8,00 Francisco en la Mezquita: un llamado al respeto y amor fraterno

‘Nadie instrumentalice la violencia en el nombre de Dios’

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Con algunos minutos de anticipación sobre el programa, hacia las 8 horas de la mañana, el santo padre Francisco inició este lunes su último día de peregrinación en Tierra Santa visitando la mezquita de la Roca, Al-aqsa, aquella con la cúpula dorada que es muy famosa en las fotos de Jerusalén.

A la entrada se quitó los zapatos como indica la tradición para poder visitar este lugar de culto, sin aceptar ayuda.

Con él estaba también el exponente musulmán de argentina, el jeque Omar Ahmed Abboud, amigo del Papa. En el viaje le acompañó tambien el rabino Abrahán Skorka pero que en ese momento le esperaba en el Muro de los Lamentos; ellos trabajaron con Bergoglio en Argentina favoreciendo el diálogo ecuménico y demostrando que la amistad entre personas de diversas religiones se mantiene en el tiempo y se incrementa. 

Recibido en el interior del edificio del Gran Consejo, ubicado en la explanada de las mezquitas, el gran muffí musulmán en el discurso de bienvenida expuso las dificultades, y reivindicó sus derechos especialmente ante sus vecinos de Israel. “Pedimos a su santidad con su autoridad moral interceda para que se ponga termino a estas prácticas violentas e injustas contra los musulmanes”, concluyó.

Una segunda autoridad, del consejo supremo musulmán, responsable de la custodia de esta mezquita que según la tradición fue el lugar en que Mahoma fue llevado al cielo, tras darle la bienvenido en nombre de todos, utilizó tonos más moderados y concluyó que la paz no llegará si no se produce el final de la ocupación de Israel en los territorios.

El discurso era en idioma árabe y un sacerdote franciscano, Silvio de la Fuente, compatriota del Papa, le traducía simultáneamente.

Discurso del Santo Padre

Excelencia, queridos amigos Musulmanes:

Me complace poder encontrarme con ustedes en este lugar sagrado. Les agradezco de corazón la cortés invitación que me han dirigido y, en particular, le doy las gracia a Usted, Excelencia, y al Presidente del Consejo Supremo Musulmán.

Siguiendo las huellas de mis Predecesores y, sobre todo, la luminosa estela dejada por el viaje de Pablo VI, hace ya cincuenta años –el primer viaje de un Papa a Tierra Santa–, he tenido mucho interés en venir como peregrino a visitar los lugares que han visto la presencia terrena de Jesucristo. Pero mi peregrinación no sería completa si no incluyese también el encuentro con las personas y comunidades que viven en esta Tierra, y por eso, me alegro de poder estar con Ustedes, Amigos Musulmanes.

En este momento me viene a la mente la figura de Abrahan, que vivió como peregrino en estas tierras. Musulmanes, cristianos y judíos reconocen a Abrahan, si bien cada uno de manera diferente, como padre en la fe y un gran ejemplo a imitar. Él se hizo peregrino, dejando a su gente, su casa, para emprender la aventura espiritual a la que Dios lo llamaba.

Un peregrino es una persona que se hace pobre, que se pone en camino, que persigue una meta grande apasionadamente, que vive de la esperanza de una promesa recibida (cf.Hb11,8- 19). Así era Abrahán, y ésa debería ser también nuestra actitud espiritual. Nunca podemos considerarnos autosuficientes, dueños de nuestra vida; no podemos limitarnos a quedarnos encerrados, seguros de nuestras convicciones. Ante el misterio de Dios, todos somos pobres, sentimos que tenemos que estar siempre dispuestos a salir de nosotros mismos, dóciles a la llamada que Dios nos hace, abiertos al futuro que Él quiere construir para nosotros.

En nuestra peregrinación terrena no estamos solos: nos encontramos con otros hermanos, a veces compartimos con ellos un tramo del camino, otras veces hacemos juntos una pausa reparadora. Así es el encuentro de hoy, y lo vivo con particular gratitud: se trata de un agradable descanso juntos, que ha sido posible gracias a su hospitalidad, en esa peregrinación que es nuestra vida y la de nuestras comunidades. Vivimos una comunicación y un intercambio fraterno que pueden reponernos y darnos nuevas fuerzas para afrontar los retos comunes que se nos plantean.

De hecho, no podemos olvidar que la peregrinación de Abrahán ha sido también una llamada a la justicia: Dios ha querido que sea testigo de su actuación e imitador suyo. También nosotros quisiéramos ser testigos de la acción de Dios en el mundo y por eso, precisamente en este encuentro, oímos resonar intensamente la llamada a ser agentes de paz y de justicia, a implorar en la oración estos dones y a aprender de lo alto la misericordia, la grandeza de ánimo, la compasión.

Queridos amigos, desde este lugar santo lanzo un vehemente llamamiento a todas las personas y comunidades que se reconocen en Abrahán:

Respetémonos y amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas. Aprendamos a comprender el dolor del otro. Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia. Trabajemos juntos por la justicia y por la paz.

¡Salam!

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ZENIT Staff

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