Benedicto XVI celebra los 150 años de “L'Osservatore Romano”

El diario vaticano, “un faro orientador”

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 30 de junio de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos el mensaje que el Papa Benedicto XVI ha enviado a Giovanni María Vian, director de L’Osservatore Romano con motivo del 150º aniversario de la fundación del diario.

* * *

Al ilustrísimo señor
Profesor Giovanni Maria Vian
Director de “L’Osservatore Romano”

Para un periódico diario, 150 años de vida son un periodo verdaderamente considerable, un largo e importante camino lleno de alegrías, dificultades, compromisos, satisfacciones, y de gracia. Por tanto, este importante aniversario de L’Osservatore Romano – cuyo primer número salió con fecha del 1 de julio de 1861- es, antes que nada, un motivo de agradecimiento a Dios pro universis beneficiis suis: por todo aquello, es decir, que su Providencia ha dispuesto en este siglo y medio, durante el cual el mundo ha cambiado profundamente, y por lo que dispone en la actualidad, cuando los cambios son continuos y cada vez más rápidos, sobre todo en el ámbito de la comunicación y de la información.

Al mismo tiempo, la actual alegre celebración ofrece también la ocasión para algunas reflexiones sobre la historia y el papel de este periódico, llamado habitualmente “el periódico del Papa”. Estamos invitados, por tanto, -como dijo Pío XI en 1936, hace exactamente 75 años,- a dar “una ojeada al camino recorrido y a dar otra al camino que queda por recorrer”, destacando sobre todo, la singularidad y la responsabilidad de un periódico que, desde hace un siglo y medio, da a conocer el Magisterio de los Papas, y que es uno de los instrumentos privilegiados al servicio de la Santa Sede y de la Iglesia.

L’Osservatore Romano tuvo su origen en un contexto difícil y decisivo para el Papado, con la conciencia y la voluntad de defender y apoyar las razones de la Sede Apostólica, que parecía estar en peligro por fuerzas hostiles. Fundado por iniciativa privada, con el apoyo del Gobierno Pontificio, este diario se definió como “político religioso”, proponiéndose como objetivo la defensa del principio de justicia, en la convicción, basada en la palabra de Cristo, de que el mal no tendrá la última palabra. Tal objetivo y tal convicción fueron expresados por dos célebres refranes latinos -el primero obtenido del derecho romano y el segundo de un texto evangélico- que, desde el primer número de 1862, se leen bajo su cabecera: Unicuique suum y sobre todo, Non praevalebunt (Mt 16,18).

En 1870, el fin del poder temporal -considerado como providencial a pesar de los abusos y actos injustos sufridos por el Papado- no abrumó a L’Osservatore Romano, ni hizo inútil su presencia ni su función. De hecho, quince años después, la Santa Sede decidió comprar la propiedad. El control directo del periódico por parte de la autoridad pontificia hizo aumentar con el tiempo su prestigio y autoridad, que creció más adelante, sobre todo en la línea de imparcialidad y de valentía mantenida frente a las tragedias y los horrores que marcaron la primera mitad del siglo XX, es decir, “fiel a un instituto internacional y supranacional”, como escribió el cardenal Gasparri en 1922.

Se sucedieron entonces eventos trágicos: el primer conflicto mundial, que devastó Europa cambiándole el rostro; la afirmación de los totalitarismos, con ideologías nefastas que negaron la verdad y oprimieron al hombre; finalmente los horrores de la Shoá y de la II Guerra Mundial. En aquellos años tremendos, y después durante el periodo de la guerra fría y de la persecución anticristiana realizada por los regímenes comunistas de muchos países, a pesar de la carencia de medios y de las fuerzas, el periódico de la Santa Sede supo informar con honestidad y libertad, apoyando la obra valiente de Benedicto XV, de Pío XI y de Pío XII, en defensa de la verdad y de la justicia, único fundamento de la paz.

Del segundo conflicto mundial, L’Osservatore Romano salió con la cabeza alta, como pronto reconocieron voces laicas autorizadas y como en 1961, en ocasión del centenario del periódico, escribió el cardenal Montini, que dos años después se convirtió en Papa con el nombre de Pablo VI: “Sucede como cuando en una sala se apagan todas las luces, y permanece encendida sólo una: todas las miradas se dirigen a la que ha quedado encendida; y por fortuna esta era la luz vaticana, la luz tranquila y luminosa, alimentada por la apostólica de Pedro. L’Osservatore aparecía entonces como lo que, en sustancia, ha sido siempre: un faro orientador”.

En la segunda mitad del siglo XX, el periódico comenzó a circular por todo el mundo a través de una corona de ediciones periódicas en distintas lenguas, impresas no sólo en el Vaticano: actualmente hay ocho, entre las que, desde 2008, también está la versión en malaya publicada en la India, la primera en caracteres no latinos. A partir del mismo año, en un tiempo difícil para los medios de comunicación tradicionales, la difusión se apoyó en la combinación con otros diarios en España, Italia, Portugal y ahora en una presencia en Internet cada vez más eficaz.

Periódico “singularísimo” por sus características únicas, L’Osservatore Romano, en este siglo y medio, ha dado cuenta, antes que nada, del servicio dedicado a la verdad y a la comunión católica por parte de la Sede del Sucesor de Pedro. El periódico ha informado puntualmente de las intervenciones pontificias, ha seguido los dos Concilios celebrados en el Vaticano y las muchas Asambleas sinodales, expresiones de la vitalidad y de la riqueza de los dones de la Iglesia, pero no ha olvidado nunca hacer presente también la obra y la situación de las comunidades católicas en el mundo, que a veces viven condiciones dramáticas.

En este tiempo -marcado a menudo por la falta de puntos de referencia y por la eliminación de Dios del horizonte de muchas sociedades, también de antigua tradición cristiana- el cotidiano de la Santa Sede se presenta como un “periódico de ideas”, como un órgano de formación y no sólo de información. Por esto, debe saber mantener fielmente la tarea desarrollada en este siglo y medio, con atención también al Oriente cristiano, al irreversible compromiso ecuménico de las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales, a la búsqueda constante de amistad y de colaboración con el Judaísmo y con las demás religiones, al debate y confrontación cultural, a las voces de las mujeres, a los temas bioéticos que plantean cuestiones decisivas para todos. Continuando la apertura a nuevas firmas -entre las que destacar a un número creciente de colaboradoras- y acentuando la dimensión y la característica internacional presente desde el origen del periódico, después de 150 años de una historia de la que puede estar orgulloso, L’Osservatore Romano sabe expresar la cordial amistad de la Santa Sede por la humanidad de nuestro tiempo, en defensa de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo.

Por todo esto, deseo dirigir mi pensamiento de reconocimiento a todos los que, desde 1861 hasta hoy, han trabajado en el periódico de la Santa Sede: a los directores, a los redactores y a todo el personal. A usted, señor director, y a todos los que cooperan actualmente en este entusiasta, comprometido y benemérito servicio a la verdad y a la justicia, como también a los benefactores y a quienes lo apoyan, aseguro mi constante cercanía espiritual y envío de corazón una especial Bendición Apostólica.

Del Vaticano, 24 de junio de 2011

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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