Benedicto XVI: Deberes hacia el medio ambiente y hacia la persona

Discurso al nuevo embajador de Dinamarca

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 18 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado ayer por el Papa al recibir, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, las cartas credenciales del nuevo embajador danés ante la Santa Sede, Hans Klingenberg.

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Excelencia,

Le doy con placer la bienvenida al Vaticano y acepto las cartas credenciales por la que se le nombra Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Reino de Dinamarca ante la Santa Sede. Doy las gracias por los amables saludos que traen de Su Majestad la Reina Margarita II, y le pido que transmita a Su Majestad, al Gobierno, y al pueblo de su país, mi agradecimiento por sus buenos deseos y la seguridad de mi oraciones por el bienestar espiritual de la nación.

Las relaciones diplomáticas de la Iglesia forma parte de su misión de servicio a la comunidad internacional. Este compromiso con la sociedad civil está conformada por su convicción de que en un mundo cada vez más globalizado, los esfuerzos para promover el desarrollo humano integral y un orden económico sostenible, deben tener en cuenta la relación fundamental entre Dios, la creación y sus criaturas. Dentro de esta perspectiva, las tendencias hacia la fragmentación social y hacia la ralentización de las iniciativas de desarrollo pueden ser superados por el reconocimiento de la dimensión moral unificadora constitutiva de todo ser humano, y las consecuencias morales que tienen todas las decisiones económicas (cf. Caritas in veritate, 37). De hecho, el escepticismo contemporáneo ante la retórica política, y un creciente malestar con la falta de puntos de referencia éticos que rigen los avances tecnológicos y los mercados comerciales, indican las imperfecciones y limitaciones que existen en los individuos y la sociedad, así como la necesidad de un redescubrimiento de los valores fundamentales y una profunda renovación cultural en armonía con el designio de Dios para el mundo (cf. ibid., 21).

Excelencia, la atención del mundo está actualmente puesta en Dinamarca, al albergar ésta la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Las deliberaciones políticas y diplomáticas en juego a la hora de abordar las exigencias de una cuestión tan compleja prueban la determinación de las partes de renunciar a las ventajas nacionalistas o a corto plazo en favor de los beneficios a más largo plazo para toda la familia humana internacional. Aunque algunos consensos, sin duda, pueden ser alcanzados a través de la elaboración de las aspiraciones compartidas armonizadas con políticas y objetivos, un cambio fundamental en cualquier forma del comportamiento humano – individual o colectivo – requiere la conversión del corazón. El valor y el sacrificio, frutos de un despertar ético, nos permiten entrever un mundo mejor y nos alientan a acometer con esperanza todo lo que sea necesario para garantizar a las generaciones futuras el legado del conjunto de la creación en unas condiciones tales que también ellos pueden llamarla “su casa”. Cuando el «tenor moral de la sociedad» (ibíd., 51) declina, sin embargo, los desafíos que enfrentan los líderes de hoy no puede sino aumentar.

Esta necesidad urgente de hacer hincapié en el deber moral de distinguir entre el bien y el mal en toda acción humana, con el fin de recuperar y fomentar el vínculo de comunión que une a la persona humana y la creación, fue un tema central de mi reciente discurso ante la FAO. En esa ocasión la comunidad internacional debatió sobre la acuciante cuestión de la seguridad alimentaria. Una vez más, afirmé, por importantes que sean, los planes de desarrollo, las inversiones y la legislación no son suficientes. Más bien, los individuos y las comunidades deben cambiar su comportamiento y su percepción de las necesidades. Para los propios Estados, esto comporta una redefinición de los conceptos y principios que han regido hasta ahora las relaciones internacionales, a fin de incluir el principio del altruismo, y la decisión de buscar nuevos parámetros – éticos, jurídicos y económicos – capaces de construir relaciones de mayor justicia y equilibrio entre los países en desarrollo y los países desarrollados (cf. Discurso a la FAO, e16 de noviembre de 2009).

Dentro de este marco puede surgir una comprensión holística de la salud de la sociedad, en la que nuestros deberes hacia el medio ambiente nunca se separen de nuestros deberes para con la persona humana, y en el que una crítica moral de las normas culturales que configuran la convivencia humana, con especial preocupación por los jóvenes , se considere fundamental para el bienestar de la sociedad. Demasiado a menudo los esfuerzos para promover una comprensión integral del medio ambiente han tenido que sentarse junto a una comprensión reduccionista de la persona. Normalmente, este último es la falta de respeto de la dimensión espiritual de los individuos y, a veces, la hostilidad hacia la familia, enfrentando a los cónyuges entre sí a través de una imagen distorsionada de la complementariedad de hombres y mujeres, y enfrentando a la madre y al niño por nacer, a través de una concepción errónea de la «salud reproductiva». La responsabilidad en las relaciones, incluyendo la responsabilidad del cuidado de los hijos (cf. Caritas in veritate, 44, Familiaris Consortio, 35), nunca puede ser realmente cultivado sin un profundo respeto por la unidad de la vida familiar según el designio de amor de nuestro Creador.

La asistencia de Dinamarca a las causas humanitarias es amplia y multifacética. El compromiso del Reino en el apoyo a las operaciones de paz y proyectos de desarrollo, junto con su creciente compromiso con el continente africano son fácilmente reconocidas por la Santa Sede por su generosidad y profesionalidad. Entre los principios que compartimos en materia de desarrollo está la convicción de que cualquier forma de corrupción es siempre una afrenta a la dignidad de la persona humana, y siempre será un grave obstáculo para el progreso justo y equitativo de los pueblos. El registro nacional de Dinamarca en este sentido es digno de elogio, y sus políticas de ayuda financiera extranjera con razón, insisten en la rendición de cuentas y la transparencia por parte de las naciones receptoras.

Señor Embajador, los miembros de la Iglesia Católica en su país seguirán orando y trabajando por el desarrollo espiritual, social y cultural de todo el pueblo danés. En comunión ecuménica con otros cristianos, están atentos a las necesidades de las comunidades de migrantes que se encuentran en su tierra, así como de otros grupos que son vulnerables en diversas formas. Además las escuelas de la Iglesia, a cuyos alumnos doy regularmente la bienvenida a mi audiencia general semanal, sirven a la nación en su intento de dar testimonio del amor y la verdad de Cristo.

Excelencia, durante su mandato como representante de Dinamarca ante la Santa Sede, los distintos departamentos de la Curia Romana harán todo lo posible para ayudarle en el desempeño de sus funciones. Le ofrezco mis mejores deseos por el éxito de sus esfuerzos para fortalecer las cordiales relaciones existentes entre nosotros. Invoco sobre usted, su familia y todos sus conciudadanos las abundantes bendiciones del Dios Todopoderoso.

[Traducción del inglés por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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