Belén: Religiosas del hospital pediátrico denuncian la destrucción que causa el muro israelí

BELÉN, martes, 20 enero 2004 (ZENIT.org).- Las franciscanas isabelinas de Padua, encargadas de atender el «Caritas Baby Hospital» de Belén, han denunciado desde esta ciudad la humillación, desesperación y destrucción que está llevando a la población palestina la construcción del muro de defensa israelí.

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Así se desprende de un comunicado de la hermana Gabriella Mian –difundido el lunes por el portal «VID» de las comunidades religiosas– en el que confirma que «desde el Hospital de Niños, situado en un punto estratégico de Belén, cerca de la tumba de Raquel, en el límite entre Israel y Palestina, percibimos diariamente el cambio que se va produciendo y la extraña atmósfera que está asumiendo la ciudad».

«Algunas familias están quedando encerradas por el muro, totalmente aisladas y privadas de la posibilidad de acceder a los normales servicios de los ciudadanos si no cuentan con el permiso de Israel», advierte.

«Delante de nuestro hospital –escribe la religiosa desde Belén–, entre las colinas partidas por las escavadoras, en tierras confiscadas a los ciudadanos de Belén, pasa la alambrada de púas electrificada y equipada con cámaras, sensores infrarrojos y alarmas a fin de impedir todo intento de acercarse al asentamiento judío Abu Ghneim, construido sobre tierra palestina».

Además «ya se está construyendo una autopista, que será reservada para Israel, sobre tierra palestina, sobre tierra de Belén», prosigue. Por ejemplo, «el pueblo de Samiha, vecina nuestra que enseña en la escuela de enfermería del Hospital de niños, corre el riesgo de desaparecer para dar lugar a la autopista», constata la religiosa.

Numerosos puestos de control impiden actualmente a la población moverse libremente de una aldea a otra, incluso dentro del propio territorio palestino. Ello está interrumpiendo las habituales relaciones sociales y familiares; los agricultores no pueden ir a sus campos para cosechar, y lo recolectado se pudre.

«Basta que se venga de la dirección de Belén para ser sospechosos de terrorismo», añade el escrito denunciando el trato humillante que se recibe en los puestos de control, aunque se trate de religiosas.

«A menudo nos vemos obligadas a esperar hasta una hora y media o más (bajo un sol abrasador en los meses calurosos), en fila como tantos otros, antes de atravesar el límite que nos permite ir a Jerusalén –describe–. Podemos acercarnos sólo cuando los soldados nos lo permiten con un gesto. Si se demuestra impaciencia, nos lo hacen pagar obligándonos a esperar aún más».

«A unos metros de nosotros vemos una fila de jóvenes contra el muro con los brazos en alto: son los que tratan de salir de Belén para buscar trabajo, para lo cual se necesita un permiso especial de Israel, que lo da sólo a poquísimos palestinos de más edad», concluye.

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ZENIT Staff

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