Adiós del Papa a Ucrania: Ha llegado la hora de la reconciliación en Europa

Pide colaboración política y religiosa desde el Atlántico hasta los Urales

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LVOV, 27 junio 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II se despidió en la tarde del miércoles de Ucrania lanzando un llamamiento a la unidad en Europa desde el Atlántico a los Urales, y entre los cristianos de las diferentes confesiones.

Despidió al pontífice, en el aeropuerto internacional de Lvov, el presidente ucraniano Leonid Kuchma, quien en su breve discurso de agradecimiento consideró que los cinco días que ha pasado el pontífice constituyen un paso decisivo para que su país pueda continuar el proceso de integración en la Unión Europea.

Cuando se ponía el sol el pontífice subió lentamente las escaleras del avión de la Ukraine International que le llevaría, tras tres horas de vuelo, a Roma. Ponía así punto final a su 94 viaje internacional, considerado como uno de los más difíciles de su pontificado, a causa de la oposición presentada por el patriarca de Moscú, Alejo II.

«Mi esperanza –dijo el Papa en el discurso que pronunció durante la ceremonia de despedida– es que Ucrania pueda integrarse, a pleno título, en una Europa que abrace a todo el continente, desde el Atlántico hasta los Urales», pues «no puede darse una Europa pacífica e transmisora de civilización sin esta ósmosis y esta participación en los valores diferentes y al mismo tiempo complementarios que son típicos de los pueblos de Oriente y de Occidente».

Para alcanzar este objetivo, consideró el pontífice, deben colaborar todos los cristianos, católicos, ortodoxos y reformados, como hicieron durante el tiempo del totalitarismo comunista, cuando creyentes de las tres confesiones se convirtieron en faro de libertad y esperanza, a pesar de que para ello tuvieron que pagar con el precio de la vida misma.

«¡Unidad y Concordia!», concluyó. «Este es el secreto de la paz y la condición de un auténtico y estable progreso social. Gracias a esta sinergia de intenciones y de acciones, Ucrania, patria de fe y diálogo, podrá ver cómo es reconocida su dignidad en la comunidad de naciones».

En sus once discursos y homilías pronunciados en Ucrania, las palabras «reconciliación» y «perdón», especialmente dirigidas al patriarcado ortodoxo de Mocú, han sido las más repetidas.

En estos cinco días, se ha encontrado con unos dos millones de personas, muchos de ellos ortodoxos. La visita se ha desarrollado en un «crescendo» de participación popular, que comenzó en Kiev, en medio de un ambiente de circunspecta acogida, y que concluyó en Lvov, bastión del martirio greco-católico, en un clima de fiesta desbordante.

La última jornada de la visita pontificia se convirtió en el día más importante de la historia de la Iglesia greco-católica: ante un millón de peregrinos, por primera vez, un obispo de Roma beatificaba a cristianos orientales en el marco de una liturgia bizantina.

Del 23 al 27 de junio, el Santo Padre se ha encontrado con los miembros del Gobierno ucraniano, con los representantes de los partidos políticos, con exponentes de la sociedad civil, así como con todos los líderes religiosos (ortodoxos, reformados, judíos y musulmanes). El único que se negó a estrechar la mano del Papa ha sido Su Beatitud Vladimir, arzobispo metropolitano de Kiev, fiel al patriarcado de Moscú.

Al llegar al aeropuerto de Kiev, el sábado pasado, el pontífice había confesado que se había prefijado dos objetivos: confirmar en la fe a los católicos ucranianos y promover el diálogo ecuménico, especialmente con la Ortodoxia.

El primer objetivo lo ha logrado con pleno éxito, como lo demostraron las imágenes de la beatificación conclusiva. El segundo parece mucho más incierto: todo depende ahora de la capacidad del patriarca moscovita, Alejo II, para acoger el perdón pedido y ofrecido por el pontífice en tierras ucranianas.

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ZENIT Staff

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