Benedicto XVI: «Dios tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor»

Intervenciones con motivo del Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 24 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras de Benedicto XVI pronunciadas con ocasión rezo del Ángelus, como cada domingo, ante miles de fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, en el Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

En este tercer domingo de Cuaresma la liturgia vuelve a proponer este año uno de los textos más bellos y profundos de la Biblia: el diálogo entre Jesús y la samaritana (Jn 4,5-42). San Agustín, el que estoy hablando ampliamente en las catequesis de los miércoles, estaba justamente fascinado por este relato, e hizo de él un comentario memorable. Es imposible condensar en una breve explicación la riqueza de este página evangélica: hay que leerla y meditarla personalmente, identificándose con aquella mujer que, un día como los demás, fue a sacar agua del pozo y encontró allí a Jesús, sentado al lado, «fatigado del viaje», en el calor de mediodía. «Dame de beber», le dijo, dejándola muy sorprendida: en efecto, era inusual que un judío dirigiera la palabra a una mujer samaritana, y además desconocida. Pero la sorpresa de la mujer estaba destinada a aumentar: Jesús habló de un «agua viva» capaz de extinguir la sed y convertirse en ella «en fuente de agua que brota para vida eterna»; demostró además que conocía su vida personal; reveló que había llegado la hora de adorar al único y verdadero Dios en espíritu y en verdad; y al final le confío –cosa rarísima– que era el Mesías.

Todo esto a partir de la experiencia real y sensible de la sed. El tema de la sed recorre todo el Evangelio de Juan: desde el encuentro con la samaritana, a la gran profecía durante la fiesta de las Tiendas (Jn 7,37-38), hasta la Cruz, cuando Jesús, antes de morir, dijo, para que se cumpliera la Escritura: «Tengo sed» (Jn 19,28). La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9). Sí; Dios tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor. Como un padre bueno y misericordioso desea para nosotros todo el bien posible, y este bien es Él mismo. La mujer de Samaría representa en cambio la insatisfacción existencial de quien no ha encontrado lo que busca: ha tenido «cinco maridos» y ahora convive con otro hombree; su ir y venir al pozo para sacar agua expresa una existencia repetitiva y resignada. Sin embargo para ella todo cambió aquel día, gracias a la conversación con el Señor Jesús, que le estremeció hasta el punto de hacer que abandonara el cántaro de agua y corriera para decir a la gente de la ciudad: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» (Jn 4,28-29).

Queridos hermanos y hermanas: abramos también nosotros el corazón a la escucha confiada de la palabra de Dios para encontrar, como la samaritana, a Jesús que nos revela su amor y nos dice: el Mesías, tu salvador, «soy yo, el que te está hablando» (Jn 4,26). Que nos obtenga este don María, primera y perfecta discípula del Verbo hecho carne.

[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los jóvenes de la diócesis de Vic, a los grupos de las Parroquias de San José Obrero, de Cáceres, y de la Inmaculada Concepción de Mahón, Menorca, junto con la Cofradía de San Pedro Apóstol, así como a los educadores y alumnos del Colegio diocesano Mater Dei de Segorbe-Castellón.

Invito a todos a dejar que Cristo entre en nuestro corazón, como hizo la Samaritana de que nos habla el Evangelio de hoy, y a la que Jesús iluminó la vida y mostró el agua que apaga la sed más profunda. Feliz domingo.

[Traducción del original italiano por Marta Lago.

© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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