Aprender a envejecer con vida

Entrevista al secretario emérito del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, monseñor José Luis Redrado

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Un jubilado con la agenda llena, completa. Soy un jubilado feliz y ocupado; tengo delante una nueva vida, llena de experiencias que deseo convertir en realidad, porque no hay límites de edad para crecer, aprender y dar: por ello, quiero ser profesor de vida y también terminar mi último capítulo y completar lo no concluido. Con estas palabras se despedía monseñor José Luis Redrado OH, cuando el 14 de julio de 2011 se jubiló después de 25 años de servicio como secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud en el Vaticano.

Estos días, monseñor Redrado se encuentra en Roma para participar de la XXVIII Conferencia Internacional «La Iglesia al servicio de la persona anciana enferma: el cuidado de las personas afectadas por patologías neurodegenerativas».

ZENIT ha entrevistado al prelado que ha hablado sobre la importancia de la pastoral de la salud, el papel de la familia en la asistencia a los ancianos enfermos y los retos que la Iglesia enfrenta en este servicio a la sociedad.

¿Cuáles son los puntos más importantes a tratar durante en este Congreso?

–Es muy importante ver como la Iglesia presta mucha atención a esta fase del «final de la vida», una etapa importante. La carta que dirigió el papa Juan Pablo II a los ancianos es algo que toca el corazón y la vida porque no la dirige un joven a los ancianos, sino un anciano a los ancianos. El texto es importante donde resalta el sentido gozoso, de esperanza, de los valores que realmente se han dejado de practicar en los años anteriores. Naturalmente, el papa Pío XII  también habló del final de la vida y su contexto, y tiene también discursos importantes que hay profundizar.

En definitiva, la Iglesia siempre ha tenido una atención particular y últimamente en relación con la pastoral hacia las personas enfermas y en concreto con los ancianos enfermos. Son dos dimensiones diferentes, la ancianidad no es una enfermedad; pero al igual que pueden ser enfermos los de 40 o 30 años, lo puede ser la persona anciana. Y la enfermedad es algo que pesa, en la sociedad, en la familia, incluso en la economía.

Y sobre el Alzheimer en concreto, uno de los temas centrales del Congreso, ¿hay suficiente formación y concienciación en la sociedad sobre cómo tratar y asistir esta enfermedad?

— Hay un desconocimiento también médico, son enfermedades nuevas y necesitan mucha investigación. Al respecto, monseñor Jacques Suaudeau, durante su intervención ha hecho una descripción maravillosas sobre estos tipos de enfermedad. Y él ha concluido en algo ideal: la familia. Ojalà la familia estuviera en grado de saber llevar la atención a ese enfermo. Pero tal y como está hoy la familia, descompuesta, es muy difícil. Pero la familia actual tan dispersa, tan sin elementos es difícil que pueda tener un enfermo en una situación en la que tienes que hacerle todo. Y este sería el ideal, pero la realidad es otra.

Dentro de la Iglesia, en las comunidades religiosas, existe la misma dificultad de asistencia a los enfermos ¿cómo afrontar esta situación?

— Hay una tendencia que está creciendo dentro de las comunidades religiosas que son como una familia, hay miembros que envejecen y las comunidades son cada vez más pequeñas. Lo que se está haciendo, por ejemplo nosotros de la orden de san Juan de Dios en España lo hemos hecho,  es reunir a los más mayores de las comunidades de toda la provincia en una sola comunidad, para una asistencia mejor. Yo donde vivo en Zaragoza, en el hospital de san Juan de Dios, unido al hospital está la residencia de los hermanos, divididos en dos grupos: asistidos y válidos. Y se crea un lugar físico habilitado para su vida, donde comparten tiempo, realizan actividades y están atendidos desde el punto de vista médico. La vida religiosa la hacemos en común, es muy importante que se sientan con los demás. En las fiestas grandes y acontecimientos grandes también hacemos algo en común y celebramos juntos.

El hacer que los ancianos se sientan parte de la sociedad, ¿es otro de los desafíos a tener en cuenta en la asistencia?

–Al abuelo no se le puede aislar. Hace falta que vayan a visitarlo, que si está en una residencia se lo puedan llevar de vez en cuando a comer a casa. Creo que las dinámicas de las residencias de ancianos tienen que ser de resurrección, estar en contacto con la vida, estar en contacto con los otros. No se pueden hacer «almacenes de ancianos». Hay que hacer horarios, para hacer gimnasia, cantar, que alguien les lea el periódico, suscitar un diálogo.

Las celebraciones, centrados en la atención al final de la vida, deben ser gozosas, llenas de recuerdos. En nuestra orden en concreto, su hospitalidad ya no es acudir a la enfermería a estar con los enfermos, su hospitalidad pasa a ser su sonrisa, decir gracias. Es muy importante «tenerlos vivos».

El papa Francisco está advirtiendo mucho sobre la cultura del descarte y sobre el valor de vejez, ¿cree que las palabras del papa podrían ayudar al cambio?

— El papa tiene un lenguaje que no es académico, como muchas veces tendemos a hacer los eclesiásticos utilizando palabras que la gente no entiende. Este papa nos está enseñando a usar un lenguaje pastoral. Es muy significativo lo que le dijo al limosnero, no te quiero detrás de mí en las celebraciones, te quiero por las calles atendiendo a los pobres en nombre del papa. Estos son lenguajes que todos entendemos. La forma de hablar del papa se comprende y es más fácil que sea acogido. En este tema de los enfermos, lo que dice el papa va a penetrar, incluso a los que están alejados de la Iglesia o la fe. Hablar como Jesús habló a Zaqueo.

La asistencia a los ancianos enfermos es algo que tarde o temprano le toca a todo el mundo, ¿cómo puede la pastoral sanitaria implicar a toda la comunidad?

— Es importante que la Iglesia descubra nuevas formas de saber estar. Como le contaba antes del grupo que tenemos en nuestra comunidad, es un grupo especial que nos tiene que enseñar a envejecer sanamente y con vida. Para saber cómo viven y que yo no tenga que estar «obligado» a asistir a esos ancianos enfermos, yo propongo que cada cierto tiempo dos o tres hermanos vayan a pasar una temporada con este grupo.  De esta forma se puede ver cómo tus compañeros con los que han vivido, ahora se encuentran en esa situación. Tenemos ahora a un hermanos que va a cumplir 100 años y estamos inyectando entusiasmo y diciendo verbalmente ¡ánimo! ¡esto hay que celebrarlo!

Y la familia del enfermo  ¿de qué forma participa?

— Es necesario implicar a la familia. Y la participación de la familia del enfermo lo vemos cada día en el hospital. Hay familias que son una bendición, y otras situaciones en las que es más complicado, porque si es una familia desestructurada, donde la asistente social tiene una gran labor. Porque si la familia está desestructurada ¿dónde va a parar el enfermo?

Hay un nuevo fenómeno que en los últimos tiempos estamos viendo y ahora estudiando. Vienen ancianos al hospital por una situación determinada y cuando les damos el alta, ya no van a la residencia, van a casa. Aquí vemos los efectos de la crisis económica. Muchas familias ya no se pueden permitir pagar las residencias y tienen que llevarse al abuelo a casa y con su pensión vive toda la familia que, probablemente tiene varios miembros en paro. Este aspecto es importante para tenerlo en cuenta.

Con esto quiero decir, que el hospital es como una radiografía de la sociedad; es un lugar universal donde pasa toda clase de gente – jóvenes, mayores, ancianos, ricos y pobres, creyentes o no.

En  esta sociedad del descarte, ¿cómo hablar de dignidad de la vida hasta el último momento? ¿Cómo se encuentra la esperanza en el hospital, en contacto con la enfermedad y la muerte?

— Estamos en esta sociedad en la
que si no produces «no eres válido». Las vidas son las que tenemos que alimentar, vidas válidas hasta el final, vidas que digan adiós a la vida. El joven y el adulto deben ver en los que tienen más años un espejo positivo. A mí me ayuda mucho ver ancianos gozosos y felices. Morirse llenos de vida es algo que tenemos que ir alcanzado y ahí hay un reto para la Iglesia. Y esto es difícil porque vivimos en una sociedad en la que se ha implantado el miedo a morirse, han calado los valores religiosos, todo queremos solucionarlo con la farmacia… El mismo papa nos recomendaba el otro día la Misericordina, la medicina espiritual.

En nuestro hospital, por ejemplo, los lunes ofrecemos una eucaristía por los fallecidos de la semana e invitamos a la familia. Cuando celebro esta misa, me gusta insistir en la idea de esta medicina espiritual para sanar la herida que la muerte deja, una herida que hay que sanar y hacerlo bien para que no supure. Y para sanar, tenemos la oración y la fe.

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Staff Reporter

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