Audiencia a los peregrinos de la diócesis italiana de Altamura-Gravina

El pasado sábado en el Aula Pablo VI

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 4 de julio de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los participantes de la peregrinación de la diócesis de Altamura-Gravina-Acquaviva delle Fonti (Italia), al recibirlos en audiencia en el Aula Pablo VI.

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Excelencia,

¡Queridos hermanos y hermanas!

Estoy realmente contento de acogeros a tantos de vosotros y tan llenos del entusiasmo de la fe. ¡Gracias a vosotros! Agradezco al obispo, monseñor Mario Paciello, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a las autoridades civiles, a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los seminaristas y a cada uno de vosotros, extiendo mi pensamiento y afecto a vuestra comunidad diocesana, en particular a los que viven situaciones de sufrimiento y dificultad. Estoy agradecido al Señor porque vuestra visita me ofrece la posibilidad de compartir un momento del camino sinodal de la Iglesia que está en Altamura-Gravina-Acquaviva delle Fonti. El Sínodo es un evento que hace vivir concretamente la experiencia de ser “Pueblo de Dios” en camino, de ser Iglesia, comunidad peregrina en la historia hacia su cumplimiento escatológico en Dios. Esto significa reconocer que la Iglesia no posee en sí misma el principio vital, sino que depende de Cristo, del que es signo e instrumento eficaz. En la relación con el Señor Jesús, esta encuentra su propia identidad más profunda: ser don de Dios para la humanidad, prolongando la presencia y la obra de salvación del Hijo de Dios por medio del Espíritu Santo. En este horizonte comprendemos que la Iglesia es esencialmente un misterio de amor a servicio de la humanidad para su santificación. El Concilio Vaticano II afirmó sobre este punto: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Lumen Gentium</em>, n.9). Vemos aquí que realmente la Palabra de Dios ha creado un pueblo, una comunidad, ha creado una alegría común, un peregrinaje común hacia el Señor. El ser Iglesia, por tanto, no viene de una fuerza organizativa nuestra, humana, sino que encuentra su origen y su verdadero significado en la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: este amor eterno es la fuente de la que viene la Iglesia y la Trinidad Santísima es el modelo de unidad en la diversidad y genera y plasma la Iglesia como misterio de comunión.

Es necesario partir siempre y de un modo nuevo de esta verdad para comprender y vivir más intensamente el ser Iglesia, “Pueblo de Dios”, “Cuerpo de Cristo”, “Comunión”. De otra manera se corre el riesgo de reducir el todo a una dimensión horizontal, que desnaturaliza la identidad de la Iglesia y el anuncio de la fe y haría más pobre nuestra vida y la vida de la Iglesia. Es importante destacar que la Iglesia no es una organización social, filantrópica, como hay muchas: esta es la Comunidad de Dios, es la Comunidad que cree, que ama, que adora al Señor Jesús y abre las “velas” al soplo del Espíritu Santo, y por esto es una comunidad capaz de evangelizar y de humanizar. La relación profunda con Cristo, vivida y alimentada por la Palabra de Dios y por la Eucaristía, hace eficaz el anuncio, motiva el compromiso por la catequesis y anima el testimonio de la caridad. Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan encontrarse con Dios, encontrarse con Cristo o redescubrir la belleza del Dios cercano, del Dios que en Jesucristo ha mostrado su rostro de Padre y que llama a reconocer el sentido y el valor de la existencia. Hacer entender que está bien vivir como hombre. El actual momento histórico está marcado, lo sabemos, por luces y sombras. Asistimos a comportamientos complejos: encerrarse en sí mismos, narcisismo, deseo de poseer y de consumir, sentimientos y afectos desligados de la responsabilidad . Muchas son las causas de esta desorientación, que se manifiesta en un profundo malestar existencial, pero en el fondo de todo se puede entrever la negación de la dimensión trascendente del hombre y de la relación básica con Dios. Para esto es decisivo que las comunidades cristianas promuevan recorridos válidos y comprometidos con la fe.

Queridos amigos, hay que poner una particular atención al modo de considerar la educación a la vida cristiana para que toda persona pueda realizar un auténtico camino de fe, a través de las diversas edades de la vida; un camino en el cual -como la Virgen María- la persona acoge profundamente la Palabra de Dios, convirtiéndose en testigo del Evangelio. El Concilio Vaticano II en la Declaración Gravissimum educationis, afirma: “busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación … adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad de verdad” (n.2). En este compromiso educativo la familia es la primera responsable. Queridos padres, ¡sois los primeros testigos de la fe!. No tengáis miedo de las dificultades en las que estáis llamados a realizar vuestra misión. ¡No estáis solos!. La comunidad cristiana está cerca de vosotros y os sostiene. La catequesis acompaña a vuestros hijos en su crecimiento humano y espiritual, pero está considerada como una formación permanente, no limitada a la preparación para recibir los Sacramentos; debemos, en toda nuestra vida, crecer en el conocimiento de Dios, en el conocimiento de qué significa ser un hombre. Sabed sacar siempre fuerza y luz de la Liturgia: la participación en la Celebración eucarística en el Día del Señor es decisiva para la familia, para toda la comunidad, es la estructura de nuestro tiempo. Recordemos siempre que en los Sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, el Señor Jesús actúa para la transformación de los hombres asimilándolos a Sí. Es gracias a este encuentro con Cristo, a la comunión con Él, la comunidad cristiana puede testificar la comunión, abriéndose al servicio, acogiendo a los pobres y a los últimos, reconociendo el rostro de Dios en el enfermo y el necesitado. Os invito, por tanto, partiendo del contacto con el Señor en la oración cotidiana y sobre todo en la Eucaristía, a valorar de un modo adecuado las propuestas educativas y los caminos de voluntariado existentes en la diócesis, para formar personas solidarias, abiertas y atentas a las situaciones de malestar espiritual y material. En definitiva, la acción pastoral debe procurar formar personas maduras en la fe, para vivir en contextos en los que A menudo Dios es ignorado; personas coherentes con la fe, para que se lleve a todos los ambientes la luz de Cristo; personas que viven con alegría la fe, para transmitir la belleza del ser cristianos.

Un pensamiento especial deseo, finalmente, dirigir a vosotros, queridos sacerdotes. Sed siempre conscientes del don recibido, para que podáis servir con amor y dedicación, al Pueblo de Dios encomendado a vuestros cuidados. Anunciad el Evangelio con valentía y fidelidad, sed testigos de la misericordia de Dios y, guiados por el Espíritu Santo, sabed indicar la verdad, no temiendo el diálogo con la cultura y con los que están buscando a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, confiamos el camino de vuestra comunidad diocesana a María Santísima, Madre del Señor y Madre de la Iglesia, Madre nuestra. En ella contemplamos lo que la Iglesia está llamada a ser. Con su “sí” ha dado al mundo a Jesús y ahora participa plenamente de la gloria de Dios. También nosotros estamos llamados a dar al Señor Jesús a la humanidad, no olvidando ser siempre sus discípulos. Os agradezco de nuevo vuestra bella visita y de todo corazón os agradezco vuestra fe y os acompaño con la oración, impartiéndoos a todos vosotros y a toda la diócesis la Bendición Apostólica.

[Traducción del original italiano por Car
men
Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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