Apóstol de la Eucaristía e incansable misionero, el domingo a los altares

Juan Pablo II beatificará el 3 de octubre a Pedro Vigne (1670-1740)

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 27 septiembre 2004 (ZENIT.org).- El próximo domingo –a una semana del comienzo del «Año de la Eucaristía»– Juan Pablo II propondrá a la Iglesia universal la vida y testimonio de un incansable misionero y apóstol del Santísimo Sacramento cuando beatifique en la Plaza de San Pedro (en el Vaticano) al sacerdote francés Pedro Vigne (1670-1740).

«Su especialidad fue la predicación itinerante, la devoción a la Eucaristía y el ministerio de las confesiones», explicó el cardenal José Saraiva Martins –prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos— cuando en presencia del Papa leyó el pasado 19 de abril el decreto de reconocimiento de un milagro que abrió las puertas a la beatificación de Pedro Vigne.

Privas (Francia) –una ciudad muy marcada aún por las consecuencias de las guerras de religión del siglo anterior entre católicos y protestantes–, es donde nació Pedro el 20 de agosto de 1670.

Después de disfrutar de una formación intelectual de buen nivel, al final de su adolescencia «de repente su vida se vió transformada por la toma de conciencia de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía», explica la Santa Sede en una biografía del futuro beato.

Esta experiencia orientó a Pedro «definitivamente hacia Jesús, que entrega su vida en la Cruz por nuestro amor y que, por la Eucaristía, no cesa de darse a todos», prosigue.

En 1690 Pedro ingresó en el seminario sulpiciano de Viviers y fue ordenado sacerdote el 18 de Septiembre de 1694 en Bourg Saint Andéol, por el obispo de Viviers, y destinado como coadjutor a Saint Agrève. Durante seis años ejerció allí su ministerio sacerdotal.

Atento para discernir a través de los acontecimientos la voluntad del Señor sobre su vida, Pedro siguió la llamada a ser misionero entre la gente sencilla y decidió entrar en la Congregación de los Lazaristas en Lyón en 1700.

Allí recibió una sólida formación a la pobreza y a las «misiones populares» y empezó a recorrer pueblos y ciudades con sus compañeros para evangelizar al pueblo cristiano. Seis años después dejó voluntariamente a los Lazaristas, si bien más que nunca le movía la pasión de las almas, sobre todo la gente de los pueblos y caseríos.

«Después de un breve tiempo de búsqueda, su vocación se delinea con firmeza y adquiere un rumbo firme», añade la Santa Sede. Entonces el futuro beato se hizo «misionero itinerante», aplicando su propio método pastoral a la vez que sometía siempre su ministerio a la autorización de sus superiores jerárquicos.

Sin descanso y durante más de treinta años, recorrió a pié o a caballo los caminos del Vivarais, del Dauphiné y otros muchos para hacer conocer, amar y servir a Jesucristo.

Predicaba, visitaba a los enfermos, catequizaba a los niños y administraba los sacramentos. Incluso llevaba a hombros su confesionario para estar siempre disponible para ofrecer la misericordia de Dios a través del sacramento de la Reconciliación.

Celebraba la Misa, exponía el Santísimo Sacramento y enseñaba a los fieles a adorar. La Virgen María, «Hermoso sagrario de Dios entre los hombres», tenía un lugar de predilección en oración y enseñanza de Pedro Vigne.

En el transcurso de una de sus misiones, en 1712, llega a Boucieu le Roi, donde con la ayuda de los feligreses levantó un Vía Crucis de 39 estaciones –para enseñar a seguir a Jesús desde la última Cena hasta Pascua y Pentecostés– a través del pueblo, el campo y la montaña.

Boucieu sería su residencia, fuera de las misiones. Es donde reunió a algunas mujeres a las que pidió «acompañar a los peregrinos» del Vía Crucis para ayudarles a meditar y a orar, y donde también fundó, en 1715, la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento.

Pedro Vigne invitó a las nuevas religiosas a hacer turnos para adorar a Jesús presente en la Eucaristía, y a vivir juntas fraternalmente. Les encomendó además la tarea de enseñar a la juventud.

Atento a la necesidad de educar a los niños, el sacerdote abrió escuelas y creó otra de formación de «regentas», modo en que se llamaba entonces a las maestras de escuela.

Cuando se acercaba a Lyón, nunca dejaba el padre Pedro de ir a casa de sus antiguos maestros de San Sulpicio para encontrarse con su confesor y director espiritual.

Atraído por la espiritualidad eucarística de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, fundados por monseñor d’Authier de Sisgaud –el 25 de enero de 1724, en Valence–, fue admitido como cofrade en esta sociedad sacerdotal, la cual le brindó su ayuda espiritual y temporal.

«El vigor de este caminante de Dios, la intensidad de su actividad apostólica, sus largas horas de adoración, su vida de pobreza, testimonian no sólo una robusta constitución física, sino un amor apasionado por Jesucristo que amó a los suyos hasta el extremo (Cf. Jn 13, 1), subraya la Santa Sede.

A la edad de 70 años, en el transcurso de una misión en Rencurel, en las montañas del Vercors, un fuerte malestar le obligó a interrumpir su predicación. A pesar de todos sus esfuerzos para celebrar aún la Eucaristía y exhortar a los fieles a vivir el amor a Jesús, se dio cuenta que su fin se acercaba, expresó su inmenso ardor misionero y entró en profunda oración.

Pedro Vigne falleció el 8 de julio de 1740. Sus restos están sepultados en la pequeña iglesia de Boucieu.

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ZENIT Staff

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