Abrazo del Papa a dos huérfanos canadienses del 11 de septiembre

Encuentro con los jóvenes de Roma en preparación de Toronto 2002

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CIUDAD DEL VATICANO, 22 marzo 2002 (ZENIT.org).- La imagen de Juan Pablo II consolando a dos jóvenes canadienses, cuyo padre perdió la vida en los atentados contra las Torres Gemelas, se convirtió en el momento culminante de su encuentro con los chicos y chicas de Roma.

El evento, que reunió en la plaza de San Pedro del Vaticano a más de 20 mil jóvenes, sirvió para que el obispo de Roma preparara al anochecer del jueves entre sus diocesanos la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará del 23 al 28 de julio en Toronto.

El pontífice volvió a disfrutar del encuentro, como suele suceder cada vez que se encuentra con los muchachos. Llegó en «papamóvil» saludando a todos los presentes y demostró estar en buena forma física.

Se trataba de una fiesta de música (participaron algunos de los cantantes más famosos de Italia), fe y testimonios, en la que el pontífice dejó un mensaje muy claro: «Jóvenes del tercer milenio, no uséis mal vuestra libertad».

Varios jóvenes se acercaron al micrófono, como Daniele Mazza, de 24 años, alumno en un seminario del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras de Filipinas, donde se prepara para ser misionero; o Miriam di Grande, de 24 años, quien hace cuatro años entró a formar parte de las Religiosas de Santa Ana.

Cuando Brennan y Erika Basnicki tomaron la palabra, el silencio se hizo denso. El padre de estos dos universitarios murió el 11 de septiembre, poco después de haber sido contratado como director de márketing de una empresa de informática, cuyas oficinas estaban en el World Trade Center.

Tras comprender que había perdido a su padre, Brennan confesó ante el Papa y los presentes que en un primer momento sintió «rabia y cólera hacia quienes le habían asesinado tan bellacamente. Quería venganza».

En los días siguientes se refugió en la oración, en la eucaristía. Brennan meditó en la muerte de Cristo y pensaba en el dolor de sus discípulos. Pero allí descubrió la fuerza que hoy sigue imprimiendo su resurrección.

«Aquel acontecimiento nos muestra que más allá de todo mal actúa un bien más grande. ¡En momentos como éste debemos seguir teniendo esperanza!», añadió.

Su hermana Erika tomó a continuación la palabra para añadir: «El 11 de septiembre una oscura nube descendió sobre el mundo. Quería apagar la luz en el corazón de todos nosotros y llenarnos de miedo. Pero no lo ha logrado. Donde antes estaban las Torres Gemelas, ahora hay dos columnas de luz gigantes que penetran en la oscuridad y alcanzan los cielos».
<br> Juan Pablo II alentó a los jóvenes que le escuchaban a hacer adecuado uso de «ese gran don que es la libertad».

«Si no se ejerce bien –explicó–, la libertad nos puede alejar de Dios. Puede hacernos perder la dignidad que nos ha conferido. Cuando no es plasmada por el Evangelio, la libertad puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado y de la muerte eterna».

«¡No perdáis la gran dignidad de hijos de Dios que se os ha dado!», exhortó el Papa a los muchachos de su diócesis. «Someteos únicamente a Cristo, quien quiere vuestro bien y vuestra auténtica alegría».

«¡Discubriréis así que sólo adheriendo a la voluntad de Dios podemos ser luz del mundo y sal de la tierra!», concluyó.

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ZENIT Staff

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