A nivel teológico, católicos y ortodoxos están más cerca que nunca

Declaraciones de un representante de la Iglesia apostólica armenia

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ROMA, 13 mar 2001 (ZENIT.org).- En un mundo en el que las confesiones cristianas están todavía divididas, un concilio celebrado hace exactamente 1550 años arroja nuevas pistas para la unidad.

Esta es la conclusión a la que ha llegado un congreso organizado en Roma entre el 9 y el 10 de marzo por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz sobre el Concilio de Calcedonia (celebrado del 8 de octubre al 1 de noviembre del año 451).

El encuentro, que ha reunido a teólogos de Europa oriental y occidental ha querido profundizar en la formulación de la identidad misma de Cristo, que se expresa en la unión íntima de sus dos naturalezas, la divina y la humana. Aquella definición acuñada por el Concilio, al depender necesariamente de las categorías del lenguaje humano, provocó el cisma de la Iglesia apostólica armenia.

Precisamente el representante de la Iglesia apostólica armenia en el encuentro, el arzobispo Mesrob K. Krikorian, legado para Europa central, en declaraciones concedidas a Zenit, ha explicado que «estamos unidos por una misma fe» y, de hecho, «entre la Iglesia de Roma y las Iglesias ortodoxas orientales se han solucionado muchos problemas».

En el mundo existen unos ocho millones de armenios, en su gran mayoría cristianos apostólicos (los católicos son una pequeña minoría). Tres millones viven en Armenia, dos en la Federación Rusa, un millón y medio en Estados Unidos y el resto en Francia, Asia oriental, Irán, etc.

El arzobispo Krikorian explica que «desde el punto de vista doctrinal, en especial después del Concilio Vaticano II, los debates teológicos han dado buenos resultados». En particular, menciona un encuentro organizado en Viena en 1971 por la Fundación Ecuménica «Pro Oriente» que alcanzó por primera vez un consenso en torno a la persona de Cristo entre teólogos ortodoxos orientales y católicos romanos. El acuerdo fue bendecido después por los jefes de las Iglesias.

«Después de aquel encuentro, se han celebrado otras deliberaciones (en 1973, 1976, 1978, 1988) que afrontaron argumentos como la abolición de las excomuniones mutuas o la autoridad y el primado del Papa», añade el arzobispo armenio.

«De este modo, después de 1500 años del Concilio de Calcedonia se ha allanado la controversia cristológica entre la Iglesia católica romana y las Iglesias ortodoxas orientales y se ha alcanzado finalmente una reconciliación en beneficio de los pueblos y de la Iglesia de Cristo», aclara el representante armenio.

De hecho, la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia católica superaron oficialmente sus diferencias en estas cuestiones teológicas en 1996, cuando el anterior patriarca armenio, Karekin I y Juan Pablo II firmaron una declaración conjunta sobre la naturaleza de Cristo, en Roma.

Por lo que se refiere a la cuestión del primado del Papa de Roma, el arzobispo Krikorian ha querido subrayar que «tras la encíclica de Juan Pablo II «Ut unum sint», las Iglesias son invitadas a encontrar una solución. Se han dado los primeros pasos y veo ahora un camino que es el de la colegialidad. Nosotros, los orientales, vemos al Papa de Roma como «Primus inter pares», pero para las decisiones que afectan a nuestra vida, en especial a nivel administrativo, pedimos soluciones decididas a nivel colegial».

El arzobispo armenio ha dejado también espacio a las confesiones en su encuentro con al redacción de Zenit: «Vine el pasado mes de noviembre a Roma, cuando Juan Pablo II recibió a Karekin II, patriarca supremo y catholicos de todos los armenios, y tuve una impresión óptima. Nos ha dado la sensación de que no somos discriminados. El patriarca y los arzobispos de nuestra Iglesia han sido bien acogidos y los encuentros han sido provechosos. En definitiva, estoy cada vez más convencido de que en la fe estamos unidos».

Sobre la gran disputa entre armenios y católicos, el Papa ha intervenido en la carta apostólica «Novo Millennio Ineunte» con la que ha concluido el Jubileo del año 2000: «Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre!» (n. 21).

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ZENIT Staff

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