Arzobispo Lajolo: Los cristianos deben superar sus complejos de inferioridad en Europa

Conferencia del secretario vaticano para las Relaciones con los Estados

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CRACOVIA, lunes, 12 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Los cristianos pueden dar una gran contribución a la construcción de Europa si unen sus energías a las de los hombres y mujeres de buena voluntad, venciendo así la tentación de encerrar la fe en la esfera privada, considera el secretario vaticano para las Relaciones con los Estados.

Este fue el análisis que presentó el 9 de septiembre el arzobispo Giovanni Lajolo al intervenir en una conferencia internacional sobre el papel de la Iglesia y de los cristianos en el futuro de Europa organizada por la Academia Pontificia de Teología de esta ciudad, con la participación, entre otros, de monseñor Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y antiguo secretario personal de Juan Pablo II.

Sería una «falsificación política» reducir «el fenómeno «Iglesia» y el fenómeno «cristianos» a un simple aspecto interior de la existencia humana, el más privado y en todo caso el más irrelevante para la naturaleza pública de la comunidad política», advirtió.

En la Unión Europea, que cuenta con 456 millones de habitantes, los cristianos son 368 millones y los católicos 262 millones.

«Pero no es más que una mayoría estadística –reconoció el arzobispo–; los cristianos no tienen un peso correspondiente a su número en los órganos del poder político, en los medios de comunicación, y en la opinión pública, y tampoco en las instituciones culturales más influyentes».

«Es más, se dan incluso episodios en los que se percibe que su presencia es tolerada condescendientemente, o incluso rechazada por no ser homogénea con la cultura moderna, es decir, con una cultura laicista, o porque sus convicciones no están de acuerdo con el principio del «políticamente correcto»», denunció.

«En pocas palabras –señaló– el peso de la presencia de los cristianos en Europa, y en particular de los católicos, no puede dejar de ser reconocido en el contexto europeo con el pretexto de la así llamada laicidad de la comunidad política».

De hecho, reconoció, «el cristianismo es el único factor unificador entre los diferentes países europeos, que en sí son diferentes de los demás en virtud de su carácter étnico, de su idioma y cultura».

Así lo de muestra su contribución cristiana a nivel social, cultural, artístico: desde la escuela hasta la familia, desde las catedrales hasta los hospitales, sin olvidar la asistencia a los más pobres.

«El cristianismo no fue sólo el primero en permitir, sino incluso el que impuso la distinción entre los dos poderes, el religioso y el civil», recordó.

«Si bien a través de un proceso dramáticamente doloroso, el cristianismo dio origen a los grandes principios de igualdad, libertad y fraternidad que constituyen los fundamentos del Estado moderno», añadió.

Por este motivo, la Iglesia invita a Europa a una mayor cohesión social y política, y al mismo tiempo a respirar con los «dos pulmones», el oriental y el occidental (expresión de Juan Pablo II).

«Si se hubiera dado la adecuada atención a esta fundamental exigencia y a las sensibilidades nacionales de los diferentes países, quizá Europa no habría tenido que sufrir el golpe del resultado negativo de los referendos en dos de sus Estados fundadores sobre el Tratado Constitucional, firmado solemnemente en Roma el 29 de octubre de 2004», opinó.

Monseñor Lajolo citó la homilía de la misa por la elección del Papa, pronunciada por el cardenal Joseph Ratzinger el 18 de abril, en la que habló de «la dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo».

«Quizá en ningún otro continente del mundo como en Europa se ha difundido, o más bien, se quiere difundir, tanta desconfianza en la capacidad humana para alcanzar la certeza sobre las verdades últimas», reconoció.

«Por este motivo, junto a la idea misma del ser, se socava el concepto de naturaleza, el principio de la dignidad de la persona humana tiende a quedar frustrado, y la viabilidad de la vida humana en sus momentos más críticos queda en peligro», constató.

La Iglesia por el contrario, señaló, «siempre ha sido una auténtica paladina de la razón humana, capaz de alcanzar no sólo verdades matemáticas o verdades de las ciencias físicas naturales, sino también las verdades últimas sobre el hombre».

Monseñor Lajolo pidió a los cristianos del continente tres requisitos: competencia, humilde orgullo por su propia fe y capacidad de iniciativa.

«Es necesario salir de nosotros mismos y no tener miedo ante las típicas acusaciones de fundamentalismo, clericalismo, fideísmo u otras semejantes, que nos dirigen precisamente quienes están contagiados de estos «ismos»».

«Los cristianos no deben tener ningún complejo de inferioridad: no hay corriente de pensamiento o doctrina política que nos haga sentir que nos quedamos atrás con el pasar del tiempo», afirmó.

El representante papal propuso en segundo lugar un humilde orgullo «porque llevamos nuestro tesoro en vasos de barro, y sólo puede comunicarse en humildad». Para dar «razones de nuestra esperanza», dijo citando al apóstol Pedro, es necesario hacerlo «con dulzura y respeto». «Con actitud de diálogo», insistió.

Por último, el secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, invitó a los cristianos a tener espíritu de iniciativa.

«La conciencia de los propios valores debe llevar necesariamente a buscar resultados poniéndolos en práctica», señaló.

«No es sólo una particular competencia de los cristianos que tienen un papel público, sino también para todos los cristianos que tienen el poder de votar –advirtió–. Los cristianos no pueden lamentar la incoherencia de los elegidos si ellos mismos, como electores, son incoherentes en su voto».

«En la actual sociedad pluralista e ideológicamente diversificada, es necesario que los cristianos sepan ante todo medir y recoger las propias fuerzas y después unir sus fuerzas a las de los demás hombres de buena voluntad, en la búsqueda de una Europa que esté a la altura de la herencia espiritual que nuestros padres nos han dejado, de una Europa como la soñaron los grandes espíritus del siglo XX», concluyó.

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ZENIT Staff

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