Anunciar con la vida el amor de Dios: reto del cristiano; según el Papa

Medita en el Salmo 116 durante la audiencia general del miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 28 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II está convencido de que el testimonio del cristiano hoy consiste en anunciar con la vida el amor de Dios «incansable» por cada hombre y mujer.

«El amor fiel de Dios no desfallecerá y no nos abandonará a nosotros mismos, a la oscuridad de la falta de sentido, de un destino ciego, del vacío y de la muerte», aseguró durante la audiencia general concedida en la Sala de las Audiencias del Vaticano.

El Papa desnudó así el mensaje central del Salmo más breve de la Biblia, el 116, compuesto en el original hebreo por tan sólo diecisiete palabras, continuando con la serie de meditaciones que viene ofreciendo los miércoles sobre los himnos y cánticos del Antiguo Testamento.

El texto del cántico se compone de dos frases: «Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre».

Estas intensas palabras, siguió aclarando el sucesor de Pedro, encierran los dos «rasgos fundamentales del rostro divino» que, al igual que el pueblo de Israel puede experimentar el creyente, y que son imposibles de traducir del hebreo.

En primer lugar, el salmo constata que la relación entre Dios y la persona humana es de misericordia, es decir, «no es fría, como la que tiene lugar entre un emperador y su súbdito, sino palpitante, como la que se da entre dos amigos, entre dos esposos, o entre padres e hijos».

En segundo lugar, el Salmo 116, explica que esta relación es «auténtica», «eterna», pues «Dios nos ama con un amor incondicional, que no conoce cansancio ni se apaga nunca», aclaró el Papa.

De este modo, este pasaje poético de la Biblia reconoce que esta experiencia no es propia sólo del pueblo escogido, sino que puede ser experimentada por todo creyente.

El Papa Wojtyla habló así de un «ecumenismo» de la oración, «que abarca en un abrazo a pueblos diferentes por su origen, historia y cultura».

Ahora bien, aclaró, el cristiano debe ofrecer este testimonio del amor de Dios con la «vida» antes que con «palabras», pues de lo contrario, como advirtió Jesús, «seremos muy poco creíbles».

«Caerán, entonces, de las manos las espadas y las lanzas –explicó el pontífice citando al profeta Isaías–; es más, se convertirán en arados y hoces para que la humanidad viva en paz, cantando su alabanza al único Señor de todos, escuchando su palabra y observando su ley».

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ZENIT Staff

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