Benedicto XVI: Dios «no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor»

Intervención en el Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a decenas de miles de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

En este domingo que sigue a Pentecostés celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía hacia la verdad completa (Jn 14,26; 16,13), los creyentes pueden conocer, por así decirlo, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín. De esta manera, nadie puede ver a Dios, pero Él mismo se ha dado a conocer de forma que, con el apóstol Juan, podemos afirmar: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (Deus Caritas est, 1; 1 Jn 4,16). Quien encuentra a Cristo y entra con Él en una relación de amistad, acoge la misma Comunión trinitaria en la propia alma, según la promesa de Jesús a los discípulos: «Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

Todo el universo, para quien tiene fe, habla de Dios Uno y Trino. Desde los espacios interestelares hasta las partículas microscópicas, todo lo que existe remite a un Ser que se comunica en la multiplicidad y variedad de los elementos, como en una inmensa sinfonía. Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor». Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

Obra maestra de la Santísima Trinidad, entre todas las criaturas, es la Virgen María: en su corazón humilde y lleno de fe Dios se preparó una digna morada, para llevar a cumplimiento su misterio de salvación. El Amor divino halló en Ella correspondencia perfecta y en su seno el Hijo Unigénito se hizo hombre. Con confianza filial dirijámonos a María, para que, con su ayuda, podamos progresar en el amor y hacer de nuestra vida un canto de alabanza al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. El Santo Padre saludó a continuación a los peregrinos en seis idiomas. Estas fueron sus palabras en español:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los fieles de las parroquias: Nuestra Señora de Sonsoles, de Madrid; Nuestra Señora de la Soledad, de Torrejón de Ardoz; Santa Joaquina Vedruna, de Barcelona; a los alumnos del Colegio Sant Josep, de Reus, y a los miembros de la Obra de la Iglesia. Que el amor de Dios, manifestado en el misterio de la Santísima Trinidad, os impulse a dar en todo momento un testimonio coherente de caridad. ¡Feliz domingo!

[© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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