Audiencia del Papa a un tercer grupo de obispos filipinos

Con motivo de su visita “ad Limina”

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 3 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI ofreció hoy al tercer grupo de obispos de la Conferencia Episcopal de Filipinas, a quienes recibió hoy en la Sala del Consistorio con motivo de su visita ad Limina.

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Mis queridos hermanos obispos,

Os doy con alegría la bienvenida mientras realizáis vuestra visita ad Limina Apostolorum. Extiendo mis cordiales saludos a través vuestro a los sacerdotes, religiosos y fieles de vuestras diversas diócesis. Nuestro encuentro de hoy me concede la oportunidad de daros las gracias colectivamente por el trabajo pastoral que lleváis a cabo con amor por Cristo y por su gente. Como dijo san Pablo, “No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos” (Gal 6, 9). Con estas palabras, el Apóstol anima a sus lectores a hacer el bien a todos, pero especialmente a los de la familia de los creyentes. Nos presenta un doble mandato, uno de los cuales es muy apropiado para vuestro ministerio como obispos de las islas del centro y del sur del archipiélago filipino. Debéis trabajar en hacer el bien tanto a los cristianos como a los no cristianos.

Respecto a “los de la familia de los creyentes” que requieren vuestro cuidado apostólico, la Iglesia en vuestras respectivas regiones comparte naturalmente muchos de los restos pastorales que debe afrontar el resto del país. Entre ellos, uno de los más importantes es la tarea de continuar la formación catequética. La profunda piedad personal de vuestra gente necesita ser alimentada y apoyada por una comprensión profunda y un aprecio por las enseñanzas de la Iglesia en materias de fe y de moral. De hecho, se requieren estos elementos para que el corazón humano pueda dar una respuesta total y adecuada a Dios. Mientras seguís reforzando la catequesis en vuestras diócesis, no dejéis de incluir en ella una extensión a las familias, con particular atención a los padres en su papel de primeros educadores de sus hijos en la fe. Esta tarea es ya evidente en vuestro apoyo a la familia frente a las influencias que quieren disminuir o destruir sus derechos e integridad. Reconozco que proporcionar este tipo de formación catequética no es una tarea pequeña, y aprovecho la oportunidad para saludar a las muchas religiosas y catequistas laicos que os ayudan en esta importante obra.

De hecho, como obispos diocesanos, nunca afrontáis los retos solos, sino que sois asistidos primero y sobre todo por vuestro clero. Junto a vosotros, ellos han dedicado sus vidas al servicio de Dios y de su pueblo, y requieren a su vez vuestro cuidado paternal. Como sabéis bien, vosotros y vuestros hermanos obispos tenéis el deber particular de conocer bien a vuestros sacerdotes y de guiarles con solicitud sincera, mientras que los sacerdotes deben estar siempre preparados para llevar a cabo con humildad y fidelidad las tareas que les confiéis. En este espíritu de cooperación mutua por el bien del Reino de Dios. Seguramente “llegará a su tiempo la cosecha” de la fe.

Muchas de vuestras diócesis han puesto ya en marcha programas de formación continua de los sacerdotes jóvenes, asistiéndoles en su transición desde la programación estructurada del seminario al planteamiento de vida más independiente en la parroquia. Entre estas líneas, es también útil para ellos que se les asignen mentores entre aquellos sacerdotes ancianos que hayan demostrado ser fieles sirvientes del Señor. Estos hombres pueden guiar a sus hermanos más jóvenes en el camino hacia una forma de vida sacerdotal madura y equilibrada.

Además, los sacerdotes de todas las edades requieren atención continua. Deben promoverse días habituales de reunión, los retiros anuales y las convocatorias, así como los programas de educación continua y asistencia para los sacerdotes que pueden estar afrontando dificultades. Confío en que encontraréis forma de apoyar a aquellos sacerdotes cuyas designaciones les dejan aislados. Es gratificante observar cómo el Segundo Congreso Nacional del Clero, realizado durante el Año Sacerdotal, supuso una ocasión de renovación y de apoyo fraternal. De cara a construir sobre este impulso, os animo a aprovechar la celebración anual del Jueves Santo, durante el que la Iglesia conmemora el sacerdocio de una forma especial. De acuerdo con sus solemnes promesas en la ordenación, recordad a vuestros sacerdotes su compromiso de celibato, obediencia, y una cada vez mayor dedicación al servicio pastoral. Viviendo ses promesas, estos hombres se convertirán en padres espirituales con una madurez personal y psicológica que crecerá para reflejar la paternidad de Dios.

Respetando el mandato de san Pablo de hacer el bien a quienes no pertenecen a la familia en la fe, el diálogo con las demás religiones sigue siendo una alta prioridad, especialmente en las áreas del sur de vuestro país. Si bien la Iglesia proclama sin error que Cristo es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6), no es menos cierto que ella respeta todo lo que hay de verdad y de bien en otras religiones, y que busca, con prudencia y caridad, entrar en un diálogo honrado y amistoso con los seguidores de estas religiones en cuanto sea posible (cf. Nostra Aetate, 2). Haciendo así, la Iglesia trabaja hacia una comprensión mutua y el progreso del bien común de la humanidad. Os felicito por el trabajo que ya habéis hecho, y os animo a que, por medio del diálogo que se ha establecido, continuéis promoviendo el camino hacia la verdad y la paz duradera con todos vuestros vecinos, sin dejar nunca de tratar a cada persona, no importa cuáles sean sus creencias, como creada a imagen de Dios.

Finalmente, mientras nos esforzarnos por “no cansarnos de hacer el bien”, debemos recordar que el mayor bien que podemos ofrecer a aquellos a quienes servimos se nos da en la Eucaristía. En la Santa Misa, los fieles reciben la gracia necesaria para ser transformados en Jesucristo. Es alentador que muchos filipinos asistan a la misa dominical, pero esto no debe dejar lugar a la complacencia vuestra como pastores. Es tarea vuestra, y de vuestros sacerdotes, no cansaros nunca de salir en busca de la oveja perdida, asegurándoos de que todos los fieles viven del gran don que se nos ha dado en los Sagrados Misterios.

Queridos Hermanos Obispos, doy las gracias al Señor por estos días de vuestra visita a la Ciudad de Pedro y Pablo, durante la cual Dios ha fortalecido los lazos de nuestra comunión. A través de la intercesión de la Bendita Virgen María, que el Señor lleve vuestro trabajo a término. Os aseguro mi recuerdo en la oración, y de buen grado os imparto a vosotros y a los fieles confiados a vuestro cuidado mi Bendición Apostólica como prenda de gracia y paz.

[Traducción del original en inglés por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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