Audiencia del Papa a los representantes de los ayuntamientos de Italia

El pasado sábado en el Vaticano

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 14 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió, a los miembros de la Asociación Nacional de Ayuntamientos Italianos (ANCI), recibiéndolos en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el pasado sábado.

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¡Ilustre señores alcaldes!

Os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros y estoy agradecido por vuestra presencia, vinculada a una tradición consolidada en el tiempo, como lo testimonian las audiencias concedidas por el Venerable Juan Pablo II y por los Pontífices precedentes y como ha recordado el Presidentes de la Asociación, al que agradezco sus bellas palabras llenas de realismo, pero también de poesía y belleza, con las que ha presentado nuestro encuentro. Este hecho atestigua el particular vínculo que existe entre el Papa, Obispo de Roma y Primado de Italia y la Nación Italiana, cuya variada multitud de ciudades y pueblos constituyen una de sus características.

La primera idea que me viene a la mente en el encuentro con los Representantes de la Asociación Nacional de Ayuntamientos de Italia, es la del origen de los ayuntamientos, expresiones de una comunidad que se reúne, dialoga y proyecta unida, una comunidad de creyentes que celebra la Liturgia del domingo, y después se reencuentra en las plazas de las antiguas ciudades o, en el campo, ante la pequeña iglesia del pueblo. También un poeta italiano, Carducci, en una oda sobre la gente de Carnia: “del común la rústica virtud/ Acampada en la opaca amplia frescura/Veo, en la temporada del pasto /Tras la misa, el día de la fiesta…”. Está viva siempre, también hoy, la necesidad de vivir en una comunidad fraterna donde, por ejemplo, parroquia y ayuntamiento sean, a la vez, artífices de un modus vivendi justo y solidario, incluso en medio de todas las tensiones y sufrimientos de la vida moderna. La multitud de los individuos, de las situaciones no son contradictorias a la unidad de la Nación, que recordamos ahora por su 150 aniversario, que estamos celebrando. Unidad y pluralismo son, a distintos niveles, inclusive el eclesiológico, dos valores que se enriquecen mutuamente, si son considerados en un equilibrio justo y recíproco. Dos principios que permiten esta coexistencia armoniosa entre la unidad y la pluralidad son los de la subsidiaridad y solidaridad, típicos de la enseñanza social de la Iglesia. Esta doctrina social tiene como objetivo que la verdad no pertenece sólo al patrimonio del creyente sino que es racionalmente accesible para todo el mundo. Sobre estos principios me he detenido también en la Encíclica Caritas in Veritate, donde el principio de subsidiaridad está considerado como “expresión de la libertad humana inalienable”. De hecho, “La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse por sí mismos, implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participación a la hora de asumir responsabilidades”, (nº 57).

Como tal “ es un principio particularmente adecuado para gobernar la globalización y orientarla hacia un verdadero desarrollo humano” (ibid). “El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado”, (nº 58). Estos principios son aplicados a nivel municipal, en un doble sentido: en la relación con las instancias públicas estatales, regionales y provinciales, así como en las que las autoridades municipales tienen con los cuerpos sociales y las formaciones intermedias presentes en el territorio. Estas últimas desarrollan actividades de relevante utilidad social, siendo defensoras de la humanización y de la socialización, especialmente dirigidas a los marginados y necesitados. Entre ellas se abarcan numerosas realidades eclesiales, las parroquias, los oratorios, las casas religiosas, los institutos católicos de educación y de asistencia. Auguro que estas preciosas actividades encuentren siempre un apoyo y aprecio adecuado, también en términos de financiación.

Con este propósito, deseo afirmar que la Iglesia no pide privilegios, sino el poder desarrollar libremente su misión, como exige un efectivo respeto a la libertad religiosa. Esta consiente en Italia la colaboración que existe entre la comunidad civil y la eclesial. Sin embargo, en otros países las minorías cristianas son a menudo víctimas de discriminaciones y de persecuciones. Deseo expresar mi aprobación a la moción del 3 de febrero de 2011, aprobada por la unanimidad de vuestro Consejo Nacional, con la invitación a sensibilizar a los Ayuntamientos adheridos a la Asociación con respecto a estos fenómenos y reafirmando al mismo tiempo, “el carácter innegable de la libertad religiosa como fundamento de la convivencia libre y pacífica entre los pueblos”.

Además querría destacar la importancia del tema de la “ciudadanía”, que habéis colocado en el centro de vuestros trabajos. Sobre este tema la Iglesia está desarrollando una rica reflexión, sobre todo a partir del Convenio Eclesial de Verona, en cuanto a que la ciudadanía constituye uno de los ámbitos fundamentales de la vida y de la convivencia de las personas. También el próximo Congreso Eucarístico Nacional de Ancona dedicará una jornada a este tema tan importante, jornada a la que han sido oportunamente invitados , como se ha dicho, todos los alcaldes italianos.

Hoy la ciudadanía se coloca en el contexto de la globalización, que se caracteriza, entre otras cosas, por los flujos migratorios. Frente a esta realidad, como lo he recordado antes, es necesario saber conjugar la solidaridad y el respeto a las leyes, de manera que no se vea afectada la convivencia social y se tengan en cuenta los principios de derecho y las tradiciones culturales y también religiosas en las que tiene su origen la Nación italiana. Esta necesidad se hace notar especialmente para vosotros, que como administradores locales estáis más cercanos a la vida cotidiana de la gente.

A vosotros se os exige siempre una especial dedicación en el servicio público que ofrecéis a los ciudadanos, para ser promotores de la colaboración, de la solidaridad y de la humanidad. La historia nos ha dejado el ejemplo de Alcaldes que con su prestigio y su compromiso han marcado la vida de las comunidades: usted ha recordado justamente la figura de Giorgio La Pira, cristiano ejemplar y apreciado administrador público. ¡Siga esta tradición trayendo frutos para el bien del País y de sus ciudadanos! Por esto os aseguro mi oración y os exhorto, ilustres amigos, a confiar en el Señor, porque -como dice el Salmo- “Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (127,1).

Invocando la maternal intercesión de la Virgen María, venerada por el pueblo italiano en sus tantos santuarios, lugares de espiritualidad, de arte y de cultura, y de los santos Patrones Francisco de Asís y Catalina de Siena, os bendigo a todos vosotros y a vuestros colaboradores y de la entera nación italiana.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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