Basta con la masacre, grita el patriarca de Jerusalén

Su Beatitud Michel Sabbah encabezó una manifestación en Belén

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BELEN, 12 marzo 2002 (ZENIT.org).- La voz del patriarca Michel Sabbah está sacudida por un temblor de indignación que se propaga bajo las amplias bóvedas de la iglesia de Santa Catalina, junto a la gruta en que nació Jesús.

«La paz y la seguridad de los israelíes dependen de la paz y de la seguridad de los palestinos», afirma Su Beatitud.

El domingo por la mañana, en el culmen de la semana más violenta y sangrienta de los 17 meses de Intifada, el patriarca de los católicos latinos dejó su sede de Jerusalén, para presentarse ante el puesto de control de Belén y obtener el permiso para entrar en la ciudad asediada por los tanques israelíes.

Protagonizó a continuación un gesto público «de oración por la paz y de solidaridad con el pueblo palestino». La hacía con la autoridad de quien siempre ha condenado la violencia, venga de donde venga.

En torno a él se apretaban centenares de fieles, mucho jóvenes, las autoridades locales, una delegación de católicos franceses guiados por el obispo de Lourdes, una representación de la Iglesia luterana.

La manifestación tuvo lugar después del llamamiento por la paz firmado hace tres días por todos los líderes de las Iglesias cristianas de Tierra Santa. El patriarca Sabbah lo volvió a lanzar en su enérgica homilía.

El Gobierno Sharon, afirmó, «se ha encaminado por una vía equivocada, usando métodos que no llevan a la paz y no garantizan ni siquiera la seguridad de los israelíes».

Alzó así un grito dolorido: «¡Basta con la violencia, las destrucciones, las masacres contra el pueblo palestino!».

Tras quitarse las vestiduras sagradas, el patriarca se puso a la cabeza de una «procesión» que llegó hasta las ruinas del palacio de la Autoridad Palestina, bombardeado por la aviación israelí.

El pequeño cortejo avanzaba por calles asoladas y desiertas, en una ciudad dominada por un silencio irreal.

A pocos centenares de metros, imponían respeto los blindados con la estrella de David. La residencia de Arafat, en la que fue acogido el Papa hace dos años, tan sólo quedó rozada por los misiles que centraron de lleno los edificios de la policía, servicios secretos y milicianos del presidente palestino, y han dañado seriamente muchas casas alrededor.

Una mujer lloraba entre los escombros de lo que era su casa, veinte familias se han quedado sin techo.

«Señor da a nuestro pueblo la fuerza para soportar todo este mal –gritó el patriarca–. Abre la mente y cambia el corazón de quien provoca tantos sufrimientos. Danos el don de la justicia y la libertad».

La oración de Su Beatitud Sabbah estaba mojada por sus lágrimas. Los periodistas lo asediaban y
alguno le recordó los atentados suicidas de la víspera contra inermes ciudadanos israelíes.

El patriarca respondió con energía: «La violencia no lleva a ninguna parte. ¡Pero también los palestinos tienen derecho a vivir tranquilos y seguros! No se puede llegar a la paz haciendo la guerra, como piensa Sharon».

«¡Que reconozca de una vez el derecho de los palestinos a la soberanía y a la autodeterminación y todos los problemas podrán resolverse a través del diálogo y la negociación!», concluyó.

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ZENIT Staff

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