Amor, placer y felicidad sin fin

Comentario al evangelio del Domingo 27° del T.O./B

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, 4 octubre 2012 (ZENIT.org).-Ofrecemos el comentario al evangelio del próximo domingo de nuestro colaborador padre Jesús Álvarez, paulino.

*****

Por Jesús Álvarez SSP

«Llegaron donde Jesús unos fariseos que querían ponerlo a prueba y le preguntaron: «¿Puede un marido despedir a su esposa?» Les respondió: «¿Qué les ha ordenado Moisés?» Contestaron: «Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse». Jesús les dijo: «Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe». Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: «El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también ésta comete adulterio». (Mc. 10, 2-16; ndr. forma breve: 10,2-12)

El matrimonio tiene sentido y destino de éxito eterno en el amor, en el placer y felicidad sin fin, porque el amor, que es su fundamento y su vida, tiende a crecer indefinidamente, hasta hacerse eterno. Los esposos que se aman de verdad, desean que la felicidad propia del matrimonio y de la familia, se haga eterna. Pero eso tiene un costo: cumplir las leyes del amor verdadero dadas por el Creador del matrimonio, y evitar cuanto pueda destruirlo, sobre todo el egoísmo que suplanta al amor.

Al amor verdadero van siempre unidas la libertad y la felicidad, incluso en medio del sufrimiento, y a veces gracias al sufrimiento, por paradójico que parezca. La indisolubilidad del matrimonio propuesta por Jesús, no es cuestión de leyes, sino de vida y de amor; es la posibilidad, la oportunidad y responsabilidad para el amor total, para la felicidad en el tiempo y en la eternidad: felicidad  de la mente, del corazón, del espíritu y del cuerpo, ya en esta vida, en cuanto es posible.

Pero esto no es gratuito, y muchos optan por no pagar su precio, cediendo al engaño fatal de tomar por amor y felicidad lo que es solo un poco de placer fugaz del cuerpo, mientras que la felicidad es conquista de la mente, del corazón, de la voluntad y del corazón: brota de las profundidades del ser, de los valores esenciales de la persona total y de la vida.

La indisolubilidad del matrimonio no es un castigo, sino un programa de vida plena y feliz, a pesar de los sufrimientos. Jesús ratifica el plan inicial de Dios, sin conceder rebajas al egoísmo. Sabe muy bien que cualquier otro camino lleva al fracaso, al sufrimiento. Los fracasos matrimoniales son tantos porque son muy pocos los que buscan y viven el amor verdadero: el amor-felicidad-libertad, sumergido en el amor de Dios, su fuente. El amor cortado de esa fuente, se pervierte en egoísmo y siembra desolación, como vemos a diario y en todo el mundo.

El matrimonio indisoluble es una buena noticia, un sí a la familia, a la vida, a la felicidad, a la dignidad de la mujer y del hombre, al amor pleno, al derecho del niño a nacer, a tener y amar a un padre y a una madre que se amen y lo amen. Es un sí a la felicidad temporal de la familia, que encontrará la plenitud de la felicidad en la Familia Trinitaria, origen y meta de toda familia.

Los padres tienen también la misión de engendrarse mutuamente y engendrar a sus hijos para la vida eterna,que constituye el éxito final y total del matrimonio, del amor conyugal y familiar. Pues ¿de qué les sirve a los esposos ganar todo el mundo y engendrar hijos e hijas, si al final los pierden y se pierden a símismos? La sexualidad, para que sea realmente humana, feliz y salvadora, debe ser comunión de amor entre dos, en cuerpo y espíritu, pero a la vez comunión de amor con Dios, creador de la vida, de la sexualidad, del amor y de la familia.

Una pareja o familia sin amor, es un lugar de fiesta convertido en infierno. La solución no está en destruir la planta con el divorcio, sino en volver decididos a cultivarla con amor, fe, oración, esperanza, decisión, perseverancia y optimismo, pues para Dios y para quien cree en él y a él se acoge, nada hay imposible.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación