Argentina: Caravana de los Apóstoles de la Divina Misericordia

Monseñor Carlinga: Nuestro amor debe derramarse como solidaridad y caridad

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ZÁRATE-CAMPANA, martes, 20 noviembre 2007 (ZENIT.org).- El pasado 17 de noviembre el obispo de la diócesis argentina de Zárate-Campana, Óscar D. Sarlinga, presidió la celebración eucarística en la Basílica de Luján, con motivo de la caravana Nacional de los Apóstoles de la Divina Misericordia. «Nuestro amor contemplativo y activo debe derramarse sobre quienes nos rodean como solidaridad y “caridad” (virtud teologal de la cual deriva la primera, la solidaridad)», dijo el obispo argentino a los peregrinos.

En una basílica totalmente colmada de fieles llegados de todas partes del país, monseñor Sarlinga, en su homilía, recordó en primer lugar la «Misericordia» en la Biblia, que, dijo, «penetra toda la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis».

En esta celebración, espigó algunos puntos para la reflexión, tales como Éxodo 34:5-7, cuando Moisés invoca: «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad,que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes».

O Isaías (1: 17-20): «Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán», sin olvidar Nehemías 9: 31: «Mas en tu inmensa ternura [Misericordia] no los acabaste, no los abandonaste, porque eres tú Dios clemente y lleno de ternura» y Salmo 103 (8-18): «Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para quienes le temen».

En la Alianza Nueva, Mateo (6:12): «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores», (6:14-15): «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas». Lucas, «hijo pródigo», (Lc 15:11-32). Jesús muestra su Gran Misericordia a María Magdalena (Jn 8:3-7) y otra regla de oro: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.». Por último, el Señor en la cruz expresa su Misericordia infinita (Lucas 23: 34): «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

En la segunda parte de su homilía abordó la misericordia en el mensaje de Jesús Misericordioso, según santa Faustina, que, dijo, «no podemos dejar de deducir que, en pleno siglo XX, de grandes transformaciones sociales, guerras, martirios y avances de la técnica pero sin el condigno avance del desarrollo de ‘todo el hombre y todos los hombres’, también en el orden espiritual, ese arraigamiento era más que necesario, de forma renovada, con una manifestación de la Misericordia que fluye y se derrama en forma de dos rayos que poseen la finalidad de la conversión y el arrepentimiento del pecado, para una vida en gracia, en armonía con el proyecto de Dios».

Por eso el Señor Jesús, explicó el obispo argentino, «le dice a nuestra Santa esa afirmación y profecía: ‘La Humanidad no tendrá paz, hasta que torne con confianza a Mi Misericordia’, porque no puede haber Paz verdadera en el mundo mientras que el ser humano no se arrepienta de sus malas obras y restablezca su amistad con Dios, el ‘Kýrios’, el Señor».

A esta amistad renovada, sugirió monseñor Sarlinga, «es la fe quien le abre la puerta. Y la fe viene del brazo de la confianza, virtud que expresa por excelencia una actitud del corazón humano que debe darse ante Dios, el Digno de toda confianza. Esta última depende de la esperanza, sí, pero también de la fe viviente, de la humildad, de la actitud de ‘no creernos más’ sino tener ‘alma de niño’, enteramente confiado en su Padre de Amor».

Por esto, la confianza, indicó «es la esencia, el núcleo, de la devoción a la Divina Misericordia».

En la tercera parte de su homilía, monseñor Sarlinga dijo que la solidaridad y la misericordia son los aspectos de la caridad a llevar al nuestro mundo contemporáneo.

En este sentido exhortó a no quedarse «en la pequeñez de nuestras sacristías, con todo el respeto por éstas».

«Nuestro Amor contemplativo y activo debe derramarse sobre quienes nos rodean como solidaridad y ‘caridad (virtud teologal de la cual deriva la primera, la solidaridad)», dijo.
Pidió a los peregrino, llegados de lugares tan diversos «a la Casa de la Madre», que pusieran «en manos de la Madre del Cielo» todas sus «intenciones, peticiones y acciones de gracias» y dijo que contaran «con la ayuda de nuestra Madre, la Madre de la Iglesia, venerada como Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina».

«Pongamos aquí –concluyó– en el Corazón de Cristo, a nuestros enfermos, a los más pobres y necesitados, a aquellos que han perdido la fe y la esperanza, a quienes se confían en nuestras oraciones. Pongamos nuestros deseos de ponernos a la obra para la construcción de un mundo mejor, animado por el Espíritu de Cristo».

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ZENIT Staff

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