Abuso de menores: ¡Nunca más!

Homilía del cardenal Ouellet en el simposio «Hacia la curación y la renovación»

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ROMA, jueves 9 febrero 2012 (ZENIT.org).- «¡Es intolerable que el abuso de menores pueda ocurrir dentro de la Iglesia! ¡Nunca más!». Fueron las palabras del cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, en la homilía de la vigilia penitencial celebrada este martes en la iglesia de San Ignacio en Roma. La ceremonia formó parte del simposio internacional sobre el abuso de menores que concluye hoy en la Pontificia Universidad Gregoriana. A continuación compartimos con nuestros lectores la homilía íntegra.

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Queridos hermanos obispos y sacerdotes, hermanos y hermanas en Cristo:

En el contexto de la reflexión que venimos realizando durante el Simposio «Hacia la curación y la renovación», recordamos que estamos aquí esta noche no sólo como creyentes, sino también como penitentes. La tragedia del abuso sexual de menores cometidos por los cristianos, sobre todo cuando son cometidos por miembros del clero, es causa de una gran vergüenza y de un escándalo enorme. Es un pecado contra el cual Jesús mismo dijo: «Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños» (Lc 17,2). El abuso es de hecho un delito que provoca una experiencia de muerte para los inocentes, que sólo Dios puede revitalizar con el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, con profunda convicción y conscientes de lo que hacemos ahora, nos dirigimos al Señor y le imploramos.

Este acto de purificación compromete a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros –obispos, superiores religiosos, educadores, a todos los cristianos–, que sufre por lo que ha sucedido. Pedimos que el Espíritu de Dios que sana y renueva desde la raíz todas las cosas, descienda sobre nosotros. Como miembros de la Iglesia, debemos tener la valentía de pedir perdón a Dios con humildad, e incluso el perdón de sus «pequeños» que han sido heridos; debemos permanecer cerca a ellos en su camino de sufrimiento, buscando todas las formas posibles para sanar y curar sus heridas, según el ejemplo del Buen Samaritano. El primer paso en esta dirección consiste en escuchar con atención y creer en sus dolorosas historias.

El camino de la renovación para la Iglesia, que continuará educando a la gente y estableciendo sus propias estructuras para ayudar a prevenir crímenes similares, debe incluir el sentimiento del «nunca más”.

Como mencionó al beato Juan Pablo II: «No hay lugar en el sacerdocio y la vida religiosa para quienes dañen a los jóvenes» (Discurso a los Cardenales de Estados Unidos, 23 de abril de 2002, n. 3). ¡Es intolerable que el abuso de menores pueda ocurrir dentro de la Iglesia! ¡Nunca más!

Lamentablemente vemos con claridad, que el abuso sexual de menores está presente en toda la sociedad moderna. Tenemos la profunda esperanza de que los esfuerzos de la Iglesia por afrontar este terrible flagelo, fomente la renovación en otras comunidades e instancias de la sociedad afectada por esta tragedia.

En este nuevo camino, los cristianos debemos ser conscientes de que sólo la fe puede ofrecer una auténtica obra de renovación en la Iglesia: la fe entendida como personal, como una relación de amor verdadero y vivificante con Jesucristo. Conscientes de nuestros propios vacíos de fe viva, pidamos al Señor Jesús que nos renueve a todos y cada uno de nosotros y que nos guíe desde su agonía en la cruz a la alegría de la Resurrección.

A veces la violencia es cometida por personas profundamente perturbadas o por otras que a su vez han sido objeto de abusos. Era necesario tomar medidas en contra de ellos e impedirles continuar toda forma de ministerio, del cual obviamente no eran dignos.

Esto no siempre se ha hecho correctamente, y una vez más, pedimos disculpas a las víctimas. Después de haber aprendido de esta experiencia terrible y humillante, los pastores de la Iglesia tienen el grave deber de ser responsables del discernimiento y de la aceptación de los candidatos dispuestos a servir a la Iglesia, sobre todo aquellos que aspiran al ministerio ordenado.

Todavía impactados por estos tristes acontecimientos, esperamos que esta vigilia litúrgica nos ayude a ver estos pecados horribles, que han ocurrido en medio del pueblo de Dios, a la luz de la historia de la salvación, una historia sobre la que hemos vuelto juntos esta noche. Es una historia que habla de nuestra miseria, de nuestras culpas repetidas, pero sobre todo de la misericordia infinita de Dios, de la cual siempre tenemos necesidad.

También nos apoyamos enteramente en la poderosa intercesión del Hijo de Dios, que «se despojó de sí mismo» (Fil. 2,7) en el misterio de la encarnación y de la redención, que tomó sobre si todas las formas del mal, incluso este mal, destruyendo su poder de tal manera que no tenga la última palabra.

El Cristo resucitado, es de hecho, la garantía y la promesa de que la vida triunfa sobre la muerte. Él es capaz de llevar la salvación a todos.

Continuando con nuestra vigilia de oración, oramos, con las palabras del papa Benedicto XVI, por un aprecio más profundo de nuestras respectivas vocaciones, a fin de redescubrir las raíces de nuestra fe en Jesucristo y de beber abundantemente del agua viva que Él nos ofrece a través de su Iglesia (cf. Carta pastoral a los católicos de Irlanda).

Que el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, siempre actuante en el mundo, descienda sobre nosotros y nos ayude a través de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, cuya poderosa intercesión nos sostiene y nos acompaña para ser dóciles y receptivos al amor divino. Amén.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

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ZENIT Staff

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