Beatificada la madre Antonia María Verna

Fundadora del Instituto de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea

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IVREA, lunes 3 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- Las hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea están de fiesta por la beatificación de su fundadora la madre Antonia María Verna (1773 – 1838).

El secretario de Estado Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone celebró el rito este domingo junto a miles de fieles en la catedral de Ivrea (en la provincia de Turín), ciudad de fundación de la congregación.

Esta congregación, nacida a principios del siglo XIX, está presente en Turquía, Líbano, Israel, Estados Unidos, México, Albania, Argentina y África.

Sobre el tema, ZENIT entrevistó a Cristina Siccardi, experta en el estudio de figuras de Historia de la Iglesia y en especial de los santos y beatos de la región de Piamonte del siglo XIX.

– ¿Cuáles son las principales virtudes de la madre Verna?

Cristina Siccardi: Madre Antonia María Verna vivió en grado heroico todas las virtudes teologales y cardinales. Los testimonios recogidos en la Positio para su canonización subrayaron de manera particular su alma profundamente humilde y amante de la absoluta discreción.

Podríamos indicar en la humildad, la sencillez y en la caridad sus tres puntos más fuertes. Sus lemas se convirtieron también en las raíces vitales del instituto que ella fundó. Aquí está el secreto de su santidad.

– ¿Por qué Antonia María quiso hacer un voto de virginidad perpetua?

Cristina Siccardi: La promesa la hizo alrededor de los 15 años en lo secreto de su corazón. Desde chica, nutriéndose de una profunda fe, deseaba alcanzar la perfección siguiendo los principios de pobreza, obediencia y castidad.

Esta decisión, que tomó con el consentimiento de su confesor, no tuvo una buena respuesta en su familia: aunque la fe estuviera bien arraigada, la renuncia al matrimonio era fuente de gran preocupación, también económica.

Un tío suyo, en su testamento, entre otras cosas, había dejado escrito que Antonia tenía el derecho a 50 liras “solamente y no de otra manera”, en el momento del matrimonio.

Las presiones, pues, fueron muchas para buscar disuadirla de aquel propósito que se convirtió en opción de vida consagrada a Cristo.

– ¿Por qué quiso trasladarse a Rivarolo?

Cristina Siccardi: Para alejarse de las de las reiteradas insistencias de matrimonio y para sustraerse del clima sofocante que se había creado a su alrededor a causa del voto de virginidad que no compartían ni sus familiares ni las familias del municipio de Pasquaro di Rivarolo Canavese (Turín) que estaban mirando a Antonia con interés: hubiera sido una óptima nuera.

– Antonia María nació en el 1773. ¿Cómo influyó la Revolución Francesa en su vida?

Cristina Siccardi: Los vientos de la ideología “secularizante” y enemiga de la Iglesia que maduraron en el seno de la Revolución Francesa desvanecieron también en territorio sub-alpino el sentido religioso, hecho que propició la inmoralidad en el tejido social.

Esta ideología revolucionaria estuvo compuesta por naturalismo y racionalismo: se había enaltecido sobre el trono a la diosa razón y cada campo estaba contaminado por el positivismo.

El pensamiento volteriano y jacobino que proclamaba con violencia los “derechos del hombre”, había expulsado con envidia la dimensión sobrenatural.

Protestantismo, iluminismo, filosofía laicista y masónica penetraban con facilidad en la civilización europea.

En este contexto María Antonia, inteligente y clarividente, comprendió que era el momento de actuar y de contrarrestar el mal.

Tenía sólo 19 años y sin embargo combatía por la fe y actuó en la educación de las nuevas generaciones instruyéndolas cristianamente.

– ¿Cómo inició la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea?

Cristina Siccardi: Ella sentía que Pasquaro era demasiado pequeño como ambiente de misión. Por ello decidió trasladarse a Rivarolo, entre 1796 y 1800, cuando las campañas napoleónicas sembraban todavía odio a la religión y a la Iglesia, y también pobreza y delincuencia.

La casa de Antonia María era muy pobre, compuesta sólo por un ambiente que servía de “templo, cátedra y claustro”, aquí era maestra y catequista.

Sin embargo, quiso hacer más. Asistió a los enfermos a domicilio, todo por amor a Cristo. El trabajo creció tanto que no alcanzó a enfrentarlo: entre el 1800 y 1802 se unieron a ella algunos jóvenes, y así fue como nacieron las hermanas de la caridad de la Inmaculada Concepción.

– ¿Cuándo fue reconocida canónicamente esta comunidad?

Cristina Siccardi: En 1818 la madre Verna obtuvo la aprobación del instituto, y así pudo vestir el hábito religioso el 27 de noviembre de 1835 cuando llegó la esperada aprobación eclesiástica.

– ¿Cómo se desarrolló su apostolado en Rivarolo Canavese?

Cristina Siccardi: Fue propiamente en Rivarolo donde la joven Antonia María comenzó a trabajar, tanto recogiendo los niños de la calle (primeros experimentos de actividad escolástica de la primera infancia), como socorriendo con amor materno a los enfermos.

El 17 de julio de 1837 fue inaugurado el orfanato, fruto de un trabajo comprometido que se había realizado antes.

El secreto del éxito del Orfanato de Rivarolo fue el de buscar principalmente el espíritu de sacrificio y de caridad de la madre Verna.

El abad Ferrante Aporti, pionero de los orfanatos en Italia escribió: “escribo a las hermanas de Rivarolo, felicitándolas porque en el cuidado de los enfermos del cuerpo agregan otro cuidado supremamente meritorio (…) que es el de custodiar las enfermedades espirituales y a los pobres inocentes, recuperándolos y enfocándolos hacia el reino de Dios en la escuela infantil”.

– ¿Cuál es el carisma de la Congregación de las hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea?

Cristina Siccardi: En el misterio de María Inmaculada que se da sin cálculos, se inspira la congregación que fundó la Madre Verna.

La caridad es la esposa del apostolado y de la gratuidad, es una nota dominante, tanto de la espiritualidad de Madre Antonia como del Instituto.

Con humildad, sencillez y sobriedad, sus hijas son llamadas a asistir y ayudar a los niños, jóvenes, enfermos, y a las personas solas y abandonadas.

Los privilegiados son los más pobres. El ardor de caridad y el amor por la Iglesia las ha conducido a la misión infantil.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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