Bebés comprados, vendidos y comercializados

El lado oscuro de la mentalidad consumista

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LONDRES, sábado, 24 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Los defensores del aborto que durante décadas han negado o minusvalorado la humanidad del niño nacido están logrando sus frutos. Como indican las últimas noticias, cada vez más, los niños no nacidos están siendo tratados como productos de consumo.

El 10 de septiembre, el Times de Londres publicaba un reportaje que describía cómo vende partes de bebés el Instituto para Problemas de Criobiología y Criomedicina de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, en Jarkov. Su página web contiene una lista que ofrece diversas células y tejidos de bebés.

El instituto alega que el material proviene de fetos abortado en una etapa temprana de desarrollo. Pero, según el Times, esta afirmación es dudosa tras las revelaciones sobre casos de desapariciones de bebés nacidos vivos de las salas de maternidad de la ciudad de Jarkov.

El artículo citaba a una ex empleada del instituto, Julia Kopeika, que afirmaba que los científicos del instituto en este campo se han beneficiado desde hace mucho de una postura más relajada hacia los temas éticos. Además, la ley ucraniana considera que los bebés nacidos antes de las 27 semanas o con un peso inferior a l kilo son calificados de abortos. De esta forma, los bebés no están registrados oficialmente y, en ocasiones, son arrebatados a sus madres y no se les devuelven, declaraban al Times activistas de derechos humanos.

El 17 de abril pasado, un reportaje en otro periódico británico, el Observer, alegaba que se pagaba a las mujeres ucranianas por vender sus fetos a las clínicas. Los tejidos se utilizan para tratamientos de belleza que presumiblemente rejuvenecen la piel y para curar enfermedades. El Observer afirmaba que se a las mujeres se les pagaban 100 libras (182 dólares) por feto, que luego era vendido en Rusia por más de 5.000 libras (9.100 dólares).

Embriones frescos
Hace dos semanas, se hizo pública la preocupación en Canadá por la utilización de embriones «frescos» como fuente de células madre, informaba el 13 de septiembre el National Post. Un artículo publicado en el Canadian Medical Association Journal advertía que se está animando a las mujeres a donar embriones frescos, como opuestos a «pasados», que son los embriones congelados sobrantes de tratamientos anteriores de fertilización in vitro, para crear células madre.

Los autores del artículo, el doctor Jeffrey Nisker, de la Universidad de Ontario Occidental, y la doctora Françoise Baylis, de la Universidad Dalhousie de Halifax, advertían también que las mujeres pueden reducir sus opciones a quedarse embarazadas en el futuro.

Asimismo, Baylis se quejaba de la manera «subrepticia» en que el Canadian Institute of Health Research, una agencia federal, había cambiado silenciosamente las normas el 7 de junio para permitir, de modo explícito, que los investigadores de células madre utilizaran embriones humanos frescos. Sólo dos días después, un equipo de investigadores de Toronto encabezado por el doctor Andras Nagy anunciaba que no sólo estaba trabajando con embriones fresco sino que ya los había utilizado para crear las primeras células madre de embriones de Canadá.

Jeffrey Niscker, copresidente del comité consultivo de tecnología reproductiva y genética de Health Canada, disuelto tras la aprobación por el gobierno federal de la nueva ley que rige la tecnología reproductiva, hizo unas declaraciones. Declaró al National Post: «En ningún momento imaginó (el comité) que a una mujer se le planteara el donar un embrión fresco». Nisker afirmó que el tema exige una clarificación y añadió que piensa que los médicos que piden a las mujeres que donen sus embriones frescos pueden estar quebrantando el código ético médico.

Por su parte, el científico que creó la oveja Dolly, Ian Wilmut, sostenía que se deberían usar las células madre de embriones humanos, para salvar a los animales de ser utilizados en las pruebas. El periódico escocés Herald informaba el 8 de septiembre de que Wilmut sostenía que esta investigación sería «más ética».

En un discurso en la facultad de veterinaria de la Universidad de Glasgow, Wilmut declaró que estudiar las enfermedades humanas incurables creando embriones y clonándolos como líneas de células salvaría «potencialmente a muchos miles de animales».

Wilmut solicitó recientemente una licencia de utilización de células madre de embriones para desarrollar una cura de la esclerosis lateral amiotrópica, la enfermedad de Lou Gherig, un desorden neuro motriz.

Eliminar a los «inapropiados»
Cada vez se eliminan más bebés que sufren de defectos genéticos, informaba en un artículo de profundización el 29 de abril el Washington Post. El artículo explicaba que, según una encuesta a cerca de 3.000 padres de hijos con síndrome de Down, publicada en la American Journal of Obstetrics and Gynecology, los profesionales de la salud que realizan los escáneres prenatales suelen dar a los padres una imagen negativa de las consecuencias de tener un hijo con este problema.

«En muchos casos los doctores son insensibles sino verdaderamente groseros», afirmaba el autor, el estudiante de medicina en Harvard, Brian Skotko, cuya hermana de 24 años tiene síndrome de Down.

El artículo explicaba que los campos en los últimos años han mejorado mucho la situación de quienes sufren síndrome de Down. En lugar de ser relegados por las instituciones, ahora tienden a vivir entre la población general, y una mejor atención médica ha dado como resultado un aumento en la esperanza de vida. Los bebés que sobreviven suelen alcanzar los cincuenta, según la National Down Syndrome Society.

Sin embargo, según un artículo de George Neumayr, publicado en junio en el American Spectator, los investigadores estiman que más de un 80% de los bebés a los que actualmente se diagnostica en los escáneres prenatales síndrome de Down son abortados. De igual forma, un alto porcentaje de fetos con fibrosis cística son abortados.

De hecho, desde los años sesenta, el número de americanos con anencefalia y espina bífida ha descendido de forma acusada. Esta caída corresponde con el ascenso del escáner prenatal, explicaba Neumayr.

Y aquellos doctores que no adviertan a las madres sobre los riesgos que corren sus fetos pueden ser demandados. El artículo citaba la publicación Medical Malpractice Law & Strategy: «Las sentencias de los tribunales a lo largo del país muestran que el incremento de uso de las pruebas genéticas han expuesto, en gran medida, a demandas a los médicos por fallos a la hora de dar consejo a los pacientes sobre los desórdenes hereditarios».

El cliente siempre tiene razón…
Y no sólo los no nacidos están en peligro. En un artículo de opinión del 17 de abril en el Sunday Times de Londres, Brenda Power comentaba el caso de Tristan Dowse, un niño de 3 años adoptado por la pareja irlandesa formada por Joe y Lala Dowse mientras vivían en Indonesia.

Los padres adoptaron después de no ser capaces de concebir un hijo. Pero dos años después, Lala logró tener un hijo por sí misma. Cuando los padres decidieron dejar el país, también dejaron atrás a Tristan. Abandonaron a Tristan en un orfanato, cuya política era descrita por Power como «amigable con el consumidor». Aparentemente, según las leyes irlandesas, lo que los padres hicieron era legal.

No obstante, no todas las noticias son negativas. Siguen apareciendo historias de madres que sacrifican sus vidas para dar una oportunidad de vivir a sus hijos. Tal ha sido el caso de una mujer italiana, Rita Fontana, recogido en diario La Repubblica el 26 de enero pasado.

Madre de dos hijos, Rita estaba esperando el tercero cuando se le diagnosticó un melanoma. Rechazó el tratamiento que podría haber puesto en peligro la vida de su hijo no nacido. Apenas tres mes
es después de que naciera Federico, su madre murió.

Su marido, Enrico, explicaba que Rita había dicho que le era imposible poner en peligro la vida de su bebé no nacido, diciendo que sería como matar a uno de sus otros dos hijos para salvar su vida.

Y añadió que Rita había visto a su nuevo hijo como un regalo y como un milagro, no como una condena. Ciertamente no como un producto de consumo.

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ZENIT Staff

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