Benedicto XVI: El secreto de una vida feliz

Meditación sobre el Salmo 111

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CIUDAD DEL VATICANO, 2 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles, día de los Fieles Difuntos, dedicada a comentar el Salmo 111, «Felicidad del justo».

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

1. Después de haber celebrado ayer la solemne fiesta de Todos los Santos del cielo, recordamos hoy a los fieles difuntos. La liturgia nos invita a rezar por nuestros seres queridos fallecidos, dirigiendo la mirada al misterio de la muerte, herencia común de todos los hombres.

Iluminados por la fe, contemplamos el enigma humano de la muerte con serenidad y esperanza. Según la Escritura, de hecho, no es un final, sino más bien un nuevo nacimiento, el paso obligado por el que pueden alcanzar la vida en plenitud quienes conforman su existencia terrena según las indicaciones de la Palabra de Dios.

El salmo 111, composición de carácter sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, que temen al Señor, reconocen su trascendencia y adhieren con confianza y amor a su voluntad, en espera de encontrarse con Él después de la muerte.

A estos fieles les está reservada una «bienaventuranza»: «Dichoso quien teme al Señor» (versículo 1). El salmista especifica después en qué consiste este temor: se manifiesta en la docilidad a los mandamientos de Dios. Declara dichoso a quien «ama de corazón sus mandatos», encontrando en ellos alegría y paz.

2. La docilidad a Dios es, por tanto, origen de esperanza y de armonía interior y exterior. La observancia de la ley moral es manantial de profunda paz de la conciencia. Es más, según la visión bíblica de la «retribución», sobre el justo se extiende el manto de la bendición divina, que da estabilidad y éxito a sus obras y a las de sus descendientes: «Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia» (versículos 2-3; Cf. versículo 9). A esta visión optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que experimenta el misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas aparentemente insensatas. Job representa a muchas personas justas que sufren profundamente en el mundo. Es necesario, por tanto, leer este salmo en el contexto global de la Sagrada Escritura, incluyendo la cruz y la resurrección del Señor. La Revelación abraza la realidad de la vida humana en todos sus aspectos.

Sigue siendo válida, sin embargo, la confianza que el salmista quiere transmitir y hacer experimentar a quien ha optado por el camino de una conducta moralmente irreprochable, contra toda alternativa de éxito ilusorio, alcanzado a través de la injusticia y la inmoralidad.

3. En el corazón de esta fidelidad a la Palabra divina está una opción fundamental, es decir, la caridad por los pobres y necesitados: «Dichoso el que se apiada y presta… Reparte limosna a los pobres» (versículos 5.9). El fiel es, por tanto, generoso; respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos necesitados, sin interés (Cf. Deuteronomio 15, 7-11) y sin caer en la infamia de la usura que aniquila la vida de los desdichados.

El justo, al acoger la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados, y les apoya con ayudas abundantes. «Reparte limosna a los pobres», se dice en el versículo 9, expresando una extrema generosidad completamente desinteresada.

4. El salmo 11, junto al retrato del hombre fiel y caritativo, «justo, clemente y compasivo», presenta al final, en un solo versículo (Cf. v. 10), el perfil del hombre malvado. Este individuo asiste al éxito del justo desazonándose a causa de la rabia y de la envidia. Es el tormento de quien tiene mala conciencia, a diferencia del hombre generoso, cuyo corazón es «firme» y «seguro» (versículos 7-8).

Dirijamos la mirada al rostro sereno del hombre fiel que «reparte limosna a los pobres» y encomendemos nuestra reflexión final a las palabras de Clemente de Alejandría, el Padre de la Iglesia del siglo III, que ha comentado una afirmación difícil de comprender del Señor. En la parábola sobre el administrador injusto, aparece la expresión según la cual, tenemos que hacer el bien con el «dinero injusto». De ahí surge la pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son en sí injustos o qué quiere decir entonces el Señor?

Clemente de Alejandría explica muy bien esta parábola en su homilía: «¿Qué rico podrá salvarse?», y afirma: con esta afirmación, Jesús «declara injusta por naturaleza toda posesión que uno posee por sí misma, como bien propio, y no la pone en común con los necesitados; pero declara también que de esta injusticia es posible hacer una obra justa y benéfica, ofreciendo alivio a alguno de esos pequeños que tienen una morada eterna ante el Padre (Cf. Mateo 10, 42; 18,10)» (31,6: «Colección de Textos Patrísticos» –«Collana di Testi Patristici»–, CXLVIII, Roma 1999, pp. 56-57).

Y dirigiéndose al lector, Clemente advierte: «Ten en cuenta, en primer lugar, que él no te ha ordenado hacerte de rogar o esperar a recibir una súplica, sino que tienes que buscar tú mismo a quienes son dignos de ser escuchados, en cuanto que son discípulos del Salvador» (31,7: ibídem, p. 57).

Después, citando otro texto bíblico, comenta: «Por tanto, es bello lo que dice el apóstol: «Dios ama al que da con alegría»» (2 Corintios 9, 7), al que disfruta dando y no siembra parcamente, para no cosechar del mismo modo, Dios ama al que comparte sin lamentarse, sin distinciones ni pesar, y esto es hacer el bien auténticamente » (31,8: ibídem).

En este día en que conmemoramos a los difuntos, como decía al inicio de nuestro encuentro, estamos llamados todos a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo vivir bien, de cómo encontrar la felicidad. Ante esto, el Salmo responde: dichoso el hombre que da; dicho el hombre que no utiliza su vida para sí mismo, sino que la entrega; dichoso el hombre que es misericordioso, bueno y justo; dichoso el hombre que vive en el amor de Dios y del prójimo. De este modo, vivimos bien y no tenemos que tener miedo de la muerte, pues vivimos en la felicidad que viene de Dios y que no tiene fin.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
Después de la fiesta de Todos los Santos, la liturgia nos invita a rezar hoy por nuestros queridos difuntos. Iluminados por la fe, meditamos con serenidad el misterio de la muerte, herencia común a todos los hombres y pasaje obligado a través del cual renacen a la vida plena los que orientan su existencia según las enseñanzas de la palabra de Dios.

Los justos, con su conducta moralmente intachable, rechazando toda injusticia e inmoralidad, temen al Señor, reconocen su trascendencia y se adhieren con confianza a su voluntad, en la esperanza de encontrarlo después de la muerte. Esto exige una opció
n fundamental: la caridad para con los pobres. El justo no posee los bienes para sí mismo, sino que los comparte con los necesitados, expresando así una extrema y desinteresada generosidad.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al Coro parroquial del Puerto de Santa María, a los Académicos de Extremadura, a las Hijas de María de Panamá y a los peregrinos de México. Recordad siempre que Dios ama a quien comparte con alegría sus bienes con los necesitados.

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ZENIT Staff

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