Aislamiento narcisista y modernidad

Por monseñor Juan del Río Martín*

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MADRID, martes 5 de julio de 2011 (ZENIT.org).- La vida de Jesús Nazaret está repleta de períodos de alejamiento de la muchedumbre y de los mismos discípulos para entrar en intimidad con el Padre (cf. Mc 1,35; 6,46; Lc 5,16; 9,18). Desde los orígenes de la Iglesia ha habido miembros que se han “retirado al desierto”. Este ideal de aislamiento exige una gran generosidad por parte del sujeto y debe estar motivado por razones profundas de búsqueda de la verdad de uno mismo y de la entrega absoluta a Dios. Esas diversas experiencias de fe, han dado como frutos la fundación de comunidades religiosas que han hecho mucho bien al mundo que “abandonaron”.  En cambio, el retiro narcisista de la modernidad, que escoge la soledad con voluntad de incomunicación, con la decisión de vivir en su “pequeño mundo” y de no salir de la propia “pompa de jabón”; crea desencuentro, desafecto hacia el prójimo, desesperanza y depresión.

La cultura de la posmodernidad o segunda modernidad está dominada por pensadores aislacionistas como F. Nietzche o A, Shopenhauer que sostienen que cuanto menos necesidad se tenga de ponerse en contacto con los hombres, tanto mejor se encontrará uno, porque la sociedad es insidiosa. Se ha entronizado el ego  que tiende a dominar el mundo de los otros y borrar las diferencias. El axioma popular  lo dice todo: “primero yo, luego yo y después yo”. Estamos ante una egolatría parásita  de la que emana un individualismo insolidario,  y unos comportamientos racistas y xenófobos. Desgraciadamente numerosos sucesos en la actualidad avalan lo expuesto.

Además, siendo cuantiosos los elementos positivos de los Medios de Comunicación y Social y las Nuevas tecnologías  que han convertido este  mundo en una  “aldea global”. Sin embargo, con no poca frecuencia, son “altavoces” de  individualidades interconectadas  que tanto daño pueden hacer a las nuevas generaciones. Es por ello que el Papa nos recuerde en Caritas in Veritate que: “el sentido y la finalidad de los medios de comunicación debe buscarse en su fundamento antropológico” (nº 73).

¿Qué  concepto de hombre  está en la base de la Comunicación moderna? Pues desgraciadamente en su mayoría responden a los mecanismos secularizadores de los llamados “maestros de sospechas”.  Instalados en el nihilismo corrosivo, hace que todo se vuelva válido, incluso los comportamientos destructivos. Condenando a muchos contemporáneos a una terrible soledad y a una incapacidad para establecer vínculos profundos que fortalezcan su vida personal. Con razón se preguntaba recientemente Benedicto XVI: “¿Quién es mi «prójimo» en este nuevo mundo?…También en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una persona auténtica y reflexiva” (Jornada Mundial MCS, 2011).

Agotado el proyecto de la modernidad, el cristianismo constituye la única fuerza capaz de superar los peligros de la desesperanza y del  vacío existencial, mediante la civilización del amor que brota de la confesión del Dios “Uno y Trino”. En la revelación de Jesucristo, el ser humano se encuentra a sí mismo como criatura salvada: nunca en soledad, siempre en compañía del Espíritu y en fraternidad con los demás. El antídoto contra el individualismo cultural lo halla el cristiano en la Eucaristía (cf. Benedicto XVI, Ángelus 26.6.2011) Desde este misterio de fe, no hay cabida para el aislamiento narcisista y sí muchos impulsos al retiro contemplativo y a la  edificación, entre todos, de una sociedad más justa y humana (cf. Ap 21,1).

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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España 

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ZENIT Staff

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