Benedicto XVI: Con Cristo es posible «un mundo diverso»

Comentario al Salmo 143, «Oración por la victoria y la paz»

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 25 enero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar la segunda parte del Salmo 143 (9-15), «Oración por la victoria y la paz».

Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo, salmodiar para ti al arpa de diez cuerdas, tú que das a los reyes la victoria, que salvas a David tu servidor. De espada de infortunio sálvame. Líbrame de la mano de extranjeros, cuya boca profiere falsedad y cuya diestra es diestra de mentira.

Sean nuestros hijos como plantas florecientes en su juventud, nuestras hijas como columnas angulares, esculpidas como las de un palacio; nuestros graneros llenos, rebosantes de frutos de toda especie, nuestras ovejas, a millares, a miríadas, por nuestras praderías; nuestras bestias bien cargadas; no haya brecha ni salida, ni grito en nuestras plazas.

¡Feliz el pueblo a quien así sucede feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Concluye hoy la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que hemos reflexionado sobre la necesidad de invocar constantemente del Señor el gran don de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. La oración, de hecho, contribuye decisivamente a hacer más sincero y fecundo el compromiso común ecuménico de las iglesias y comunidades eclesiales.

En este encuentro retomamos la meditación del Salmo 143, que la Liturgia de las Vísperas nos propone en dos ocasiones diferentes (Cf. versículos 1-8 y versículos 9-15). El tono sigue siendo el de un himno y, en este segundo movimiento del Salmo, entra en la escena la figura del «Ungido», es decir, del «Consagrado» por excelencia, Jesús, que atrae hacia sí a todos para que sean «una sola cosa» (Cf. Juan 17, 11.21). No es casualidad el que el escenario que dominará en el canto se caracterice por la prosperidad y la paz, símbolos típicos de la era mesiánica.

2. Por este motivo, el canto es definido «nuevo», término que en el lenguaje bíblico más que hacer referencia a la novedad exterior de las palabras indica la plenitud última que sella la esperanza (Cf. versículo 9). Se eleva, por tanto, un canto a la meta de la historia en la que finalmente quedará acallada la voz del mal, descrita por el salmista con la «falsedad» y la «mentira», expresiones que indican la idolatría (Cf. v. 11).

Pero a este aspecto negativo le sigue, con un espacio mucho mayor, la dimensión positiva, la del nuevo mundo gozoso que está a punto de afirmarse. Este es el verdadero «shalom», es decir, la «paz» mesiánica, un horizonte luminoso articulado en una serie de imágenes de vida social que pueden ser también para nosotros un auspicio para el nacimiento de una sociedad más justa.

3. Ante todo aparece la familia (Cf. versículo 12), que se basa en la vitalidad de la procreación. Los hijos, esperanza del futuro, son comparados a árboles vigorosos; las hijas son representadas como columnas sólidas que rigen el edificio de la casa, como las del templo. De la familia se pasa a la vida económica, al campo con sus frutos conservados en graneros, con las praderías de ganado que pace, con los animales de tiro que trabajan en campos fértiles (Cf. versículos 13-14a).

La mirada se dirige después a la ciudad, es decir, a toda la comunidad civil que finalmente goza del don precioso de la paz y de la tranquilidad. De hecho, se han terminado definitivamente las «brechas» que abren los invasores en los muros urbanos durante los asaltos; terminan las incursiones que traen saqueos y deportaciones y, por último, no se escucha el «grito» de los desesperados, de los heridos, de las víctimas, de los huérfanos, triste legado de las guerras (Cf. versículo 14b).

4. Este retrato de un mundo diverso, pero posible, es confiado a la obra del Mesías, así como a la de su pueblo. Todos juntos, bajo la guía del Mesías, Cristo, tenemos que trabajar por este proyecto de armonía y de paz, impidiendo la acción destructora del odio, de la violencia, de la guerra. Es necesario, sin embargo, ponerse del lado del Dios del amor y de la justicia.

Por este motivo el Salmo concluye con las palabras: «¡Feliz el pueblo a quien así sucede feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!». Dios es el bien de los bienes, la condición de todos los demás bienes. Sólo un pueblo que reconoce a Dios y que defiende los valores espirituales y morales puede salir realmente al encuentro de una paz profunda y convertirse asimismo en una fuerza de paz para el mundo, para los demás pueblos. Y, por tanto, puede entonar con el salmista el «canto nuevo», lleno de confianza y esperanza. Recuerda espontáneamente el Pacto nuevo, la novedad misma que es Cristo y su Evangelio.

Es lo que nos recuerda san Agustín. Al leer este Salmo, él interpreta también la frase: «salmodiaré para ti al arpa de diez cuerdas». El arpa de diez cuerdas es para él la ley, compendiada en los diez mandamientos. Pero de estas diez cuerdas, de estos diez mandamientos, tenemos que encontrar la clave adecuada. Sólo si se hacen vibrar estas diez cuerdas, estos diez mandamientos –dice san Agustín– con la caridad del corazón suenan bien. La caridad es la plenitud de la ley. Quien vive los mandamientos como dimensiones de la única caridad, canta realmente el «canto nuevo». La caridad que nos une a los sentimientos de Cristo es el verdadero «canto nuevo» del «hombre nuevo», capaz de crear también un «mundo nuevo». Este Salmo nos invita a cantar con «el arpa de diez cuerdas», con un nuevo corazón, a cantar con los sentimientos de Cristo, a vivir los diez mandamientos en la dimensión del amor, a contribuir así a la paz y a la armonía del mundo (Cf. «Comentarios a los Salmos» –«Esposizioni sui Salmi»–, 143,16: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 677).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre dirigió un saludo a los peregrinos en varios idiomas. En castellano, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
El texto del salmo que hoy comentamos, comienza ensalzando al Ungido por excelencia, Jesucristo, que inaugura la era mesiánica, como lo muestran los signos del auténtico bienestar y prosperidad, vislumbrándose ya un mundo vigoroso y lleno de vida, donde reina la paz y no hacen brecha quienes desean sembrar desorden y opresión.

Esta imagen de un mundo diverso, de una humanidad renovada y redimida, es obra de Dios, del Mesías, a cuyo lado se pone el pueblo elegido para destruir el odio y la violencia. Por eso se entona «un canto nuevo», lleno de esperanza en el nuevo pacto anunciado por los profetas y cumplido en Cristo. En él, como dice san Agustín, se alcanza la plenitud de la ley, que es la caridad.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Fundación Interfamilias, así como a las demás personas venidas de España y Latinoamérica. En el día que se clausura la Semana de oración por la unidad de los cristianos, invito a todos unirse con sus plegarias, para que se cumpla el deseo de Jesús: «que todos sean uno».

Muchas gracias por vuestra visita.

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ZENIT Staff

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