¿Alegres entre tantos problemas?

Reflexiones del obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Vi a una mujer indígena tsotsil, del coro de una comunidad donde celebro Misa, con su rostro muy triste y le pregunté el motivo. Me contó que su propio hijo le sustrajo las escrituras de su casa y la factura de un vehículo, las vendió y dejó a su madre en la calle.

Una joven enfermera, yendo del hospital a su casa, sufrió un infarto en la calle, y luego otro, y está postrada en una silla de ruedas, llorando su pena y su soledad, porque no se recupera tan pronto como quisiera.

En un programa de radio semanal, una persona me mandó este mensaje: A una niña su mamá la dejó con la abuela cuando era bebé. Cuando cumplió 14 años, el papá la violó y ella abortó. Denunció al agresor y por eso su abuela, que la crió, la corrió de su casa. ¿Cómo le digo que Dios la ama?

Como estos, ¡cuántos problemas tenemos todos, quien de una forma, quien de otra! ¿Qué hacer y qué decir a quienes los padecen? Algunos optan por el suicidio. Otros se refugian en el alcohol. Un sacerdote regaña a los dolientes cuando lloran por la muerte de un familiar y les dice que si no tienen fe en la resurrección… ¡Qué poco corazón y qué pequeño cerebro el del sacerdote! Tendría que regañar al mismo Jesús, quien lloró por la muerte de su amigo Lázaro.

PENSAR

El Papa Francisco, con una fuerte convicción de fe ante estas realidades, nos invita a poner toda nuestra confianza en Jesús, para salir adelante: “Reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse. El amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura” (EG 6).

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (EG 3).

ACTUAR

Los problemas son reales y muchas veces nos desbordan, nos apachurran, nos deprimen, nos desconciertan y no sabemos qué hacer. Hay que platicar con los amigos y con los familiares; pedir consejo a los ancianos y expertos; consultar a quienes, por su sabiduría de la vida, nos brindan confianza; acudir ante un sacerdote o una religiosa. Pero, sobre todo, hay que acercarse a Jesús, leer su Evangelio, ir ante el Sagrario y desahogar con Él nuestro corazón. Él nunca nos defrauda. Nos dará la respuesta, no en forma verbal o con sentimientos, sino con una actitud nueva que Él siembra en nosotros, para enfrentar la realidad con nuevos bríos.

Él nos podrá desbrozar los caminos y mostrarnos senderos insospechados. Lo importante es confiar en Él y esperar su voluntad. No pretender que Dios haga lo que yo quiera, sino que yo haga lo que Él me señale.

Cuando un esposo o un hijo son alcohólicos o drogadictos, cuando alguien es rebelde y de ninguna forma se controla, algunas veces se opta por internarlos en centros adecuados para su regeneración. Son medidas desesperadas y muchas veces dan buenos resultados. O se les lleva ante sicólogos y siquiatras, que los hay de mucha competencia y rectitud de juicio, acordes con nuestra fe; otros, no tanto. A veces, nos los llevan a nosotros, para que les demos un consejo y les hagamos una oración. Todo ayuda. Pero no dejemos de acercarlos a Jesús, de llevarlos ante el Sagrario, para que el contacto directo y sacramental con El, los sane y los transforme.

Nuestra fe nos da una potencialidad increíble ante todo problema, incluso ante la muerte.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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