOTÁ, jueves, 3 febrero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos íntegramente la intervención que pronunció el cardenal Pedro Rubiano Sáez, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, en la apertura de la 78ª Asamblea Plenaria del organismo el pasado lunes.

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CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA
LXXVIII ASAMBLEA PLENARIA

(Bogotá, D.C., 31 de enero al 4 de febrero de 2005)

ALOCUCIÓN INAUGURAL
DEL EMINENTÍSIMO SEÑOR CARDENAL
PEDRO RUBIANO SÁENZ
ARZOBISPO DE BOGOTÁ, PRIMADO DE COLOMBIA
PRESIDENTE
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

SALUDO

Invocando la protección de Dios y las luces del Espíritu Santo, iniciamos la Septuagésima Octava Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Colombia.

Saludo con especial afecto y gratitud al Excelentísimo Señor Nuncio Apostólico Monseñor Beniamino Stella, bondadoso amigo y generoso colaborador del Episcopado, que hace presente entre nosotros al Santo Padre Juan Pablo II, sacramento de unidad de la Iglesia.

Mi saludo fraternal a los Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos. Agradezco la presencia de los invitados especiales que testimonian su afecto y comunión con la Iglesia, de manera particular a los representantes del Consejo Episcopal Latinoamericano – CELAM y a los miembros de la Junta Directiva de la CRC.

También agradecemos a los representantes de los medios de comunicación su preocupación y el interés por llevar a todo el país las buenas nuevas de nuestra Asamblea Plenaria.

Miramos con optimismo y esperanza este año de gracia. El encuentro con el Santo Padre con ocasión de la Visita ad Limina en el 2004, nos estimula y su palabra nos orienta.

Asumimos como Pastores nuestro compromiso de promover y celebrar el Año de la Eucaristía, necesidad vital para nuestra fe. De manera especial la celebración eucarística del Domingo, Día del Señor, celebración cristiana de la alegría y de la fiesta (DD 55-58), descanso del trabajo y espacio para la oración y la contemplación. La Eucaristía tiene que ser el centro de nuestros planes y opciones pastorales y por lo tanto debemos renovar nuestro empeño de una cuidadosa catequesis sobre el Día del Señor y la celebración de la Eucaristía. Así, nos preparamos desde nuestra realidad para participar en el próximo Sínodo que clausurará este año de la Eucaristía.

También en este año continuamos la preparación de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que, Dios mediante, se realizará en el primer semestre del 2007 y que nos compromete en una renovada y dinámica evangelización. Durante la XXX Asamblea Plenaria del CELAM que tendrá lugar en Lima del 17 al 23 de mayo de este año, celebraremos las Bodas de Oro del Consejo Episcopal Latinoamericano, creado con ocasión de la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Río de Janeiro en 1955 y la apertura del año dedicado a Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

TEMAS DE LA ASAMBLEA

En esta Asamblea Plenaria, el Episcopado Colombiano tratará fundamentalmente tres temas:

–El Proyecto de reorganización de la Conferencia Episcopal y del Secretariado Permanente,
–El estudio de la realidad de la Iglesia en Colombia, y
–El análisis de la situación del País en aspectos que reclaman especial atención y respuesta pastoral.

1. PROYECTO DE REORGANIZACIÓN DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

El proyecto de reorganización y actualización de la Conferencia Episcopal responde a la necesidad sentida de adecuar las estructuras y organismos de la Conferencia a las exigencias de la Comunión y Participación, de la Colegialidad afectiva y efectiva, y de la Unidad entre todos los Obispos.

“Los Obispos, en cuanto se los permita el desempeño de su propio oficio, deben colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro a quien particularmente se ha encomendado el oficio de propagar la religión cristiana” (L.G. 23).

El mundo ha experimentado cambios grandes y profundos que no podremos asimilar y enfrentar sino en la medida en que privilegiemos con espíritu colegial la unidad de nuestro Episcopado y nos preparemos con visión de futuro, con la responsabilidad que nos exige el Evangelio, con nuevo ardor, con nuevos métodos y nuevas expresiones.

Cada vez son más y más complejos, los asuntos que reclaman nuestra atención pastoral y corresponde a la Conferencia Episcopal idear y concretar los mecanismos y los procedimientos que faciliten al Obispo en su Iglesia Particular responder y orientar adecuadamente a los fieles que el Señor ha confiado a su cuidado de Pastor y de Buen Samaritano.

Nuestra Conferencia en el 2008 conmemorará un siglo de existencia, durante estos cien años, sin interrupción, ha hecho un proceso de creatividad, organización, consolidación y servicio a la Iglesia, que merece nuestro respeto y credibilidad.

Los documentos y las realizaciones, en el transcurso de un siglo, han ido conformando la estructura y la capacidad de servicio al Señor y al Evangelio en el acompañamiento y estímulo a los Señores Obispos en el desempeño de su misión, como sucesores de los Apóstoles.

En esta Asamblea asumimos nuestro compromiso en el trabajo colegial para introducir los cambios que sean necesarios y así, consolidar la credibilidad de nuestra Conferencia Episcopal y asegurar, mayor eficacia en nuestra misión evangelizadora.

2. ESTUDIO DE LA REALIDAD DE LA IGLESIA EN COLOMBIA

Nos proponemos analizar la realidad de nuestra acción pastoral en la Iglesia en Colombia, con objetividad, humildad, y con creatividad hacer la proyección de nuestro servicio y compromiso pastoral.

La Nueva Evangelización, asumida en los proyectos pastorales de las Jurisdicciones Eclesiásticas, exige referencia permanente a la situación concreta de los destinatarios de nuestra acción pastoral y a los problemas y desafíos que enfrentan las comunidades que nos han sido encomendadas.

Hay fenómenos y situaciones como la ignorancia religiosa, la proliferación de sectas, la globalización, el pluralismo cultural y religioso, la movilidad humana, el empobrecimiento, el influjo de los medios de comunicación, la presencia y la acción de la mujer en la Iglesia, la pérdida de valores cristianos, el relativismo moral, que obligan a precisar los objetivos y los programas que se deben privilegiar en las Comisiones Episcopales y en los Departamentos del Secretariado Permanente del Episcopado.

La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, nos señala que es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. “Es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (G. et S. 4).

Es conveniente que tengamos presente la palabra del Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte: “Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano” (NMI. 51).

3. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN DEL PAÍS

A la luz de la fe también enfocamos los acontecimientos y situación del País. A nosotros, Pastores, nos corresponde anunciar la verdad del Evangelio, denunciar los hechos ambiguos, las verdades a medias y proclamar que Jesucristo es el Señor de la historia, Él es la Verdad y la Vida y que en Él ponemos toda nuestra confianza.

a) EL VALOR DE LA VIDA

Nos preocupan todos los atentados contra la vida humana. El “Evangelio de la Vida” constituye el núcleo central de la Misión de Cristo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10).

Es preocupante observar cómo se va perdiendo el valor, el sentido y el respeto por la vida, no sólo entre quienes se marginan de la ley para delinquir, sino entre quienes, por su responsabilidad en la sociedad, están llamados a velar por el orden y el bienestar.

Nosotros, por fidelidad al Señor y por nuestro compromiso con la Iglesia, afirmamos en forma positiva que la vida es un don de Dios y que nadie puede arrogarse el derecho sobre la vida humana, y por consiguiente, no podemos callar ante los atropellos a la vida humana, y ante todo lo que viole su integridad y lo que ofenda su dignidad (Cf. EV. 3).

“El hecho de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida es, al mismo tiempo, un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral. Opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables. La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores a realizar estos actos contra la persona, deformando así su rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la dignidad de quienes la ejercen. En este contexto cultural y legal, incluso los graves problemas demográficos, sociales y familiares, que pesan sobre numerosos pueblos del mundo y exigen una atención responsable y activa… se encuentran expuestos a soluciones falsas e ilusorias, en contraste con la verdad y el bien de las personas y de las naciones” (EV. Nº 4).

Preocupa que mientras son tan graves y notorias las deficiencias en el campo de la salud, se cierran hospitales y un porcentaje alto de colombianos no tiene acceso a la seguridad social, se avance en la manipulación genética.

En cuanto a la Clonación, surge la pregunta ¿Estará el Estado en capacidad de asumir los altos costos de la investigación o los dejará en manos de la empresa privada? ¿El Congreso de la República tendrá en cuenta las reservas de carácter ético planteadas no sólo por la Iglesia sino también por Universidades y centros de investigación científica?

La Iglesia alienta y promueve la investigación científica en beneficio de la humanidad, en los campos de la medicina y la biología, pero en un marco de respeto a la dignidad del ser humano. Los avances de la ciencia y de la tecnología deben garantizar el respeto a la vida, primero y fundamental derecho de todo ser humano, desde el momento mismo de la concepción.

En este mismo sentido, la Iglesia alienta y estimula a los científicos para que continúen la búsqueda y la investigación con miras a librar la humanidad del terrible flagelo del SIDA.

La Iglesia, continuará haciendo lo que le es propio: formar para que la persona se comporte de acuerdo con su dignidad y obre en conciencia, por consiguiente, propone una adecuada educación sexual a partir de la familia, que debe ser complementada por las instituciones educativas a quienes la familia confía la continuidad de una sana formación de sus hijos. Debemos insistir en la afirmación de los valores humanos y cristianos que dignifican la persona, para que niños y jóvenes tengan un desarrollo armónico y se valoren como personas y actúen con rectitud.

En el tema de la sexualidad, no se puede caer en el engaño ni en la banalidad, es fundamental la responsabilidad en relación con la vida, con el otro y con la comunidad. El creyente debe manejar su sexualidad en coherencia con la fe que dice profesar y que da la certeza, que la fuerza de la gracia de Dios actúa en la debilidad.

Hago un llamado cordial a los legisladores, representantes en el Congreso de la República de un pueblo mayoritariamente creyente, para que prevalezca en ellos la sensatez y el respeto a la vida en la consideración de propuestas como el aborto, la eutanasia y la unión de parejas del mismo sexo, equiparándolas a la familia.

El Santo Padre afirma con valentía que el siglo pasado será considerado como una época de ataques masivos, en una “conjura contra la vida” que ve implicadas incluso a instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar campañas de difusión de la anticoncepción, de la esterilización y del aborto” (Cf. EV., 17).

b) PASTORAL DE LA PAZ: CONFLICTO, SECUESTRO, INTERCAMBIO HUMANITARIO

La Iglesia seguirá colaborando en la construcción de una Colombia en paz, con verdad, justicia y reconciliación.

La situación de injusticia social, exclusión, pobreza, desplazamiento y secuestro, manifiesta la gravedad de la crisis humanitaria que enfrenta el País, la exhortación del Apóstol San Pablo, retomada por el Papa Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz en este año, es un argumento más para perseverar en este empeño “no te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rm. 12,21).

Quienes tienen la responsabilidad del destino de los pueblos, deben tener presente que la interdependencia de las naciones, la dinámica de la globalización, generan obligaciones en la búsqueda del bien común, no sólo respecto de los habitantes de sus países, sino de los miembros de la familia humana “el bien de la humanidad entera, incluso el de las futuras generaciones exige una verdadera cooperación internacional con el aporte de cada Nación” (SS Juan Pablo II, Mensaje Jornada Mundial por la paz, 1º de enero, 2005).

La Organización de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, tienen una misión, que encuentra un escenario digno de su atención y servicio en la crisis humanitaria de los colombianos. La Iglesia en Colombia reconoce las gestiones realizadas y exhorta a estas organizaciones, como a los gobernantes de la comunidad internacional, para que cooperen, en la respuesta que debemos dar con verdad, justicia y reconciliación al desafío de construir el País que anhelamos.

La historia, las dificultades y el destino común de los pueblos bolivarianos, nos imponen mirar el presente con objetividad, también con serenidad y magnanimidad, que nos comprometen en la búsqueda de aproximaciones y de salidas sensatas a las tensiones existentes y a promover la justicia y la paz.

En el 2010 celebraremos el Bicentenario de la Independencia. Es una meta que los colombianos nos debemos fijar con el compromiso de todos en la construcción de la paz. Será un tiempo de gracia que con la ayuda del Señor y la voluntad de todos los colombianos se nos ofrece para que podamos hacer realidad el sacrificio de los Libertadores que soñaron con una Patria libre y en paz.

Nuestro compromiso con el Evangelio nos mueve a exclamar proféticamente:

¡Es hora de silenciar los fusiles y de poner en marcha actos sinceros y reales de paz, en el ámbito local, nacional e internacional y en todos los estamentos, el Ejecutivo, el Legislativo, las Fuerzas Militares y de Policía, la clase empresarial, el mundo obrero y todos los ciudadanos¡

¡Es hora de los Legisladores que teniendo en el horizonte el bien de la Patria, definan un marco jurídico, que posibilite la restauración de las relaciones resquebrajadas por un conflicto que supera medio siglo; que le aporten al País una ley de verdad, justicia, reparación, que tenga en cuenta el dolor de las víctimas y que también abra caminos para la rehabilitación de los victimarios ante la historia y la sociedad!

El pensamiento social de la Iglesia recuerda que las víctimas del conflicto no pueden ser olvidadas. El perdón cristiano posibilita que antiguos agresores y víctimas puedan llegar a reconciliarse para vivir en paz y hacer realidad un proyecto común de una Patria en donde todos, como hijos de Dios, vivamos como hermanos.

¡Es h
ora de llegar a un acuerdo humanitario
que sirva para iniciar un proceso de negociación y de paz entre el Gobierno y las FARC-EP, y esta hora no se debe dilatar!

SOLIDARIDAD Y PARTICIPACIÓN: GRANDES TRAGEDIAS

Ante el sufrimiento de tantas personas y pueblos por los efectos de los fenómenos naturales, no sólo debemos fijar la mirada en nuestros conciudadanos afectados especialmente por el invierno, sino que también tenemos que expresar nuestra solidaridad con las víctimas de las grandes tragedias que arrasaron con poblaciones enteras por el maremoto y el Tsunami. No es suficiente manifestar con palabras los sentimientos de cercanía ante tanto dolor, es necesario hacer efectivo el espíritu de colaboración, por eso la Conferencia Episcopal convoca a la solidaridad de los colombianos con esos pueblos, que son también nuestros hermanos, y pedimos que la colecta de la Campaña de la Comunicación Cristiana de Bienes de esta próxima Cuaresma, la destinemos, a ayudar a los damnificados de este desastre, como un signo de fraternidad y de cercanía, dando así testimonio de nuestra fe con la solidaridad y espiritualidad del Buen Samaritano.

Ante estas circunstancias dolorosas, reavivemos la memoria de las tragedias que hemos sufrido en Colombia, entre otras, la de Popayán por el terremoto, la de Armero por la avalancha del Nevado del Ruiz y por el sismo que afectó gravemente el Eje Cafetero, cuando los colombianos experimentamos la solidaridad generosa de muchos pueblos y naciones.

Invocamos el auxilio del Espíritu Santo, para que, reavive en nosotros sus dones, para servir con entusiasmo y perseverancia al Señor Jesucristo en las comunidades eclesiales que Él nos ha encomendado.

Ponemos nuestro trabajo en el corazón y en las manos de María, la Madre del Señor y la Reina de los Apóstoles, que Ella nos acompañe en nuestro servicio a la Iglesia en Colombia y en la construcción de la verdadera paz que el País y todos nosotros anhelamos.

+ Pedro Card. Rubiano Sáenz
Arzobispo de Bogotá
Presidente de la Conferencia Episcopal

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ZENIT Staff

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