Anna Katharina Emmerick, cuya vida se unió a Jesús-Eucaristía, beatificada

El Papa eleva a los altares a la religiosa y mística alemana

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 octubre 2004 (ZENIT.org).- Este domingo, a pocos días del inicio del Año de la Eucaristía, Juan Pablo II ha beatificado a Anna Katharina Emmerick, religiosa agustina de origen alemán que, estigmatizada, vivió el misterio de la Pasión de Cristo, desarrolló un fecundo apostolado desde su invalidez física y llegó a vivir sólo de la Eucaristía.

El 8 de septiembre de 1774, en una humilde granja del pueblo de Flamske, en Coesfeld, cerca de Dülmen –diócesis de Münster (Westfalia), al noroeste de Alemania–, fue bautizada, el mismo día de su nacimiento, Anna Katharina Emmerick. Tenía nueve hermanos.

Desde los cuatro años de edad tuvo frecuentes visiones de la historia de la Salvación. Tras muchas dificultades causadas por la pobreza de la familia y su oposición a que eligiera la vida religiosa, ingresó en 1802 –a los 28 años de edad— entre las Canónigas regulares de San Agustín, en el monasterio de Agnetenberg, en Dülmen.

El año siguiente hizo el voto monástico. Con ahínco participaba en la vida de la comunidad, si bien «la vida claustral fue bastante dura» porque las otras «canónigas no dejaban de subrayar su baja condición social» y por su salud, «que comenzó a declinar rápidamente», explicó ante los micrófonos de «Radio Vaticana» el postulador de la causa de beatificación, Andrea Ambrosi.

«Desde pequeña padecía cierto raquitismo que entre las paredes del convento se acentuó tanto que durante años permaneció en cama», recordó. De hecho, la biografía difundida por la Santa Sede señala los grandes dolores que tenía Anna Katharina Emmerick.

Suprimido el convento de Agnetenburg en 1811 por parte de las autoridades como consecuencia de la secularización, la futura beata también se vio obligada a abandonar el lugar.

Un sacerdote refugiado de Francia, el padre Lambert, que vivía en Dülmen, la recibió como ama de la casa. Desde 1813 en adelante la enfermedad la obligó a la inmovilidad, así que su hermana menor Gertrud pasó a cuidar de la casa.

«A partir del final de 1812, desde el momento en que en ella ya se manifestaban los dones sobrenaturales, se añadió aquel fenómeno» constituido por «la aparición de los estigmas», relató el postulador.

«Al principio hizo de todo para ocultarlos, pero después el caso fue conocido y toda la gente quería verla, pero no sólo por el hecho externo de los estigmas, sino también por su gran bondad y por un don que tenía, que era el de penetrar las almas que más sufrían, las más laceradas, llevándoles la paz», aclaró Andrea Ambrosi.

«Llevó consigo los estigmas de la Pasión del Señor y recibió carismas extraordinarios que empleó para consuelo de numerosos visitantes. Desde el lecho desarrolló un gran y fructífero apostolado», constató el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, al leer el pasado julio el decreto de reconocimiento del milagro –que abrió las puertas a la canonización de Emmerick– ante Juan Pablo II.

Desde aquel mismo año Anna Katharina Emmerick tampoco tuvo más alimento que la Comunión, y pasó por tres exhaustivas investigaciones de la diócesis, la policía bonapartista y las autoridades.

Los últimos años de su vida vivió día a día la predicación y la Pasión de Jesús. El lunes 9 de febrero de 1824 murió consumada por las enfermedades y las penitencias.

Anna Katharina Emmerick «vivía en perfecta sintonía con el misterio de la vida, pasión y muerte de Jesús –prosigue el postulador–. Sus estigmas son el testimonio clarísimo de su unión existencial con Jesús».

«Su disponibilidad al sufrimiento no tenía otro fundamento que su amor hacia el Crucifijo y su preocupación por el prójimo», recalca.

Anna Katharina Emmerick, exclaustrada por la invasión napoleónica, inválida y estigmatizada, trató de describir en su dialecto bajo alemán las visiones cotidianas de lo sobrenatural que ella misma encontraba indecibles.

Un notable escritor alemán, Clemens Brentano, al tener noticia de ello, conoció a la monja, se convirtió y permaneció al pié de la cama de la enferma copiando los relatos de la vidente desde 1818 a 1824.

Fruto de esta labor es «La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo», un libro que representó un acontecimiento mundial. Brentano murió dejando inacabadas las visiones de la «Vida de María». En lo sucesivo, distintos especialistas editaron los «Diarios» y compilaron, cada uno a su modo, las visiones sobre la Iglesia, el Antiguo Testamento, la Vida pública de Jesús y la Iglesia naciente.

Poco tiempo después de la muerte de la mística alemana, en la diócesis de Münster «estaba tan viva su fama de santidad que entre toda la población y también entre el clero se dio un vivo deseo de promover su causa de beatificación», explica el postulador Andrea Ambrosi.

Surgieron entonces dificultades: por los difíciles momentos históricos y religiosos que atravesaba entonces Alemania, pero también por la falta de claridad de los escritos de la religiosa, textos «incluso en el límite de un catolicismo poco “ortodoxo”», motivo por el cual el entonces Santo Oficio intervino varias veces para bloquear la causa y pedir nuevos pareceres de teólogos, añade Ambrosi.

Desde el momento en que se descubrieron «manipulaciones» de Brentano en las revelaciones de Emmerick, «la causa emprendió un camino más veloz», aclara el postulador.

Declarada Venerable a finales del siglo XIX, su proceso de beatificación se reanudó en 1972. En 2001 se declaró la heroicidad de sus virtudes.

«La vida de Anna Katharina Emmerick está caracterizada por una profunda unión con Cristo», además de que tenía una «ardiente» devoción a la Virgen María, subraya la Santa Sede en la biografía que ofrece.

«Servir a la obra de la salvación por medio de la fe y del amor» es el aspecto en que la futura beata puede servir de modelo a los fieles de hoy, concluye.

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ZENIT Staff

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