Australia: Embriones humanos, ¿materia prima de experimentación?

Debate nacional en preparación de una nueva ley

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SYDNEY, 27 abril 2002 (ZENIT.org).- Una propuesta australiana, sobre el uso de células estaminales provenientes de embriones, promete echar leña al fuego del debate sobre la manipulación de la vida humana en sus primeros estadios.

A primeros de este mes, el primer ministro australiano, John Howard, anunció una nueva legislación nacional sobre la investigación con células estaminales embrionales. La propuesta contempla dar luz verde al uso de células de cerca de 70.000 embriones “desechados”, informaba el 5 de abril el Sydney Morning Herald.

El plan de Howard consiste en la prohibición de toda forma de clonación humana, tanto reproductiva como terapéutica. El National Health and Medical Research Council regulará el uso para investigación de las células estaminales humanas, con licencias que se usarán solamente en proyectos aprobados por comités de ética, en situaciones donde sea probable un avance significativo en los tratamientos y siempre que tal avance no se pueda lograr por otros medios. Además, el uso de embriones sobrantes de los procesos de fertilización in vitro se limitará a los actualmente existentes.

Tan pronto como el plan fue anunciado, varios «premiers», como son conocidos los líderes de cada estado, ejercieron presión para aflojar las restricciones. En Nueva Gales del Sur, el estado más poblado, el premier Bob Carr rechazó como “artificial” la propuesta de limitar la investigación a los embriones actualmente existentes.

Carr también ponía en cuestión el que el gobierno federal tuviera poder constitucional para imponer esta legislación, al mismo tiempo que amenazaba con introducir medidas más liberales en su estado.

La fuerte oposición de los premiers condujo a Howard a aflojar algunos puntos de la propuesta original. Entre los cambios está la expiración, después de tres años, de la prohibición sobre el uso de nuevos embriones para fines de investigación.

El plan federal de investigación sobre células madre sigue una propuesta presentada al gobierno por un comité parlamentario, encabezado por el ministro para la tercera edad, Kevin Andrews, católico, que condujo con éxito una campaña hace algunos años para cambiar la legislación del Territorio del Norte, que permitía la eutanasia en algunas situaciones.

Antes del anuncio del primer ministro, algunos científicos amenazaron con salir de Australia si no se les permitía investigar con células madre embrionarias. Entre ellos estaba Martin Pera del Instituto Monash de Reproducción y Desarrollo, según el periódico de Melbourne Age del 26 de febrero.

Las columnas de opinión de ese periódico han discutido la cuestión de la investigación con células estaminales humanas. El doctor John McBain, jefe del grupo IVF de Melbourne, afirmaba que la prohibición haría retroceder la ciencia australiana a la “Edad Oscura” (The Age, 27 de febrero). McBain describía también la oposición de la Iglesia católica a la investigación con embriones como el trabajo de “nuestros talibanes locales-extremistas religiosos que harán todo lo posible para que se siga su modo de pensar”.

En una respuesta publicada al día siguiente, el doctor Warwick Neville, asesor de investigación de la Conferencia Episcopal católica de Australia, pidió que se citaran “hechos fundamentados y principios prudentes, y no prejuicios sectarios”, para guiar la discusión sobre este tema.

Neville sostenía que quienes defienden el uso de células estaminales de embriones están ignorando el potencial de las células estaminales de adultos, que no presentan los mismos problemas éticos y que prometen dar buenos resultados.

En defensa de la investigación con embriones salió el filósofo Peter Singer, australiano aunque profesor de bioética en la Universidad de Princeton (EE. UU.). Singer criticaba un artículo anterior del arzobispo de Melbourne Denis Hart, en el que afirmaba que debería causar vergüenza que los premiers de los estados apoyen una posición que trata a los seres humanos como animales de laboratorio.

Singer se oponía a comparar a los embriones con animales de laboratorio. “Ellos (los animales de laboratorio) son más capaces de amar, y de responder al amor, que un embrión”, afirmaba en un artículo de Age el 29 de marzo.

Los embriones, defendía Singer, no tienen un cerebro o un sistema nervioso, no pueden sentir dolor o asustarse, son incapaces de amar y no son conscientes. De hecho, alegaba, es mejor utilizar embriones en la investigación para salvar “vidas humanas más desarrolladas” que usar animales de laboratorio. Además, la oposición de la Iglesia a la investigación con embriones sólo se puede justificar con argumentos religiosos, afirmaba, y la política pública en una sociedad pluralista no puede aceptar tal posición.

Justificar la investigación usando como argumento las capacidades de los embriones lleva a conclusiones tremendas, replicaba el padre dominico Anthony Fisher, profesor de bioética en el instituto Juan Pablo II de Melbourne. “Según la prueba de personalidad de Singer no sólo se podría investigar con embriones, sino también con los no nacidos, con los recién nacidos y con los que tienen profundas discapacidades”, observaba el padre Fisher el 3 de abril en Age.

“La historia cuenta con momentos vergonzosos de exclusión de aquellos a los que les faltaban las capacidades requeridas y no eran dignos de respeto: esclavos, negros, mujeres, judíos, discapacitados, gitanos”, continuaba el sacerdote.

Los argumentos teoréticos sobre el status humano del embrión no interesan al premier de Nueva Gales del Sur, Bob Carr. “Las sutiles disquisiciones de una teología desarrollada en siglo XIX no censurarán o retrasarán lo que suceda en la investigación médica”, declaraba en el Sydney Morning Herald el 4 de abril.

Carr defendía que la investigación es esencial para garantizar el progreso médico. “Espero ver el día en que la gente, viviendo con soltura su tetraplejia, sea capaz de caminar”, afirmaba. “La investigación embrionaria con células estaminales está apresurando tales tratamientos, ayudando a nuestros compañeros humanos más pronto en vez de más tarde”.

Pero el triunfo de tal pragmatismo es sólo una victoria pírrica, replicaba el arzobispo de Sydney, George Pell, el 9 de abril en el Sydney Morning Herald. Las investigaciones con células estaminales de embriones destruyen la vida humana, invocando el razonamiento de que “el fin justifica los medios”, observaba.

“Todavía estamos en los primeros días de una larga lucha en el área de la biotecnología –observaba el arzobispo–, una lucha en la que el status especial de la vida humana está siendo alegremente disminuido”.

El arzobispo invitó a los gobiernos de la Commonwealth y de Nueva Gales del Sur “a invertir sumas significativas de dinero en la investigación de células estaminales de adultos”. También anunció que “como un pequeño gesto de apoyo de la Archidiócesis católica de Sydney se disponía a donar 50.000 dólares para tal proyecto”.

El debate continuará cuando la propuesta legislativa se presente en el Parlamento federal. Los principales partidos políticos están afrontando a divisiones internas sobre el tema y no queda todavía claro si se permitirá un voto de conciencia. También está por verse cuál será la posición final tomada por el gobierno de cada estado sobre las leyes locales que regulen la investigación.

Las ironías de la discusión fueron puestas de relieve por Kristina Kerscher Keneally, en el Sydney Morning Herald del 27 de marzo. No hace tanto tiempo, escribía, “el embrión suscitaba sólo una controversia importante: si la mujer embarazada debía llevarlo a término o no”. El aborto fue permitido por medio de una legislación que “declaraba de hecho que el embrión es un ser no-hu
mano”, observaba.

Pocos años después y, con el embrión fuera de la matriz en un bandeja de laboratorio, se defiende la investigación. “Qué enigma”, observaba Keneally, “porque el embrión no es humano, podemos abortarlo. Pero porque es humano, queremos usarlo en la investigación médica”. Queda por ver si quienes pretenden experimentar con embriones entienden la paradoja.

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ZENIT Staff

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