Apóstoles de la Vida

Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia

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PALENCIA, sábado, 4 de abril de 2009 (ZENIT.org) .- Publicamos la homilía que pronunció monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia, en la «Vigilia por la Vida» que presidió en la Catedral de Palencia el 28 de marzo de 2009.

* * *

 

Celebramos esta Vigilia de oración por la Vida, con el trasfondo de la encíclica que el Siervo de Dios, Juan Pablo II, publicó en la Solemnidad de la Encarnación de 1995: Evangelium Vitae. La palabra «evangelio», etimológicamente significa «buena noticia». Es decir, «Evangelium Vitae» es «la buena noticia de la Vida».

He aquí la cuestión clave de partida: La vida es… ¿buena noticia, o mala noticia? ¿Es buena noticia «siempre», o solamente cuando ha sido previamente deseada, cuando se presenta sana y exenta de dificultades?

La buena nueva del cristianismo consiste, precisamente, en la proclamación de nuestra fe, esperanza y amor hacia la vida: La vida -toda vida- es una elección de Dios, que nos ha amado llamándonos a la existencia. La vida no es un «objeto» de consumo que nosotros podamos programar y encargar, como hacemos legítimamente con tantas otras cosas. Es posible que llegue sin haber sido programada… Y, entonces… ¿qué le diremos? ¿Tal vez… «¡Eres una indeseada!»?

¡No!, la vida no es un «objeto», sino un «sujeto». Y aunque pudiera sorprendernos con su llegada inesperada, nuestra esperanza está llamada a darle una bienvenida incondicional, acogiéndola e invitándola a sentarse a nuestra mesa.

Testimonio de los cofrades

Quiero felicitaros de una manera muy especial a los integrantes de la Hermandad de Cofradías de Semana Santa de Palencia, por el testimonio que estáis dando al hacer pública vuestra adhesión a «la causa de la vida».

¿Cómo no recordar el evangelio que proclamamos el Domingo de Ramos, en el que un grupo de fariseos exigía a Jesucristo que acallase a la multitud que le aclamaba en su entrada en Jerusalén:«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»? La respuesta del Señor resuena hoy como si fuera dirigida a vosotros: «Si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19, 40).

¡Dichosos vosotros porque habéis prestado vuestra voz a los que no tienen voz, y os habéis ofrecido como altavoces de los más inocentes! ¡Dichosos vosotros porque en vuestra defensa de la vida «indefensa», habéis sido objeto de amenazas, ridiculizaciones y calumnias! Estad alegres y contentos, porque un día escucharéis del Señor aquellas palabras tan sorprendentes: «Tuve hambre y me disteis de comer, mi vida estaba desprotegida y la defendisteis (…) Cada vez que lo hicisteis con uno de esos mis humildes hijos, conmigo lo estabais haciendo» (cfr. Mt 25, 35-40).

Algunos se pensaban que los cofrades erais una especie de museo viviente de interés turístico… y se han llevado una sorpresa al comprobar que sois, ante todo y sobre todo, ¡discípulos de Jesucristo!

¿Una campaña para dividir?

Se ha acusado a la Iglesia Católica de dividir a la sociedad española con esta campaña contra la ampliación del genocidio silencioso del aborto. Es una acusación grave, dado que una de las misiones de la Iglesia es ser fermento de unidad en el mundo.

Es cierto que Jesucristo se presenta en el Evangelio como el «Príncipe de la Paz», que ordena a Pedro enfundar su espada y le reprocha su espíritu violento… Pero, al mismo tiempo, es el mismo Señor el que nos advierte: «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, he venido a traer división» (Lc 12, 51). Ciertamente, la paz que Jesucristo nos enseña a proclamar, no es la paz de las «conciencias anestesiadas», ni la paz de las «injusticias silenciadas»… Es la paz fundada en «la Verdad que nos hace libres» (cfr. Jn 8, 32); aunque bien es cierto -y así lo estamos comprobando- que la defensa de la verdad puede resultar mortificante y que, en ocasiones, es percibida como ofensiva, por quienes prefieren vivir en las tinieblas.

Ciencia y fe, centinelas de la Vida

Uno de los signos de los tiempos en esta batalla por el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, lo encontramos en la confluencia entre la ciencia y la fe, que van unidas de la mano para afirmar la inviolabilidad de la vida, desde el instante de su concepción hasta su muerte natural. La ciencia, la auténtica ciencia, -y no aquella que está ligada a proyectos comerciales o a subvenciones públicas-, se ha pronunciado en estos días de una manera diáfana, a través de la llamada «Declaración de Madrid», firmada por unos dos mil expertos en biomedicina, bioquímica y otras especialidades.

Paralelamente, la luz de Cristo nos permite reconocer la Ley Natural, que es negada a causa del eclipse de la razón, al que ha conducido la cultura de la muerte. La gracia de la fe y el Magisterio de la Iglesia resultan cada vez más necesarios para conocer la naturaleza del hombre. La ciencia y la fe aparecen más hermanadas que nunca.

La «cultura de la Vida» frente a la «cultura de la muerte»

La reivindicación del aborto y del suicidio, como si fueran derechos humanos, se encuadra en la llamada «cultura de la muerte»; que, poco a poco, se ha ido introduciendo entre nosotros, cambiando radicalmente los presupuestos de la cultura de la vida, de claras raíces cristianas. Utilizando una imagen muy gráfica, parece como si se hubiese procedido a cambiar el agua de la pecera, por otro líquido extraño, sin que «los peces» nos hubiésemos percatado de ello. ¡Tal ha sido la inversión de valores que se está produciendo en pocas décadas!

Pero tengamos en cuenta que la cultura de la muerte no se manifiesta exclusivamente en el aborto o en otras acciones criminales. Por muy «a favor de la vida» que nos consideremos los aquí presentes, descubrimos que en nuestra vida diaria pueden darse determinadas opciones, deudoras de los mismos antivalores que sustentan la cultura de la muerte. Me permito señalaros algunas de ellas, a modo de examen de conciencia. (¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra!):

1º.- ¿Me alegro de la existencia de todos, sin excepción? ¿Soy capaz de decir, de todos y cada uno: «¡Qué bueno es que existas!»?

2º.- ¿Valoro la vida, más por el «ser» que por el «tener»?

3º.- ¿Respeto la dignidad, la singularidad y la libertad del prójimo, o lo utilizo a mi servicio y capricho?

4º.- Puesto que los cristianos consideramos que la vida es un regalo del amor de Dios, ¿vivo, en consecuencia, alegre y agradecido; o, por el contrario, arrastro amarguras y tristezas?

Por todo ello… porque queremos apostar por la cultura de la Vida frente a la cultura de la muerte, nos disponemos a hacer un gesto hondamente significativo en el momento final de esta Vigilia: descenderemos en procesión hasta la cripta de San Antolín, que nos evoca la primitiva iglesia palentina, las raíces de nuestra fe… En ese lugar se ha predicado de forma ininterrumpida durante siglos, la sacralidad de la vida. ¿Vamos a cortar ahora con las raíces de nuestra fe y de nuestra cultura, después de dos mil años de transmisión del Evangelio de la Vida?

Que nuestra existencia sea un canto de gratitud a Dios, nuestro creador, así como a nuestras madres, que tomaron a María como modelo de apertura y de acogida al don la vida. Que Ella nos conceda la gracia de ser, en este momento crucial de la historia de España, «apóstoles de la vida», capaces de gritar ante quien quiera escucharnos: ¡Hosanna! ¡Sí a la Vida! ¡Viva la vida!´

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ZENIT Staff

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