Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Paz

Ángelus de 1 de enero

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 1 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI con motivo de la oración mariana del Ángelus del 1 de enero, Jornada Mundial de la Paz.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos comenzado un nuevo año y deseo que sea para todos sereno y fecundo. Lo encomiendo a la protección celestial de la Virgen, a quien la liturgia invoca hoy con el título más importante, el de la Madre de Dios. Con su «sí» al ángel, el día de la Anunciación, la Virgen concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, al Verbo eterno, y en la noche de Navidad le dio a luz.

En Belén, en la plenitud de los tiempos, Jesús nació de María: el Hijo de Dios se hizo hombre por nuestra salvación y la Virgen se convirtió en auténtica Madre de Dios. Este don inmenso que recibió María no sólo fue reservado para ella, sino para todos nosotros. En su virginidad fecunda, de hecho, Dios entregó «a los hombres los bienes de la salvación eterna… pues por medio de ella hemos recibido al autor de la vida» (Cf. oración colecta de la liturgia). María, por tanto, después de haber dado una carne mortal al unigénito Hijo de Dios, se convirtió en madre de los creyentes y de toda la humanidad.

Precisamente, en el nombre de María, madre de Dios y de los hombres, desde hace 40 años se celebra el primer día del año la Jornada Mundial de la Paz. El tema que he escogido para esta ocasión es «Familia humana, comunidad de paz». El mismo amor que edifica y mantiene unida a la familia, célula vital de la sociedad, favorece esas relaciones de solidaridad y de colaboración entre los pueblos de la tierra, que son propias de los miembros de la única familia humana.

Lo recuerda el Concilio Vaticano II cuando afirma que «todos los pueblos constituyen una sola comunidad, tienen un solo origen… y tienen también un solo fin último, Dios» (Declaración Nostra aetate, 1).  Se da, por tanto, una íntima relación entre familia, sociedad y paz.

«Quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente –escribo en el Mensaje para esta Jornada de la Paz–, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal «agencia» de paz» (n. 5).

Y, además, «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas» (n. 6). Por tanto, es verdaderamente importante que cada quien se asuma su responsabilidad ante Dios y que reconozca en Él el manantial originario de la existencia propia y el de la de los demás.

De esta conciencia mana un compromiso para hacer de la humanidad una auténtica comunidad de paz, regida por una «ley común, que ayude a la libertad a ser realmente ella misma…, y que proteja al débil del abuso del más fuerte» (n. 11).

Que María, Madre del Príncipe de la Paz, apoye a la Iglesia en su servicio operante e incansable a la paz, y que ayude a la comunidad de los pueblos, que celebra en el año 2008 el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, a emprender un camino de auténtica solidaridad y de paz estable.

[Después del Ángelus]

Con motivo de la Jornada Mundial de la Paz son innumerables las iniciativas promovidas por las comunidades eclesiales en todos los  continentes. Transmito mi aprecio a todos los promotores de estas manifestaciones y a los que participan en ellas, alentándoles a ser siempre y por doquier testigos de paz y reconciliación. Saludo en particular a cuantos han dado vida a la manifestación llamada «Paz a todas las tierras», organizada por la Comunidad de San Egidio en Roma y en otras muchas ciudades del mundo.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo a los peregrinos de lengua española aquí presentes y a cuantos se unen al rezo del Ángelus a través de la radio y la televisión. Al comenzar este nuevo año os expreso mis mejores deseos de paz, que tiene en la familia un fundamento insustituible. Confiemos este anhelado don a la intercesión de María, Madre de Dios y Madre de todos.¡Feliz Año Nuevo!

Traducción del original italiano por Jesús Colina

© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana

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ZENIT Staff

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