"Ante la crisis, comunidades fraternas", mensaje episcopal

Con motivo del 18 de enero, Jornada Mundial de las Migraciones

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MADRID, martes, 13 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que han escrito los obispos de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española con el título «Ante la crisis, comunidades fraternas», con motivo de la Jornada Mundial de las Migraciones (18 de enero).

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En su mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones en 2009, el día 18 de Enero, el Santo Padre nos invita a acercarnos a la persona de san Pablo, cuyo nacimiento hace 2.000 años celebramos, a participar de sus mismos sentimientos y actitudes y a seguir su ejemplo en su relación con las personas más diversas, a las que dedicó su ministerio apostólico y por las que entregó su vida. San Pablo emigrante, Apóstol de los pueblos es el lema elegido por el Papa para esta jornada.

1. San Pablo, modelo de emigrante y Apóstol

San Pablo es modelo tanto por su condición de emigrante -nace en Tarso, adonde habían emigrado sus padres, y su vida está marcada por su condición de itinerante- como por su ministerio de Apóstol. Se siente destinado a llevar la Buena Nueva del Evangelio a los pueblos más extraños, sin distinción de razas, culturas, religiones, clases sociales…, y a constituir con ellos comunidades fraternas, inspiradas por el mismo Espíritu, alimentadas por la Palabra de Dios y por la fracción del pan, en las que se viva la acogida, se compartan los bienes, con especial atención a los más débiles y necesitados, y sus miembros se fortalezcan para dar testimonio del Señor resucitado.

San Pablo nos ofrece un modelo de mensaje válido para todo tiempo y lugar, tanto por su contenido, el puro Evangelio, como por su ardor, sus expresiones y su método para hacerlo llegar a los más diversos destinatarios. Nos ofrece, sobre todo, el secreto del buen misionero, su pasión por el Señor Jesucristo, sólo para el cual, en el cual y por el cual vive, a raíz de su conversión.

2. Nuestra actual situación

España cuenta hoy con más de cinco millones de extranjeros, en su mayoría inmigrantes, procedentes de más de cien países distintos, pertenecientes a muy diversas religiones, culturas, razas, clases sociales…, con una crisis económica de dimensiones y de duración imprevisibles, con un paro creciente, cuyas primeras víctimas suelen ser los trabajadores en situación más precaria, muchos de ellos sin la red de su familia y de su pueblo. Por otra parte, se reproduce de alguna manera, salvando las distancias, el mundo tan variado, tan desigual, tan materialista, tan esclavo de sus propios vicios, y a veces tan injusto, en que se desenvolvió la vida y el ministerio de Pablo.

Como a él, también a nosotros nos ha escogido y nos envía el Señor a llevar a los hermanos que viven entre nosotros el mensaje liberador del Evangelio, acompañado por los signos propios que, según prometió el mismo Señor a sus discípulos, acreditarían nuestro mensaje.

3. Ante la crisis, comunidades fraternas

Ante la crisis, comunidades fraternas es el lema que hemos escogido para esta Jornada los obispos de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española. Queremos con ello, siguiendo la línea del Mensaje del Papa y a imitación de san Pablo, en el Aniversario de su nacimiento, renovar y reforzar nuestro servicio de Iglesia en la atención a nuestros hermanos inmigrantes, refugiados y víctimas de cualquier forma de abuso o explotación.

Nuestro servicio comienza en los países de origen de los inmigrantes llevándoles o haciéndoles llevar ayudas más generosas, que remedien sus males endémicos de hambre, enfermedad, incultura, subdesarrollo, hasta hacer innecesaria o poco atractiva la emigración o la aventura, así como la explotación y el abuso por parte de negociantes sin escrúpulos.

Pero más importante y eficaz aún que la ayuda o el envío de recursos materiales, es la ayuda humana, es decir, personas que dediquen su vida o parte de ella a servirles, encarnándose y levantándose con ellos, al estilo de san Pablo, que se hizo todo para todos para salvar a algunos. En esta línea está el servicio de los cooperantes, de los voluntarios y sobre todo de los misioneros. Estos dejan todo y, asumiendo el sacrificio y el riesgo del desarraigo, de la aclimatación a otros países, culturas y costumbres, entregan su vida al servicio de los más pobres de la tierra. Tienen como primer objetivo, como san Pablo, anunciarles a Jesucristo como el Salvador e invitarles a seguirle y a entrar en su familia, la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, se implican en ayudarles a liberarse de la esclavitud y de la humillación de la pobreza, de la incultura de la enfermedad, del subdesarrollo y, en muchos casos, de la muerte.

4. Ayuda en origen

Sin perder de vista la realidad en los países de origen, a la que hemos de acudir con más generosidad, cada vez se nos presenta en nuestro país la situación de muchos inmigrantes y de sus familias como una seria interpelación a nuestra conciencia, a la Iglesia y a la sociedad. Se trata de personas, para nosotros hermanos, que un día vinieron a nosotros invitados, contratados, o simplemente atraídos por la fascinación de de un soñado paraíso. Muchos de ellos han colaborado con su trabajo y con sus servicios, en tiempo de prosperidad, al desarrollo y al bienestar de todos nosotros, aumentaron considerablemente los recursos de nuestro país, de la caja de la hacienda pública y de la Seguridad Social, animaron el consumo, el mercado de la vivienda y la vida laboral en general. Rejuvenecieron la vida de nuestra envejecida sociedad y de nuestras parroquias, colaboraron y colaboran en las tareas de la comunidad cristiana, hacen patente el pluralismo de razas, culturas y lenguas en la unidad y en la comunión de la Iglesia.

En lugar de estarles agradecidos, ahora, en momento de crisis, de paro y de recesión, no podemos abandonarlos a su suerte. Llaman a nuestra puerta, nos piden ayuda, a veces para salir de un grave apuro; en muchos casos incluso, sencillamente, para comer.

5. Tarea urgente de la Iglesia local

Alabamos las iniciativas de muchas instituciones y organizaciones de la Iglesia, como las diócesis, con sus servicios a la pastoral con los inmigrantes, Cáritas en sus diferentes niveles -parroquial, interparroquial, diocesano, interdiocesano…- las organizaciones de los institutos y organizaciones de la vida consagrada, las numerosas iniciativas de muchos seglares, que están reforzando y adaptando sus estructuras de servicio a los inmigrantes. Les animamos a seguir en este noble y generoso empeño.

La magnitud, gravedad y urgencia de las necesidades que de él se derivan es tal que estamos convencidos de que, aun poniendo en juego todos nuestros recursos materiales y humanos como Iglesia, no podremos solucionar tantas necesidades. Por eso se impone la colaboración con los servicios de las administraciones públicas y de la sociedad en general. Es más, es necesario que como Iglesia, en el ejercicio de nuestra función profética, denunciemos todo abuso e irregularidad y urjamos a los diversos responsables a que asuman sus compromisos y cumplan con su obligación de garantizar a toda persona, que vive entre nosotros o que viene a nuestro país, urgido por la necesidad, el respeto a su dignidad y a sus derechos fundamentales.

6. Servicio de profesionales y voluntariado

Las situaciones que se pueden dar en los inmigrantes y en sus familias son tan variadas y complejas que, en muchos casos, no basta con la buena voluntad. Es necesario contar con personas preparadas en los diversos campos, como el de la educación, la sanidad, la legislación… Además de la necesidad de recurrir a las instancias competentes, habremos de urgir la colaboración generosa de personas preparadas y competentes en estos servicios, dentro de la comunidad cristiana. Son siempre de agradecer los servicios de profesionales que, más allá de su dedicación por oficio o por cargo, dedican parte de su tiempo, de sus recursos y de sus conocimientos a atender gratuitamente a inmigrantes y a otras personas necesitadas.

De todos modos, cada uno de nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, así como nuestras parroquias, comunidades, grupos cristianos, organizaciones de la diócesis, de las parroquias y de la vida consagrada, Cáritas y otras, hemos de sentirnos llamados y urgidos a acoger fraternalmente en nuestras familias, comunidades organizaciones y grupos a nuestros hermanos y prestarles los servicios que estén a nuestro alcance. Que nadie se sienta extranjero o extraño entre nosotros.

7. Amor fraterno que nace del amor de Dios

Valorando siempre el trabajo de los profesionales, el servicio fraterno cristiano nace, sobre todo, de la comunión con el Señor, que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros y nos ha mandado hacer lo mismo. Más aún, se identifica con cada una de las personas que sufren y considera como hecho a Él mismo cuanto hagamos por nuestros hermanos, los más débiles y necesitados.

El Santo Padre nos recuerda en su Mensaje para esta Jornada que «cuanto más unida a Cristo está la comunidad, tanto más solícita se muestra con el prójimo». Quiere decir que la fuerza y el impulso que nos llevan a amar y servir a nuestros hermanos, nacen, como en san Pablo, de la unión e identificación con Cristo, que nos comunica su amor, por el cual nos sentimos impulsados a amar a los hermanos con el mismo amor con que somos amados.

Si somos conscientes de que Dios, nuestro Padre, nos ama como hijos, «¿cómo no hacernos cargo -dice el Papa- de las personas que se encuentran en penurias o en situaciones difíciles, especialmente entre los refugiados y los prófugos? ¿Cómo no salir al encuentro de las necesidades de quienes, de hecho, son más débiles e indefensos, marcados por precariedad e inseguridad, marginados, a menudo excluidos de la sociedad?».

Conclusión

Con palabras del Santo Padre pedimos «que la enseñanza y el ejemplo de San Pablo, humilde y gran Apóstol y emigrante, evangelizador de pueblos y culturas, nos impulse a comprender que el ejercicio de la caridad constituye el culmen y la síntesis de toda la vida cristiana».

Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones

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ZENIT Staff

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