Balance de Juan Pablo II de su visita apostólica a Croacia

Durante la audiencia general de este miércoles

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CIUDAD DEL VATICANO, 11 junio 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles que dedicó a recordar los momentos más destacados de su tercera visita apostólica a Croacia, del 5 al 9 de junio.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

1. Quisiera volver a recorrer mentalmente con vosotros el viaje a Croacia, que he podido realizar en los días pasados, con el tema «La familia: camino de la Iglesia y del pueblo». ¡Ha sido mi viaje apostólico número cien! Elevo al Señor desde lo más profundo de mi corazón mi sentida acción de gracias por haberme abierto cien veces los caminos del mundo y de las naciones para que pueda dar testimonio de Él.

He regresado a la noble tierra croata para confirmar a los hermanos en la fe; he querido llevar a todos un mensaje de paz y de reconciliación, y tuve la alegría de elevar a la gloria de los altares a sor Marija Propetoga Isusa Petkovic.

Deseo expresar cordial reconocimiento al episcopado por haberme invitado y acogido con atención y cariño. Mi reconocimiento se extiende también al presidente de la República y a las demás autoridades civiles y militares por su cortés adhesión y su solícita colaboración. Doy las gracias, por último, a la arquidiócesis de Rijeka, así como a su Seminario, que me ha acogido y a mis colaboradores.

2. La primera etapa fue la antigua y gloriosa ciudad de Dubrovnik, orgullosa de su historia y tradiciones de libertad y justicia. Allí celebré una santa Misa, durante la que fue beatificada sor Marija de Jesús Crucificado Petkovic, insigne hija de la Iglesia en tierra croata. Mujer de un heroico deseo de servir a Dios en los hermanos más pobres, fundó las Hermanas Hijas de la Misericordia de la Tercera Orden Regular de San Francisco para propagar, a través de las obras de misericordia espirituales y corporales, el conocimiento del Amor divino.

A la luz de esta admirable figura, dirigí un mensaje especial a las mujeres croatas, a quienes alenté a ofrecer a la Iglesia y a la sociedad su contribución espiritual y moral; de manera especial pedí a las consagradas que sean un signo elocuente de la presencia amorosa de Dios entre los hombres.

3. Al día siguiente, en Osijek, en el nordeste del país, diócesis de Djakovo y Srijem, tuve el gusto de presidir la solemne conclusión del segundo Sínodo diocesano y de conmemorar el 150 aniversario de fundación de la provincia eclesiástica de Zagreb.

En esa ocasión, me detuve a reflexionar sobre la santidad como vocación de todo cristiano, una de las enseñanzas centrales del Concilio Vaticano II. Invité en particular a los fieles a valorar plenamente la gracia del Bautismo y de la Confirmación. Sólo quien está animado por una fe robusta y por un amor generoso puede ser apóstol de la reconciliación y de reconstrucción moral, allí donde permanecen abiertas las heridas de un pasado doloroso y difícil.

En Djakovo pude detenerme brevemente en la bella catedral, donde saludé a los seminaristas y a sus profesores, junto a un numeroso grupo de religiosas.

4. El domingo, 8 de junio, fiesta de Pentecostés, en Rijeka, durante la misa invoqué una renovada efusión de los dones del Espíritu Santo sobre las familias cristianas de Croacia y del mundo. Quise ponerlas a todas bajo la especial protección de la santa Familia de Nazaret. Además, me pareció útil confirmar el valor primario social de la familia, pidiendo para ella una atención privilegiada y medidas concretas, que favorezcan su constitución, desarrollo y estabilidad.

En la tarde visité al Santuario de Trsat, situado en la colina de la ciudad de Rijeka, para unirme idealmente a los peregrinos que allí veneran a la Madre de Dios. Según una tradición piadosa, en aquel lugar se habría colocado la santa Casa de Nazaret antes de llegar a Loreto.

5. La última etapa de mi viaje fue Zadar, en Dalmacia, ciudad rica de historia. A la sombra de la catedral de Santa Anastasia, mártir de Sirmium, celebré la Hora Sexta, en la fiesta de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Esta festividad mariana, que prolonga la solemnidad de Pentecostés, nos hizo revivir el clima del Cenáculo. Al igual que entonces, María sigue estando presente hoy en la comunidad eclesial: una presencia humilde y discreta, pero alentadora en la oración y en la vida según el Espíritu; una presencia contemplativa, capaz de recordar a los pastores y fieles la primacía de la vida interior, de la escucha y de la asimilación de la Palabra de Dios, condición indispensable para un anuncio evangélico convencido y eficaz.

¡Queridos hermanos y hermanas! Durante este viaje he podido constatar también hasta qué punto el cristianismo ha contribuido al desarrollo artístico, cultural, pero sobre todo espiritual y moral de Croacia y de su pueblo. Sobre esta sólida base, ahora, a inicios del tercer milenio, la querida nación croata podrá seguir construyendo su cohesión y estabilidad para integrarse armoniosamente en el consorcio de los pueblos europeos.

¡Que Dios siga bendiciendo y protegiendo a Croacia! Siempre tendrá un lugar privilegiado en mi cariño y en mi oración.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa hizo esta síntesis en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
El reciente viaje a Croacia tenía como lema: «La familia: vía de la Iglesia y del pueblo». Doy gracias al Señor que, a través de estos cien viajes pastorales, me ha abierto los caminos del mundo y de las naciones para anunciarles la permanente Buena Nueva de la salvación, llevando un mensaje de paz y reconciliación.

Al beatificar a Sor Marija de Jesús Crucificado Petkovic, mujer que propagó el conocimiento del Amor divino, he animado a las mujeres croatas a ofrecer a la Iglesia y a la sociedad su aportación espiritual y moral. También he pedido a las consagradas que sean un signo elocuente de la presencia amorosa de Dios entre los hombres.

He recordado que la santidad es la vocación de todo cristiano, y que sólo con una fe robusta y un amor generoso se puede ser apóstol de reconciliación y de reconstrucción moral, donde todavía están abiertas las heridas de un pasado difícil y doloroso.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a los «Amigos de los Castillos», de España, y a los peregrinos del Ecuador. Exhorto a todos a ser promotores de paz y reconciliación en vuestro propio ambiente.
Muchas gracias.

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ZENIT Staff

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