¿A quién beneficia la globalización?

Debate entre los expertos

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WASHINGTON, 2 febrero 2002 (ZENIT.org). Una vez más el Foro Económico Mundial anual asiste al resurgir del debate sobre la globalización. El Foro que en años pasados tenía lugar en Davos, Suiza, este año se celebra en Nueva York del 31 de enero al 4 de febrero.

Los organizadores han decidido celebrarlo en esa ciudad estadounidense “como una señal de la determinación de nuestros miembros de afrontar los desafíos extraordinarios del mundo tras los ataques del 11 de septiembre”.

“Los pasados 20 años han sido un fallo económico para muchos países, con un crecimiento que ha caído a plomo”, así es como contempla la globalización Mark Weisbrot en un número especial de «The American Prospect» (1-14 de enero) dedicado al argumento.

Weisbrot, co-director del Centro para la Investigación Económica y Política en Washington, comenzaba con el hecho de que en Latinoamérica y el Caribe, el producto interior bruto creció un 75% entre 1960 y 1980, y solamente un 7% per cápita desde 1980 hasta el 2000. Pero el PIB en el África subsahariana ha caído en un 15% en las últimas dos décadas.

Las causas de esta caída son complejas, hacía notar Weisbrot. Parte del problema se debe a la apertura de los mercados de capital que llevan a rápidos incrementos de capital extranjero y, en momentos de crisis, a rápidas retiradas. Otros factores incluyen el monopolio por los países ricos de los derechos de la propiedad intelectual, y la insistencia en que los países más pobres adopten estrategias de libre mercado no siempre apropiadas para su grado de desarrollo económico.

Escribiendo sobre el mismo tema, Christian E. Weller y Adam Hersh, del Instituto de Economía Política, defendían que la promoción del libre comercio y la apertura de los mercados al capital no solamente conduce a un menor crecimiento y una mayor vulnerabilidad de los países más pobres, sino también a una mayor desigualdad entre individuos.

Tras la eliminación de los controles, la llegada de capital a los países en vías de desarrollo aumentó rápidamente, desde los 1.900 millones de dólares de 1980 hasta los 120.300 millones de dólares de 1997. Pero esto no ha sido siempre positivo, según Weller y Hersh. La mayor movilidad de los fondos “significa un aumento de la especulación y, esto da como resultado una mayor inestabilidad financiera”.

En cuanto a la liberación del comercio, el artículo mantiene que, “esta dirección da pábulo a una carrera en la que los gobiernos compiten por las inversiones internacionales necesarias a través de ofrecer a las empresas empleadoras trabajadores más baratos”.

En defensa de la globalización
Un punto de vista bastante diferente es el de David Dollar y Aart Kraay, en la entrega de enero-febrero de Foreign Affairs. Los autores, ambos economistas del Grupo de Investigación para el Desarrollo del Banco Mundial, defienden que “la corriente de globalización, que comenzó hacia 1989, ha promovido la igualdad económica y reducido la pobreza”.

Dollar y Kraay citaban algunos hechos para respaldar su afirmación. Primeramente, hacían notar que la tendencia global hacia una mayor desigualdad alcanzó su punto más alto hacía 1975 y desde entonces se ha estabilizado y posiblemente incluso decaído. La causa de este cambio se debe al acelerado crecimiento de dos países inicialmente pobres: China e India. Segundo, el artículo habla de que hay estrecha correlación entre el aumento de la participación en el comercio internacional y las inversiones de una parte, y un crecimiento más rápido de otra. Los países en vías de desarrollo que han globalizado sus economías han tenido un crecimiento económico más fuerte.

Tercero, defienden que la globalización no ha dado como resultado una mayor desigualdad entre economías. Mientras que admiten que la desigualdad ha aumentado en países como China, mantienen que esos cambios “no están sistemáticamente unidos a medidas globalizadoras tales como aumentos de comercio e inversiones, grados de impuestos y presencia de controles de capital”. Para Dollar y Kraay el problema de la desigualdad se debe a factores internos como el sistema educativo, los impuestos y las políticas sociales.

Un estudio reciente del Banco Mundial, “Globalización, Crecimiento y Pobreza: construyendo una Economía Mundial Inclusiva”, también está a favor de los beneficios de la globalización. El estudio muestra que los países en vías de desarrollo, que han sido “globalizadores” muestran un crecimiento medio de 5% en los años 90. Estos países, con una población de 3.000 millones de personas, durante la pasada década han visto cómo el número de sus ciudadanos que eran pobres bajaba en 120 millones.

Sobre la cuestión de si la integración económica conducirá a una homogenización cultural e institucional, el Banco Mundial respondía que muchos de los países ahora integrados en la economía mundial difieren entre sí enormemente. El estudio también hacía notar que países como China, India, Malasia y México “han tomado caminos diversos hacia la integración y siguen siendo claramente distintos en cuanto a cultura e instituciones”.

El estudio admitía que muchos países pobres, con cerca de 2000 millones de personas, se han quedado fuera del proceso de globalización. Estas naciones sufren la caída de las inversiones y el aumento de la pobreza. “Claramente, para este grupo masivo de personas, la globalización no les está ayudando”, afirmaba el Banco Mundial.

Se necesitan reformas
El informe proponía un cierto número de reformas que, según el Banco Mundial, reducirán la pobreza. En el área del comercio, el estudio pedía una “dramática reducción de los subsidios agrícolas en los países ricos”. Los subsidios suman hoy 350.000 millones de dólares al año, cerca de siete veces lo que los países ricos gastan en ayuda al desarrollo. Reduciéndolos, y abriendo los mercados a la exportación proveniente de países pobres, lo que beneficiaría particularmente a los productores africanos, hacía notar el informe.

El Banco Mundial también pedía esfuerzos mayores en el área de la educación y la salud. Si las personas pobres tiene poco o ningún acceso a los servicios de salud y de educación, el informe hacía notar que será muy difícil que se beneficien del crecimiento que surja de la integración en la economía regional o global.

El estudio observaba que la ayuda extranjera había caído hasta el 0,22% del PIB de los países del Primer Mundo, su proporción más pequeña desde que fue instaurada por primera vez con el Plan Marshall en 1947. El informe pide también que se hagan mayores concesiones en la deuda externa, añadiendo que esto no debería afectar a la ayuda extranjera.

De esta manera, incluso el Banco Mundial admite que la globalización no ha sido un éxito en todas partes y que son necesarias reformas serias. Esta naturaleza ambivalente de la globalización era puesta de manifiesto por el Presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, en un ensayo publicado el 7 de diciembre en el periódico español El Mundo.

Calificando la globalización como un “fenómeno polifacético”, Cardoso hacía notar que Brasil se había beneficiado de grandes inversiones de capital en los pasados años. Al mismo tiempo, la vulnerabilidad de los mercados mundiales creó problemas a Brasil durante la crisis mexicana de 1994 y los problemas asiáticos de 1997.

La globalización no debería verse como una amenaza, continuaba el presidente de Brasil, y los países deberían abrirse para sacar ventaja de las oportunidades que ofrece. Pero deberíamos evitar el error de dejarlo todo en manos de las fuerzas del mercado, recomendaba Cardoso. Sin sofocar los mercados, es necesaria la acción de orientarlos para asegurar una mayor estabilidad y una mayor justicia.

Un juicio
similar era el expresado por el premio Nóbel de economía de 1998, Amartya Sen, en la colección de ensayos de American Prospect. La globalización ni es un “mal de Occidente” ni un éxito total, juzgaba Sen.

Al rechazar la globalización como un imperialismo de Occidente se podría apartar a los países más pobres de muchos beneficios. “Hay una amplia evidencia de que la economía global ha traído prosperidad a muchas áreas distintas del globo”, observaba Sen. “No podemos cambiar las difíciles situaciones económicas de los pobres alrededor del mundo negándoles las grandes ventajas de la tecnología contemporánea, la bien demostrada eficiencia del comercio internacional, y los logros económicos de vivir en una sociedad abierta”.

Para Sen la cuestión principal no es si se debe utilizar la economía de mercado, “sino la desigualdad en el balance total de las disposiciones institucionales- que producen una repartición desigual de los beneficios de la globalización”.

“La globalización merece una defensa razonada, pero también necesita reformas”, concluía Sen. Los líderes reunidos en Nueva York deberían escuchar esta llamada de atención.

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ZENIT Staff

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