Algunas reflexiones sobre la ética y la economí­a

Texto completo. Intervención del arzobispo de Tegucigalpa, cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, en el Foro Nueva Economía de Madrid

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A continuación publicamos el texto íntegro de la intervención del arzobispo de Tegucigalpa y presidente de Caritas Internationalis, cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, en el Foro Nueva Economía de Madrid:

1. Genealogía próxima de una causalidad remota

El liberalismo economicista tiene como hijo mayor el capitalismo moderno. Sabemos que para que éste se dé con toda la «pureza» que pretenden sus postulados fundamentales se necesita el dominio de la técnica, del dinero y de la deuda, jugando constantemente con las barajas especulativas de unas finanzas que terminan siendo un juego de azar.

A mi juicio, la crisis del capitalismo como modelo y sistema económico, radica en un problema antropológico, pues en los distintos flujos y reflujos económicos no se reconoce la centralidad de la persona. Yo creo que si este postulado estuviese claro no tendríamos el descalabro que todos conocemos.

No podemos negar que hay un vínculo «umbilical» de origen entre la economía del mercado absolutizado y la desigualdad que provoca. El pilar, la piedra basilar, más débil del gran constructo del capitalismo ideológico es la pobreza; quizás esta realidad que mejor permite evidenciar su falibilidad. La relación causal no es un asunto de perspectiva sino de constataciones.

Si el ideal ingenuo del mesianismo capitalista es generar riqueza y minimizar la pobreza, vemos por todos lados que esos efectos deseables de la Economía del Mercado todavía no alcanzan el reconocimiento esperado; antes bien, sus resultados muestran —más en unas partes que en otras— que el neoliberalismo está en crisis y exhibe síntomas con malestares sistémicos importantes que revelan implícitamente desniveles preocupantes. De ahí que el Papa Francisco advierta que «una economía de la exclusión y la inequidad», que una economía (neoliberal) así, «mata» (EG, 53). Es que el modelo neo-liberalista genera un tipo de crecimiento económico que no asegura el verdadero desarrollo humano. Aquí se acaban las alegorías y comienzan las tragedias.

2. La libertad no es una estrategia utilitaria

Vuelvo a repetir aquí mi opinión: por mucho que se diga que el «libre mercado» nos hace libres, si no hay una ecuación equilibrada entre la libertad, la responsabilidad ética y la libre empresa se producirán siempre los efectos destructivos ya conocidos, y el más difundido es cosificar utilitariamente a la persona reduciéndola a «un bien de consumo» (EG, 53).

Cuando el libre mercado se deja permear por la responsabilidad social los resultados serán mejores. Cuando las raíces antropológicas del Mercado se nutran del principio cristiano de la centralidad, la sacralidad y la dignidad de la persona entonces el Capitalismo será más humano. Mientras tanto, no termino de admirar las palabras del Santo Padre cuando dice que es posible llegar a «…la dictadura de una economía sin rostro y sin un alma auténticamente humana (EG, 55).

Pienso que la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium no ha querido extrapolar un enfoque salvífico a la economía –cosa que sería epistemológicamente inadmisible– sino resaltar algunos aspectos estridentes que revelan con toda franqueza que la Economía del Mercado, favorece tanto el corporativismo de élites que produce una «cultura del descarte». El Papa Francisco quiere resituar a la persona en su calidad de objetivo del quehacer económico y no como un medio utilizado herramentalmente para fines de lucro.

No crean por favor que tengo una visión anticapitalista sino que un reclamo frontal a sus vicios; no una condena sino una apreciación. Además, lo sabemos, la Evangelii Gaudium hace una hermenéutica del capitalismo desde los pobres y es un documento sobre la nueva evangelización, no sobre el capital y la economía.

Desde este punto de vista, personal, por tanto discutible, defiendo que un capitalismo insolidario es de por sí, contradictoriamente, «anti-capitalista». Si el bienestar compartido y la distribución funcional del capital, de los medios, los recursos, la bonanza y el bienestar deberían alcanzar a todos los implicados en la cadena trabajo-capital-riqueza pues todos los que intervenienen en él son a la vez actores co-envueltos, co-implicados y co-responsables en la estructura productiva del sistema económico. El resultado macroeconómico no siempre coincide ni se refleja con coherencia en el manejo cotidiano de una realidad que golpea hoy a tantos europeos, como el paro.

3. El hedonismo de los números

Los entes financieros mundiales manejan cifras, números y resultantes en papel moneda, bonos, bolsa de valores e intereses, se despreocupan de la dignidad de cada ser humano y se refieren al hombre como un medio para lograr una finalidad que es la renta renovable que rinde un capital, y no como persona. Lo deseable sería que el crecimiento económico conlleve simultáneamente una justicia social y un bienestar que asegure a todos -equitativamente- un ordenamiento social justificado. Eso es lo que pasa. Yo digo que el Capitalismo no sabe lo que le pasa y ¡eso es lo que le pasa!

Pongo como ejemplo el hedonismo, entendido éste y traducido en un consumismo desenfrenado, en la pérdida del sentido de la vida en función del placer y del tener, a la par que millones de personas sufren el hambre, la desnutrición, la falta de educación y de salud y la violencia estructural que les aísla sin ninguna compasión, es un efecto real de la voracidad de un neoliberalismo sin sentido ético, que ofrece sólo la autocomplacencia y la gratificación de las ganancias redondas, fruto de una codicia incolmable de placer (hedonismo puro) sino también de poseer (egoísmo puro).

Nuestra sociedad desde el paradigma económico liberal y las opciones materialistas que sugiere el proceso desgarrador de un autosecularismo, busca más dinero, más belleza, más salud, más fama, más juventud y más erotismo, y no se habla de más amor. Esto atrofia la capacidad admirativa y la cualidad contemplativa en el hombre contemporáneo. Por eso es que el dinero y el cortejo de placeres y compensaciones que con él se puede comprar, son parte del sentir psicológico de una sociedad y de una generación que opta por el egoísmo y cae en formas cada vez más perversas de narcisismo.

La persona si no se autoposee, la persona si no se autoestima, no puede arraigarse en el ser de su propia existencia y tendría que depender de las instancias externas como soporte existencial para auto-reconocerse y auto—trascenderse. Pero al no encontrar en el ámbito de lo material las respuestas profundas de su vida , se dará cuenta que vive un vaciamiento terrible que lo asfixia en su propio egoísmo.

4. Oportunidad de un diagnóstico

No es mi intención denostar el sistema o modelo económico capitalista ni satanizarlo; cuando critico el ordenamiento económico estoy convencido de que una simple modificación del mismo no es suficiente para sanar y mejorar las condiciones sociales; simplemente quiero decir que ese tipo de economía de mercado, que se concretiza en la competencia empresarial, se matizaría y mitigaría con dos cosas altamente compatibles entre sí, una es la política social y la otra la integración de los esfuerzos de actores públicos y privados. Eso está en línea con los criterios de la Economía Social del Mercado, en continuidad con los postulados éticos de la justicia. Claro que se necesita el capital, el dinero, ya que para enfrentar la pobreza se necesita dinero y un gobierno social fuerte y blindado contra la corrupción.

Fuera de Europa no se ha desarrollado mucho la reflexión sobre la «Economía Social del los Mercados», cuyos presupuestos sugieren que la Economía se deje permear de conceptos de economía fundamentados éticamente y que ofrezcan más ventajas para la persona. Muchas fuerzas liberales en sus discursos hablan del efecto «trickle down» (igualdad e integración de la sociedad
) como resultado lógico del desarrollo cuando se despliega con todo su vigor el mercado libre. Es un bello concepto pero el capitalismo global sigue muy pocas reglas, ni siquiera las propias.

La regla más deseable debería ser que el hombre, la persona humana, es el origen, el portador y el optativo de toda la vida social y los medios de producción y sus resultados deberían orientarse a él siempre.

Invoco la autoridad del Papa Francisco y la resonancia mundial de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium para decir que el desarrollo integral de los pueblos y las personas, será tal si éste toma en cuenta la dignidad humana, a toda la sociedad, el ambiente y la equidad real, creando entre ellos un balance armónico, empírico y ético a la vez, que permita recomponer el actual esquema capitalista donde el dinero es primero y los postulados económicos fundamentales de la teoría del mercado ( la división del trabajo, Teoría del valor, teoría de la población, teoría de la renta, la ley de rendimiento no proporcional, la teoría de la distribución, el comercio internacional, entre tantos otros) cedan su lugar al primado de la persona.

La teoría política y económica neoliberal cree que la riqueza se autoregula sin intervención del Estado y al margen de la ética –prescindiendo de ella–, predica que es la ley de la oferta y la demanda la que garantice una solución armónica e igualitaria para lograr un equilibrio dinámico, metabólico, entre el capital y los capitales, la dignidad humana, el medio ambiente y una sociedad sin conflictos ni tensiones. Es un desideratum al que habría que hacerle pocas objeciones (aunque sí muchas preguntas) y sería como un producto «homeopático» que lo cura todo.

Pero lo que se da en la práctica es que, según ésta teoría es el individualismo de cada uno el que estimula el rodaje de la maquinaria del sistema. Los productores y dueños del capital ponen todo su empeño para conseguir el máximo beneficio, mientras que los trabajadores ponen todo su trabajo con la ambición del mayor sueldo posible.

5. Equilibrio entre teoría y práctica sin espacios éticos

Al decir el Papa la frase «Esta economía mata», no se refiere de manera unívoca a la economía del mercado, sino de manera traslaticia a ciertos excesos de una práctica económica de mercado que excluyen al ser humano, lo desplazan y lo aniquilan, mientras por otra parte, la deficiencia sistémica de incentivos deviene la parte más sensible e importante del planteamiento pero en detrimento de la persona, que al final queda relegada e ignorada pero es quien sufre las consecuencias de sus injusticias: marginación, exclusión, inmigración, paro laboral, sin salidas ni perspectivas y, en suma, la pobreza. Como ven, se trata, pues, tan solo, de afirmaciones constatables sobre un sistema vulnerable. Y eso nos anima a pensar que lo que está mal hoy es superable mañana.

Para que haya capital tiene que funcionar con mucho equilibrio y proporción la empresa y, con ella, el mercado, la propiedad privada, los medios de producción y la distribución de los bienes de consumo, pero cuando se rompe este equilibrio, que es la resultante de la capacidad de mantener una condición económica interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y estímulos con el exterior, entonces se da en la economía del mercado algo así como un tema de metabolismo, como un malestar estomacal y la alteración del aparato digestivo. Es una comparación para referirme al «malestar» del neoliberalismo a ultranza. El capitalismo, con su red de sistemas de control realimentados, busca una forma de equilibrio dinámico entre su teoría y la práctica pues en muchos lugares el resultado es que a más teoría menos práctica exitosa en la aplicación de sus grandes teoremas y postulados dogmáticos fundantes.

El discurso optimista y positivo, científicamente puro, teóricamente pulcro y perfecto de una forma de Economía de Mercado, propio del modelo neoliberalista, fundado sobre el dominio de la técnica, del dinero y de la deuda, dependientes de la hegemonía de las finanzas especulativas, viene a ser como la tierra mítica donde puede nacer como un gigante el»Homo economicus«; y a la par del primer escenario ponemos otro, ideal también: un ambiente “humanizado” fundado sobre la condición éticamente deseable que promueva el desarrollo integral de los pueblos y de las personas basado sobre el humanismo económico, en donde pueda crecer como un héroe exitoso y vencedor el «Homo reciprocans«, ese escenario paradisíaco, digo,es ideal. Es también la proyección parabólica de un deseo, quizás de una frustración.

6. Equilibrio entre teoría y práctica con espacios éticos

Mientras no se dé un espacio ético a la persona humana en el planteamiento económico, la economía del bienestar con todo y sus cuernos de la abundancia se desplomará y veremos países ricos agonizar en la pobreza.

Es natural que admitamos en este punto que las generalizaciones pueden ser insostenibles por ser falsas, y admito que existen diferencias entre los órdenes económicos de países individuales, con sus defectos y sus aciertos. Hoy por hoy, el falso capitalismo distorsiona la mirada hacia los destinos individuales, los débiles, los pobres, con una miopía culposa y cómplice: La «Economía de la codicia», es la misma que promueve «la globalización de la indiferencia que desemboca en actitudes egoístas» (EG, 54). Existe ese desequilibrio.

Hay que ser moderados y realistas, quizás hiperrealistas, al reconocer que una Exhortación Apostólica (Evangelii Gaudium) no tiene la fuerza coercitiva ni el talante autoritario que pudiese imponer, por «decreto», que de ahora en adelante la economía liberal del mercado generará un estilo de relacionalidad, cooperación y mutualidad tales que hagan que esto renueve la faz de la tierra. Si hay riqueza es la riqueza entonces la que hay que distribuir, aumentar y desconcentrar, al punto que se de espacio a la subsidiariedad con miras al bienestar general.

Lo que considero que se puede trabajar mucho es en mantener la cohesión social, la solidaridad y la moral, implicando en esto a los responsables con capacidad de tomas de decisiones, en cuyas manos está el poder de implantar ese orden social y económico en el que la persona cuenta cada vez más como sujeto que como cosa. Sostengo que es la persona el elemento catalizador por excelencia de cualquier desviación del capitalismo como modelo social. Para sanar sus debilidades antropológicas y su desgaste ético es necesario volver a la persona humana y tenerla como referente ineludible. Ahí se superaría la tensión entre las grandes fuerza financieras y la equidad social.

Los valores religiosos y culturales no siempre se toman en cuenta en las diferentes decisiones económicas. Qué bueno sería que para implementar una política de ordenamiento sobre la economía social del mercado se pudiera institucionalizar un diálogo inter-eclesial y entre las religiones. Eso mismo haría cundir el esfuerzo de re-equilibrar los resultados de una hiper-economía liberal sin conciencia ética ni implicaciones morales.

Hay una dimensión objetiva-subjetiva de los valores que, en su compendio, constituyen una “línea ética” que nos abre al amor, a la gratuidad, a la generosidad. Es eso lo que esencialmente hemos de aportar al mundo, en su di-polaridad (no hablo de bipolaridad sino di-polaridad): riqueza-pobreza, libertad-opresión, éxito-fracaso, igualdad-hegemonía,etc., de manera que lo económico no elimine al hombre concreto ni lo tiraniza.

En términos generales, la economía del mercado sigue siendo el medio más efectivo para generar riqueza y promover a las personas; por eso la Centessimus Annus legitima la i
niciativa privada y la libre empresa; la Evangelii Gaudium no contradice ni fustiga esos principios basilares de la teoría del Mercado tampoco, pero alerta sobre la posibilidad de que los intercambios de los beneficios rindan de tal forma servidumbre a la tiranía de la riqueza que por alcanzar sus fines crematísticos posponga a la persona y la desplace a un punto tal que se convierta en medio y no en fin. Por eso urgen espacios éticos para que la Economía del mercado respire y se oxigene.

7. La complejidad de la pobreza

La pobreza es relativa, y aunque hay augurios de que a nivel global está neutralizándose y descendiendo, todavía hemos de hacer mucho para superar la “tara social de la indiferencia” (me gusta decir así); sin una orientación adecuada de la conciencia personal no llegaremos nunca a convertirnos en ese homo reciprocans que es para nosotros un ideal cristiano de solidaridad y empatía.

Para lograr algo más en este sentido hay que hacerlo, hay que provocarlo: si todavía hay instancias sociales y políticas que niegan una participación abierta y pública a la fe cristiana; si al interno de la Iglesia falta una auténtica cultura cristiana social; si en las Universidades católicas no es frecuente el discurrir sobre los fundamentos epistemológicos de la economía y sus consecuencias; si nuestros teóricos y académicos olvidan que debajo de una propuesta o modelo económico existe implícitamente una antropología “x”, “y” o “z”; si la predicación y la homilética exhorta a una aceptación pasiva de la realidad sin una invitación a superarla y afrontarla con valentía e inteligencia, si esto es así, es el momento en que cada uno debe decidir empezar a hacer de modo que los cambios se puedan dar asumiendo cada uno su responsabilidad. Pero la fórmula que funcionará en este sentido será necesariamente poner la persona al centro.

8. La empresa privada contra la tentación de la ganancia absoluta

Hoy más que nunca la Empresa es motor de la vida social y, en cuanto tal, no puede ser neutra, desaborida ni amorfa. Hay un asunto de identidad y de cultura de empresa que hay que considerar, aprendiendo a conjugar sinérgicamente con la realidad del territorio en el que se implanta un negocio, sintonizar empáticamente con él y condividir así proyectos de desarrollo.

Un empresario sensibilizado y motivado con los valores humanistas que iluminan y nutren el quehacer económico, antes debe ser alguien plenamente consciente de las propias potencialidades alcanzando crear relaciones fuertes y duraderas, fundadas sobre la comprensión recíproca y sobre el respeto, también cuando se dan errores, tensiones y dificultades. Optar por una actitud de juicio es colocarse en un contexto mental y psicológico que no permite percibir los límites, quizás, eventualmente graves (la viga en el propio ojo), que uno puede tener y que a lo mejor no alcanza a remover. Aceptar las críticas implica escuchar y muy frecuentemente es más difícil que el simple hablar. También el empresario tiene necesidad de este self control, antes, durante y después de las operaciones de las que dependa la vida de los otros y el bien común de la sociedad.

Si las motivaciones y las estrategias que sigue un empresario son a la medida de la persona y tienden a su plena realización, aunque sea pagando el costo de entrar en dialéctica con aquellas leyes de la economía de mercado que tanto condicionan el ejercicio del emprendimiento, esta opción convierte el capital y la hacienda en un instrumento al servicio de una mejor condición civil; en cambio, el empresario que orienta la propia actividad buscando solamente un consenso comercial, arriesga dilapidar el patrimonio de talentos que se le han confiado.

Construir sobre la roca es la orientación a la cual tiende siempre y en toda circunstancia para asegurar la honestidad de los procesos comerciales y productivos de una empresa; aun cuando los demás, la competencia, la misma corrupción del Estado, parecen conquistar posiciones buenas, pero que son a la larga efímeras. La honestidad y el apego a una cultura de la legalidad deben ser los dos rieles infaltables sobre los cuales se mueve y se articula la actividad empresarial. Es que las ganancias y las victorias de ayer son siempre menos importantes que los proyectos de mañana.

La economía del mercado puede redimir sus excesos prácticos si en el momento de inspirar y establecer una empresa se tuviese en cuenta siempre el bien común, dando por un principio indiscutible, moralmente introyectado en la conciencia moral del emprendedor, que el trabajo se convierte en instrumento de edificación para sí y para la generación futura y las ganancias, que siempre las habrá, serán el fruto coherente de su esfuerzo y dedicación. Quien obra con coherencia, ahí cuando encuentre obstáculos irremontables (insuperables), debe preguntarse si aquel proyecto es correcto, si el lugar es el propicio para realizarlo y si aquel contexto es justo y adecuado para tener éxito. Es ahí donde el empresario también puede hacer un ejercicio de fe, si bien “La fe no es un refugio para gente sin coraje, sino la dilatación de la vida…” (Lumen Fidei, 53).

9. La Economía como instrumento de humanización

Indudablemente el Mercado es uno de los grandes escenarios de encuentro de los seres humanos y establece que unos de los grandes signos de la pobreza, sea de los individuos que de las comunidades y de los países, es no tener la oportunidad de participar activamente o creativamente al “mercado” o deber hacerlo en un “mercado degradado” o donde se han perdido todas las perspectivas.

Como la Doctrina Social de la Iglesia no fue, no es, ni será una vía alternativa ni al capitalismo liberal ni del capitalismo social, ni a las formas comunitarias de la administración de la economía, sino una formulación meticulosa de aquello que el

ser humano, individualmente y comunitariamente, necesita para participar en la construcción de la comunidad local y de la comunidad internacional y que a la vez se convierte en uno de los núcleos que define el encuentro generador de ellos, el mercado.

El libre mercado debe ser portador de una política que contribuya a la humanización, a formas más elevadas de humanización, como la “civilización del amor” que procura el cristianismo y no puede ser parte de la retórica maniquea que busca garantizar la seguridad de algunos a a través del desprecio de la existencia de los otros. Me parece a mi que es incuestionable el que igual que no puede haber desarrollo sin seguridad como tampoco seguridad sin desarrollo.

El libre mercado, no es enemigo de la cooperación. Sobre todo si reconocemos que ante tan graves asimetrías económicas, sin una cooperación para un desarrollo verdaderamente integrante, para los gobiernos de algunos pueblos y comunidades el margen de maniobra que le queda a sus gobiernos es mínimo y el margen de humanización de los mercados es nulo. Por eso subsisten como males sin solución problemas derivados de esta mencionada asimetría: deuda externa, control de la especulación financiera, medio ambiente, emigración, derechos humanos, democracia, justicia, pobreza, salud, educación, etc.

Muchos críticos, y la Evangelii Gaudium no está lejos de esta apreciación, han notado el carácter intrusivo y hasta e invasivo de la lógica de mercado que reduce siempre más el área disponible para la comunidad humana, para la actividad voluntaria y pública a todos los niveles. El mercado, obviamente, impone su modo de pensar y de actuar y establece su escala de valores inherentes a sus opciones. Creo que la economía del mercado se convierte en un gran desafío para la Nueva Evangelización.

Oscar Andrés Cardenal Rodríguez Maradiaga, s.d.b.
Arzobispo de Tegucigalpa, Honduras.

Madrid, 10.4.2015

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Oscar Andres Rodriguez Maradiaga

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