Abrirnos al Espíritu Santo para escribir el Evangelio de nuestra vida

Homilía del Cardenal Vinko Puljic en la Asamblea Nacional de Renovación Carismática Católica

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Publicamos a continuación la homilía del cardenal Vinko Puljic en el primer día de la Asamblea Nacional de Renovación Carismática Católica de Italia reunida desde hoy y hasta el domingo en Rímini.

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Queridos hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes, querido presidente y responsable nacional y regional de la Renovación Carismática Católica. Queridos participantes en la 36ª Asamblea Nacional de los grupos y de las comunidades de Renovación Carismática.

¡Os saludo a todos!

Deseo abrirme con vosotros al Espíritu Santo, para que podamos escribir el Evangelio de nuestra vida, como lo hacía el santo de hoy San Marcos Evangelista. Él acompañaba al primer papa –San Pedro- mientras estos anunciaban.

Los apóstoles han recibido el encargo del anunciar, bautizar y testimoniar al Jesús Resucitado. Marcos escribe y con la palabra escrita transmite el mensaje de salvación. Inicia su Evangelio con las palabras: «¡Inicio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios»!

San Marcos no escribía según su mente, sino segundo la luz del Espíritu Santo. Marcos ha introducido toda la Verdad que es Jesucristo. Él escucha, acepta y testimonia, quiere decir transmitir el mensaje, el Evangelio de la salvación que ha llegado hasta nosotros hombres y  mujeres de hoy.

Cuando digo «hoy», pienso en nuestro tiempo. Nosotros cristianos debemos valorarlo diversamente. Muy a menudo sentimos como la vida pública sea «a veces de las nubes oscuras de la desesperación» en la vida pública. Cuantos están sin sentido de vida, frustrados.

Sí, existe el miedo en la vida pública: el miedo de la supervivencia, el miedo del terrorismo, el miedo de las guerras y de las mafias; miedo… y así el hombre pierde la esperanza.

Las personas son cada vez menos capaces de escuchar, las noticias de crónicas negra nos han ensordecido, no sentimos y no vemos más las personas que viven a nuestro alrededor. Se habla siempre y sólo de la crisis, de recensión, de depresión, etc.

Hablamos de desarrollo, de modernidad y  por otro lado destruimos la antropología cristiana, las tradiciones cristianas, la educación cristiana. Estamos destruyendo la ley natural y esto lo llamamos «democracia». Estropeamos la familia, el núcleo fundamental de la sociedad, realizando leyes injustas, en el nombre de la libertad y de la igualdad de derechos. Destruimos las leyes de Dios para imponer la ley propia del hombre sin Dios. Y luego vemos cada vez más que el hombres es amenazado por sí mismo: ¡está cortando la rama sobre el que se sienta!

¿Hay una esperanza para este mundo en el que vivimos? Nos hemos reunido en esta Asamblea para descubrir el origen de esta luz, de esta fuerza, de esta esperanza. Aquí está la Eucaristía. Aquí está Él, Jesús vivo, Resucitado. Es necesario abrir el corazón y hospedar a Jesús como Zaqueo en su caso. Jesús es la viva Palabra de Dios, que da la vida. Jesús es la luz en la atmósfera sombría.

San Agustín decía: «Señor te he buscado por todas parte, mientras Tú estabas en mí, y yo fuera de mí». El hombre debe volver a sí mismo, encontrarse a sí mismo, en la dignidad propia. Cristo, con su muerte y resurrección, ha renovado esta dignidad. Es en esta novedad de vida que se debe encontrar en Cristo.

Decía que cada vez somos menos capaces de escuchar. Nos hemos convertido en incapaces de escuchar nuestra conciencia, de escuchar la voz de Dios, de escuchar  al hombre como hermano. Debemos nuevamente aprender a escuchar la Palabra de Dios, no solamente con las orejas, sino también con el corazón. Estas operaciones que el corazón registra, nos empujan adelante.

Nosotros, en nuestras familias, debemos construir la unión que hace presente Jesús. Él no ha prometido estar allí donde nos reunamos en su nombre. Si en la familia no habita Jesús, no habrá el amor, no habrá compresión, solidaridad, no habrá más la disponibilidad de tomar la propia cruz.

Hoy debe resonar esta Buena Noticia en nuestros corazones. Cada uno de nosotros debe coger el bolígrafo de la fe y escribir en el propio corazón la Buena Noticia, llevarla en el propio ambiente, donde vivimos y debemos testimoniar. Tenemos que convertirnos en Evangelio vivo.

Las personas de hoy son personas que viven de imágenes. Las palabras tienen poco efecto. Debemos convertirnos en la viva imagen del Evangelio. Él puede llevar la esperanza, el sentido y la felicidad en nuestra cotidianidad. Testimoniando de una forma mejor, nosotros anunciamos el Cristo Resucitado.

Volvemos a San Marcos evangelista

Mientras celebramos su fiesta y lo invocamos, seguramente dentro de nosotros nace el deseo de seguirlo. Seguirlo en el anunciar a Cristo, en el testimoniar Cristo y en el vivir Cristo en nuestra cotidianidad.

Este tiempo en el que vivimos tiene sed de una fe viva. Podemos decir que el alma del hombre moderno está como vaciada. La imagen que nos puede ayudar a entender este vacío es la del hombres, desesperado y desorientado, que camina en el desierto y muere de sed, mientras en el oasis se encuentra la fuente de agua está ahí, muy cerca. El hombre debe acercarse a la fuente de agua viva.

Es necesario apoyarse con la Palabra y con el Cuerpo de Cristo que Él nos ha dejado como apoyo en la vida.

Deseamos renovar nuestro corazón, nuestra alma, nuestras familias y toda la humanidad. Solamente si Cristo vivo entra en la barca de nuestra vida y nos da su Espíritu, nace la renovación.

No existe renovación sin apertura al Espíritu de Cristo. El mismo Espíritu que Él nos ha prometido y que nos da para introducirnos en toda la verdad.

Amén.

Traducido por Rocío Lancho García

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ZENIT Staff

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