Aliento al pueblo napolitano con la beatificación de Maria Giuseppina, carmelita

El rito se celebró el domingo en la catedral local

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NÁPOLES, lunes, 2 junio 2008 (ZENIT.org).- Un reclamo a su herencia espiritual de santidad ha resonado entre los fieles de Nápoles (Italia) durante la beatificación, el domingo por la tarde en la catedral, de Maria Giuseppina de Jesús Crucificado (1894-1948), carmelita descalza.

El prefecto de la Congregación vaticana para las Causad de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, como representante del Papa, pronunció la fórmula de beatificación; el arzobispo de Nápoles, el cardenal Crescenzio Sepe, presidió la Eucaristía.

La beata napolitana (en el siglo Giuseppina Catanea) ya desde el inicio de su vida religiosa sufrió graves enfermedades que la llevaron casi a la muerte.

«Golpeada por una grave forma de tuberculosis» que le había provocado parálisis, Maria Giuseppina «fue curada por intercesión de san Francisco Javier, quien se le había aparecido en sueños y cuya reliquia del brazo le había sido llevada a la celda», recordó el cardenal Sepe en su homilía.

Enseguida, fue invitada a desarrollar su apostolado en el locutorio del convento. «Obedeció al cardenal Ascalesi, quien le pidió que acogiera a sacerdotes, a seminaristas, pero también a personas de toda condición social», de manera que desde el convento de Ponti Rossi la nueva beata «hizo que se extendiera la luz de Cristo en las almas», sintetizó.

Como explica la familia carmelitana, Maria Giuseppina unió admirablemente la contemplación continua al apostolado incesante; enriquecida de gracias particulares, las puso al servicio de los hermanos atribulados en el alma o en el cuerpo. La finalidad de su vida fue la gloria de Dios; su deseo continuo, sufrir con Cristo, por Cristo y en Cristo hasta morir.

Su vida de clausura «no fue un límite o un cierre», «sino una providencial ocasión y oportunidad para derramar en el corazón de nuestra gente una luz de esperanza», subrayó el cardenal arzobispo de Nápoles.

E indicó la «fuente de este fecundo apostolado»: «la plena y perfecta unión» de la nueva beata «con Cristo Crucificado, el enamorado que le llena de amor y le hace estar alegre incluso en el sufrimiento».

Giuseppina Catanea, desde su nacimiento, se había nutrido «espiritualmente de esa ‘napolitaneidad’ que ha formado una hilera de santos y beatos que, todavía hoy, añaden nuestro territorio entre los más ricos y ejemplares en la viña del Señor», recalcó el cardenal Sepe.

En su mensaje en el marco de la celebración, el cardenal Saraiva dijo: «La Iglesia en Nápoles debe hoy al Carmelo, como lugar y escuela de santidad, no sólo el don precioso de una hija suya elevada al honor de los altares, sino también el más autorizado reclamo a la vocación universal a la santidad».

Pablo VI, en 1973, decía a los carmelitas. «Vosotros sois ‘hijos de santos’, mirad atentamente la inmensa herencia espiritual que se os ha entregado». El cardenal prefecto aplicó estas palabras a los fieles de Nápoles.

«Queridos napolitanos, también vosotros sois hijos de santos: de ellos se aprende a elevar, hasta las realidades celestiales, los horizontes de la esperanza, sin dejar el compromiso por la edificación de la ciudad terrena, aun con todos sus problemas, urgentes e inquietantes», exhortó.

Y de la nueva beata incidió en la enseñanza de la «exigencia ineludible de la dimensión contemplativa en la vida de todo cristiano», e insistió: «Cuanto más contemplamos al Señor, en medio de sus santos, entrando en viva comunión con Él, más se fortalece en nosotros la esperanza en el empeño activo y eficaz para mejorar, para cambiar el mundo que nos rodea».

«Deseo ardientemente vivir en la voluntad de Dios»: una frase de Maria Giuseppina que condensa su vida y el programa que «debe ser -subrayó el purpurado portugués– la gran aspiración de todo cristiano, en plena conformidad a la palabra de Cristo, único y supremo modelo»: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Juan 4,34).

«Termino con el gran honor de haceros partícipes de la especial bendición apostólica y el saludo de Benedicto XVI quien, como os ha demostrado -expresó el cardenal Saraiva–, lleva en el corazón a Nápoles, a esta Iglesia, a su venerado pastor y a todos los miembros del Pueblo de Dios».

Por Marta Lago

 

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ZENIT Staff

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