Audiencia del Papa a los obispos de Filipinas

Con motivo de su visita “ad Limina”

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 18 de febrero de 2011 (ZENIT.org) .- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI ha dirigido a los obispos de la Conferencia Episcopal de Filipinas, a los que ha ido recibiendo en audiencias separadas con ocasión de la Visita «ad Limina Apostolorum». La Audiencia se ha desarrollado en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico.

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Mis queridos hermanos obispos,

Estoy contento de recibiros hoy con ocasión de vuestra visita ad Limina, y os ofrezco mis sinceros buenos deseos y oraciones por vosotros y por todos aquellos confiados a vuestro cuidado pastoral. Vuestra presencia ante las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo refuerza la profunda unidad que ya existe entre la Iglesia en Filipinas y la Santa Sede. Dado que los profundos vínculos que los católicos gozan con el Sucesor de Pedro han sido siempre una característica significativa de la fe en vuestro país, rezo para que esta comunión siga creciendo y floreciendo mientras consideráis los retos presentes de vuestro apostolado.

Aunque Filipinas sigue afrontando muchos desafíos en el área del desarrollo económico, debemos reconocer que estos obstáculos para una vida de felicidad y plenitud no son los únicos obstáculos que deben ser abordados por la Iglesia. La cultura filipina también se enfrenta a muchas cuestiones sutiles inherentes al secularismo, al materialismo y al consumismo de nuestros tiempos. Cuando la autosuficiencia y la libertad se desgajan de su dependencia y realización en Dios, la persona humana se crea a si misma un falso destino y pierde la visión del gozo eterno para el que ha sido creada. El camino de redescubrimiento del verdadero destino de la humanidad sólo puede encontrarse en el restablecimiento de la primacía de Dios en el corazón y en la mente de cada persona.

Por encima de todo, para llevar a Dios al centro de la vida de los fieles, vuestra predicación y la de vuestros sacerdotes debe tener un enfoque personal, para que cada católico capte en lo más profundo de su intimidad el hecho, que cambia la vida, de que Dios existe, que nos ama, y que en Cristo responde a las preguntas más profundas de nuestras vidas. Vuestra gran tarea en la evangelización es por tanto proponer una relación personal con Cristo como la clave de la realización plena. En este contexto, el segundo Concilio Plenario de Filipinas sigue teniendo efectos beneficiosos, con el resultado de que muchas diócesis han puesto en marcha programas pastorales centrados en transmitir la buena nueva de la salvación. Al mismo tiempo, debe reconocerse que que las nuevas iniciativas en la evangelización sólo serán fructíferas si, por la gracia de Dios, quienes las proponen son personas que realmente creen y viven el mensaje del Evangelio ellas mismas.

Esta es seguramente una de las razones por la que las comunidades básicas eclesiales han tenido un impacto positivo en todo el país. Al ser formadas y guiadas por personas cuya motivación es la fuerza de su amor por Cristo, estas comunidades han demostrado ser instrumentos dignos de evangelización ya que trabajan en unión a las parroquias locales. De manera parecida, la Iglesia en Filipinas tiene la fortuna de contar con una serie de organizaciones de laicos que continúan atrayendo a la gente al Señor. Para responder a las preguntas de nuestro tiempo, los laicos necesitan escuchar el mensaje del Evangelio en su plenitud, para entender sus implicaciones en sus vidas personales y para la sociedad en general, y por tanto estar constantemente convertidos al Señor. Por esta razón os exhorto a tener especial cuidado en la guía de estos grupos, para que la primacía de Dios se mantenga en la vanguardia.

Esta primacía es de particular importancia cuando se trata de la evangelización de los jóvenes. Estoy contento de constatar que, en su país, la fe juega un papel importante en las vidas de la gente joven, un hecho que se debe de gran manera al trabajo paciente de la Iglesia local para llegar a los jóvenes a todos los niveles Os animo a recordar a la gente joven que el glamour de este mundo no satisfará su natural deseo de felicidad. Sólo una amistad verdadera con Dios romperá los lazos de la soledad que sufre nuestra frágil humanidad y establecerá un verdadera y duradera comunión con los demás, un vínculo espiritual que que hará crecer dentro de nosotros el deseo de servir a las necesidades de aquellos que amamos en Cristo. También se debe mostrar a los jóvenes la importancia de los sacramentos como instrumentos de la ayuda y gracia de Dios. Esto es particularmente verdadero en el sacramento del matrimonio, que santifica la vida matrimonial desde el principio, de manera que la presencia de Dios sostiene a las jóvenes parejas en sus problemas.

El cuidado pastoral de los jóvenes que tiene por objeto establecer la primacía de Dios en sus corazones, se da de manera inherente no sólo en las vocaciones al matrimonio cristiano sino que que se da en las llamadas vocacionales de todos los tipos. Me complace observar el éxito de las iniciativas locales en la promoción de numerosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Sin embargo, la necesidad de más vocaciones de siervos dedicados a Cristo sea en el país sea en el extranjero sigue siendo apremiante. Según los informes quinquenales, parece que en muchas diócesis el número de sacerdotes y el correspondiente número de parroquias todavía no son suficientes para satisfacer las necesidades espirituales de la grande y creciente población católica. Unido a vosotros, rezo para que los que sientan una llamada al sacerdocio y a la vida religiosa respondan con generosidad a los impulsos del Espíritu. ¡Que la misión de la Iglesia de evangelización sea sostenida por los maravillosas dones que el Señor ofrece a aquellos a los que llama! A su vuelta, como Pastores, debéis ofrecer a estas jóvenes vocaciones un plan de formación integral bien desarrollado y cuidadosamente puesto en marcha, de manera que su inclinación inicial de una vida al servicio de Cristo y sus fieles, puedan llegar a la plenitud espiritual y madurez humana.

Queridos hermanos en el episcopado, con estos pensamientos yo os aseguro mis oraciones y os encomiendo a la intercesión de San Lorenzo Ruíz. Que su ejemplo de fidelidad inquebrantable a Cristo os anime en vuestras labores apostólicas. A vosotros, clero y religiosos, y a los demás fieles confiados a vuestro cuidado, os imparto de corazón, mi Bendición Apostólica como prenda de gracia y de paz.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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