Alfredo Rubio y el realismo existencial

Entrevista a un colaborador de este sacerdote y humanista

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BARCELONA, miércoles, 24 mayo 2006 (ZENIT.org).-Alfredo Rubio de Castarlenas, médico y sacerdote, fue un «formador de personas» que ha dejado a su muerte una constelación de realidades (el grupo de mujeres Claraeulalias, el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral, las murtras o casas de silencio, la Carta de la Paz.

Para adentrarnos en esta figura a los diez años de su fallecimiento hemos entrevistado a uno de sus discípulos, don Josep María Forcada Casanovas, nacido en 1941, sacerdote, doctor en Medicina y licenciado en Ciencias de la Comunicación, actualmente es prior y capellán del Hospital de la santa Creu i sant Pau de Barcelona, delegado episcopal de pastoral de la salud y presidente del Ámbito de Investigación y Difusión María Corral, además de reconocido pintor.

Recibió formación directa del padre Alfredo Rubio y fue un directo colaborador y continuador de muchos de sus proyectos.

–¿Podemos definir a Alfredo Rubio como un fundador o un profeta de nuestro tiempo?

–Forcada: Alfredo Rubio fue un formador de todo tipo de personas y un trabajador incansable, además de poseer una profunda alegría interior. Creó varias instituciones a lo largo de su vida, pero principalmente impulsó un equipo de investigación y trabajo muy diversificado tanto en las ciencias humanas como en el ámbito eclesial.

Se le conoce por la creación de la Casa de Santiago que aportó novedades a la formación sacerdotal de adultos. La principal de ellas es que la vida del que se forma para el sacerdocio se debe basar en la soledad y el silencio cotidianos.

Es menos conocido pero igualmente importante que, posteriormente, impulsó grupos de sacerdotes los cuales, para poder anclar su vida en un tiempo de soledad y silencio, forman libremente grupos donde, a modo de las antiguas colegiatas, conviven y se ayudan mutuamente para este modo de vivir apostólico y desde ahí llevan adelante las tareas pastorales que tienen encomendadas.

–Alfredo Rubio acuñó el término de «realismo existencial». ¿En qué consiste?

–Forcada: Esta expresión está tomada de uno de sus libros, «22 historias clínicas –progresivas– de realismo existencial» que escribió en Hermosillo (México) en 1981. El tema de «que cualquier cosa distinta de las que incidieron en nuestro origen habría ocasionado que no existiéramos», subyace a toda la obra, es decir, somos seres contingentes, no necesarios de existir.

Esta actitud vital, por una parte, se inscribe en la línea de la filosofía realista –«soy quien soy y como soy o no sería» de modo que, en otra época u otro país, existiría otra persona pero no yo- y por otra, es una superación del existencialismo en sentido positivo que produce esperanza pues, encontrándose uno en la existencia, en vez de mirar solamente hacia la muerte, lo hace humildemente hacia su propio origen y ve que existe, sí, pero podría no haber existido. Es a partir de la aceptación –gozosa- de la propia existencia, del pasado, de las circunstancias que han construido mi vida y esto engendra múltiples consecuencias que se podrían calificar de «nueva actitud vital».

Los no existentes no son. Esto provoca un verdadero entusiasmo; saber que te ha tocado la lotería de existir, pero a la vez te abre a una actitud crítica ante la vida.

Ante un existencialismo fatalista, el realismo existencial abre la dimensión entusiasta y gozosa de existir aunque haya dolor o muerte, precisamente por ser existentes. Sobre el realismo existencial se han desarrollado muchas tesis, trabajos, seminarios, artículos, libros.

–¿Qué es la antropología de la paz que él mismo impulsó?

–Forcada: La «Carta de la Paz, dirigida a la ONU» es un documento breve de diez puntos y una posdata. Se ha presentado en más de 80 países de cuatro continentes y en ellos se han recogido firmas de instituciones y personas que se entregan periódicamente a la secretaría de las Naciones Unidas, en Nueva York.

La antropología de la paz que allí se aplica, se sustenta en una concepción de la persona humana que, con estos valores, puede ser pacificadora: «desde la libertad, las evidencias y la amistad…».

En la Carta se señalan algunos principios que pueden ayudar a superar tantos obstáculos que cierran el paso a la paz. Como por ejemplo darse cuenta de que los contemporáneos no tenemos culpa de los males que han ocurrido en la historia por la sencilla razón de que no existíamos. Otro aspecto básico: «¿Por qué, hemos de tener y alimentar resentimientos de unos contra otros, si no tenemos ninguna responsabilidad en lo que ocurrió en la historia?».

–¿Qué estructuras y realidades permanecen de las intuiciones que él tuvo?

–Forcada: Numerosas vocaciones que él acompaño y formó son hoy sacerdotes; son más de 150 los que desempeñan diversas tareas pastorales en Europa y otros países.

También para las mujeres que desean dedicarse por entero a la evangelización encontró un camino: en 1986 fundó el grupo Claraeulalias que lo integran mujeres cristianas, unas son célibes y otras casadas que, además de vivir horas diarias de soledad y silencio, se dedican a su trabajo en la sociedad o en la Iglesia.

En cuanto a instituciones, están presentes en diversos países «Ámbito de Investigación y Difusión María Corral», «Universitas Albertiana, Interdisciplinar», la citada «Carta de la Paz», varias revistas, entre ellas «RE» sobre realismo existencial (versión castellana y catalana); las «murtras», término que él mismo acuñó y que son casas para facilitar soledad y silencio a toda persona.

La editorial Edimurtra, en la que ven la luz obras de diversos autores sobre ciencias humanas y religiosas, y además se están publicando sus numerosos escritos sobre cuestiones que atañen a los hombres y mujeres de hoy.

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ZENIT Staff

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