Aumentan las fábricas de explotación de la mano de obra en el Tercer Mundo

Los expertos constatan pros y contras

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NUEVA YORK, 11 enero 2003 (ZENIT.org).- Muchos de los juguetes y vestidos que aparecieron bajo el árbol de Navidad este año han sido hechos en fábricas del Tercer Mundo o en fábricas de explotación de la mano de obra, según denuncian quienes critican las duras condiciones de trabajo.

En noviembre, estos grupos de protesta hicieron un llamamiento a boicotear los almacenes de ropa Gap, informó el Guardian el 22 de noviembre. El Africa Forum y Unite, sindicato de empleados textiles, pidieron a los compradores que estas navidades no compraran sus regalos en Gap. Los activistas afirmaban que la compañía había extendido el trabajo de explotación de la mano de obra en países del Tercer Mundo.

En una rueda de prensa en Nueva York, las organizaciones presentaron pruebas de las condiciones de trabajo abusivas, basadas en entrevistas con 200 personas en más de 40 fábricas que hacían ropa para Gap en un cierto número de países. La empresa dirige una red mundial de más de 4.000 tiendas. Algunos trabajadores que aparecieron en la presentación hablaban de largas horas de trabajo por un salario bajo en medio de riesgos para la salud y duras condiciones.

Por su parte, la compañía admite que producir ropa en países que están a punto de comenzar a industrializarse es «un proceso doloroso». Sin embargo, defiende que un puesto de trabajo en una fábrica limpia y segura es una alternativa codiciada por los trabajadores de muchas otras industrias en aquellos países.

Las protestas contra Gap son sólo la última de una serie de campaña llevadas a cabo por las organizaciones laborales, sindicatos, y de derechos humanos. El pasado septiembre, los activistas lanzaron una campaña en Estados Unidos con el fin de lograr que el Congreso prohibiera la importación de bienes hechos con mano de obra explotada, informaba el Financial Times el 24 de septiembre.

Muchas empresas de Estados Unidos han adoptado tales códigos que prevén supervisar las condiciones laborales y mantener unas condiciones laborales mínimas en las fábricas. «Pero cuando se enfríe el calor, el código de conducta irá directamente al retrete», informaba Charles Kernaghan, director del National Labor Committee, una organización de derechos laborales con sede en Nueva York.

Uno de los principales objetivos de la campaña es Disney. Los activistas aseguran que la compañía ha usado fábricas en Bangladesh, donde las mujeres trabajan 14 horas al día en condiciones sofocantes para coser ropa con un salario de entre 12 y 19 centavos de dólar por hora.

«Made in USA»
En los últimos años, el número de organizaciones críticas con las prácticas laborales de explotación ha aumentado en gran número. Sus páginas Web dan una idea de su posición. Para el No Sweat Group, «la explotación laboral moderna es el capitalismo global descarnado». La organización con sede en el Reino Unido acusa a los explotadores de usar entre otras cosas fuerza de trabajo infantil, forzar a los trabajadores a aceptar horas extras y de pagar «salarios de pobreza».

BehindTheLabel.org es una campaña coordinada por la Union of Needletrades, Industrial and Textile Employees, sindicato que representa a más de 250.000 trabajadores de ropa, textiles y otras industrias en Estados Unidos y Canadá. Además de ofrecer noticias amplias sobre la industria de la ropa en el Tercer Mundo, también apunta a coordinar «una alianza global de los trabajadores del vestir, líderes religiosos y estudiantes que se levanten para pedir derechos humanos para los trabajadores explotados».

Los activistas admiten que los trabajadores normalmente están muy contentos de poder tener un trabajo y que las fábricas de ropa han dado empleo en los países en vías de desarrollo. Pero insisten en que las compañías «buscan lugares donde a los trabajadores se les dé el menor salario, y los derechos humanos puedan ser pisoteados».

Ejemplos gráficos de estos abusos están disponibles en la página web del National Labor Committee con sede en Estados Unidos, que se describe a sí misma como una «organización independiente sin ánimo de lucro dedicada a promover y defender los derechos humanos y laborales en la economía global».

El grupo observa que las mujeres en El Salvador reciben sólo 60 centavos de dólar por una hora de coser prendas para las compañías más importantes de Estados Unidos. Se las puede despedir si se encuentran embarazadas, si rechazan las horas extras, o incluso si se sospecha que están organizando algún tipo de sindicato.

Una de las peticiones del National Labor Committee es que se diga a los consumidores dónde se han fabricado los bienes y en qué condiciones. Sacar a la luz del día estas fechorías hará más difícil que las compañías violen los derechos humanos y paguen salarios de miseria, afirma la organización.

Otra organización activista es Sweatshop Watch, una coalición de organizaciones laborales, de derechos civiles, religiosas y estudiantiles con sede en California. Una de sus recientes campañas se enfocaba al Norte de las Islas Marianas, en el Pacífico. Los trabajadores ganan 3.05 dólares a la hora, trabajando 12 horas al día, siete días a la semana. Las ropas llevan la etiqueta «Made in the USA» y no están sujetas a los aranceles de importación de Estados Unidos. El año pasado, se exportaron cerca de mil millones de dólares en ropa desde estas islas a los Estados Unidos.

El 26 de septiembre, Sweatshop Watch anunció que siete minoristas de ropa de Estados Unidos y 23 fabricantes del Norte de las Marianas fueron demandados en una acción legal federal que alegaba violaciones en las leyes sobre salarios y en otros derechos de los trabajadores. A las compañías norteamericanas se les unieron otros 19 minoristas demandados con anterioridad. La sentencia implica la adopción de un código de conducta, contribuciones a un fondo que compensará a los trabajadores por los abusos del pasado, y el establecimiento de un control independiente de las fábricas en la principal isla del archipiélago, Saipán.

El pleito fue presentado por trabajadores inmigrantes de países asiáticos cercanos que acusaban a las empresas de tentarlos a ir a Saipán con promesas de una alta paga pero que luego les ofrecían bajos salarios y horarios largos.

Cómo puede ayudar la inversión extranjera
La presencia de fábricas de explotación de la mano de obra es un tema complejo. Tiene consecuencias tanto positivas como negativas, observa un reciente libro publicado por Brookings Institution. «Beyond Sweatshops», del profesor de empresariales Theodore Moran, admite que algunas empresas someten a los trabajadores a condiciones inferiores a la media, pero otras ofrecen salarios decentes y beneficios.

Además, incluso la baja destreza y los trabajos mal pagados en las fábricas de ropa y calzado proveen de puestos de trabajo a mujeres y a minorías que, de otra manera, tendrían pocas oportunidades de encontrar empleo.

Es más probable que los trabajadores sufran abusos cuando hay pocas posibilidades para escoger a sus patrones, y cuando hay poca atención a los controles de calidad por parte de la fábrica, observa el libro. Pero, cuando el número de inversores extranjeros aumenta, y los trabajadores logran más conocimientos sobre las alternativas de empleo, el trato a los trabajadores mejora. En este sentido, la inversión extranjera no es un mal que deba rechazarse, sino más bien algo que se debe fomentar, puesto que niveles más altos de inversión conducirán a mejorar las condiciones.

Regular las fábricas en los países en vías de desarrollo implica dificultades. Moran observa que resulta extremadamente difícil lograr un acuerdo internacional sobre lo que constituyen condiciones normales de trabajo, y cómo hacerlas cumplir. Y castigar a los infractores imponiendo sanciones comerciales contra un país o sector podría dañar tanto a las buenas fá
bricas como a las malas.

Los códigos de conducta voluntarios en la industria, junto con la certificación de las fábricas participantes, ofrecen ciertas esperanzas a la hora de garantizar mejores condiciones. Moran observa que las opciones voluntarias, combinadas con el respaldo de la presión y las acciones de los observadores exteriores, serían una solución preferible a la imposición de un mínimo de condiciones globales.

Salarios mínimos o condiciones a nivel mundial no podrían hacer frente a las grandes diferencias entre países en términos de niveles económicos o de capacidad de retribución. Si bien se pronuncia contra un salario mínimo, Moran reconoce que es perfectamente legítimo que se presione a las compañías a que paguen salarios decentes y den un mejor trato.

El desafío para los países en vías de desarrolla, observa Moran, «es diseñar políticas que capturen a la vez los beneficios de las inversiones directas extranjeras en sectores de bajos salarios y protejan a los trabajadores contra los maltratos y los abusos». Los consumidores, por su parte, al abrir sus regalos de Navidad deberían dedicar un pensamiento a los trabajadores que los hacen, y mostrar interés en asegurarse de que las empresas los tratan mejor.

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ZENIT Staff

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