Benedicto XVI: la familia, mejor garante de los derechos de los niños

Audiencia a los miembros del Consejo Pontificio

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CIUDAD DEL VATCANO, lunes 8 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado hoy por el Papa a los miembros y consultores del Consejo Pontificio para la Familia, que celebran estos días en Roma su XIX Asamblea Plenaria, en el XX aniversario de la aprobación del Convenio Internacional de Derechos del Niño, adoptada por la ONU el 20 de noviembre de 1989.

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Señores cardenales,

venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

queridos hermanos y hermanas

Al inicio de la XIX Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, estoy contento de acogeros con mi cordial bienvenida. Este momento institucional ve este año a vuestro Dicasterio particularmente renovado no sólo en el cardenal presidente y en el obispo Secretario, sino también en algunos cardenales y obispos del Comité de Presidencia, en algunos Oficiales y esposos miembros, como también en numerosos consultores. Mientras agradezco de corazón a cuantos han concluido su propio servicio al Consejo Pontificio y a aquellos que aún ahora prestan en él su precioso trabajo, invoco sobre todos copiosos dones del Señor. Mi agradecido pensamiento va, en particular, al difunto cardenal Alfonso López Trujillo, que durante 18 años guió vuestro dicasterio con dedicación apasionada a la causa de la familia y de la vida en el mundo de hoy. Deseo finalmente manifestar al cardenal Ennio Antonelli las expresiones de mi viva gratitud por las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros, y por haber querido ilustrar los temas de esta importante Asamblea.

La presente actividad del Dicasterio se coloca entre el VI Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Ciudad de México en 2009, y el VII, programado en Milán en 2012. Mientras renuevo mi reconocimiento al cardenal Norberto Rivera Carrera por el generoso empeño mostrado por su archidiócesis para la preparación y la realización del Encuentro de 2009, expreso desde ahora mi afectuosa gratitud a la Iglesia ambrosiana y a su Pastor, el cardenal Dionigi Tettamanzi, por la disponibilidad a hospedar el VII Encuentro Mundial de las Familias. Además de la preparación de estos eventos extraordinarios, el Consejo Pontificio está llevando adelante varias iniciativas para hacer crecer la conciencia del valor fundamental de la familia para la vida de la Iglesia y de la sociedad. Entre estas se encuentran el proyecto “La familia, sujeto de evangelización”, con el que se quiere predisponer una recogida,a nivel mundial, de experiencias válidas en los diversos ámbitos de la pastoral familiar, para que sirvan de inspiración y ánimo para nuevas iniciativas; y el proyecto “La familia, recurso para la sociedad”, con el que se pretende poner en evidencia ante la opinión pública los beneficios que la familia trae a la sociedad, a su cohesión y a su desarrollo.

Otra tarea importante del Dicasterio es la elaboración de un Vademécum para la preparación al Matrimonio. Mi amado Predecesor, el venerable Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Familiaris consortio afirmaba que esta preparación es “más que nunca necesaria en nuestros días” y “comporta tres momentos principales: uno remoto, uno próximo y uno inmediato» (n. 66). Refiriéndose a estas indicaciones, el Dicasterio se propone delinear convenientemente la fisionomía de las tres etapas del itinerario para la formación y la respuesta a la vocación conyugal. La preparación remota se refiere a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Ésta implica a la familia, a la parroquia y a la escuela, lugares en los cuales son educados a comprender la vida como vocación al amor, que se especifica, después, en las modalidades del matrimonio y de la virginidad por el Reino de los Cielos. En esta etapa, además, deberá surgir progresivamente el significado de la sexualidad como capacidad de relación y energía positiva que integrar en el amor auténtico. La preparación próxima se refiere a los novios, y debería configurarse como un itinerario de fe y de vida cristiana, que lleve a un conocimiento profundizado en el misterio de Cristo y de la Iglesia, de los significados de gracia y de responsabilidad del matrimonio (cfr ibid.). La duración y las modalidades de actuación serán necesariamente distintas según las situaciones, las posibilidades y las necesidades. Pero es augurable que se ofrezca un recorrido de catequesis y de experiencias vividas en la comunidad cristiana, que prevea las intervenciones del sacerdote y de varios expertos, como también la presencia de animadores. El acompañamiento de alguna pareja ejemplar de esposos cristianos, de diálogo de pareja y de grupo y un clima de amistad y de oración. Es oportuno, además, poner particular cuidado para que en esta ocasión los novios revivan su propia relación personal con el Señor Jesús, especialmente escuchando la Palabra de Dios, acercándose a los sacramentos y sobre todo participando en la Eucaristía. Sólo poniendo a Cristo en el centro de la existencia personal y de pareja es posible vivir el amor auténtico y darlo a los demás: “Quien permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» nos recuerda Jesús (Jn 15,5). La preparación inmediata tiene lugar en la proximidad del matrimonio. Además del examen a los novios, previsto por el Derecho Canónico, esta podría incluir una catequesis sobre el Rito del matrimonio y sobre su significado, el retiro espiritual y la preparación para que la celebración del matrimonio sea percibida por los fieles, y particularmente por quienes se preparan a ella, como un don para toda la Iglesia, un don que contribuye a su crecimiento espiritual. Es bueno, además, que los obispos promuevan el intercambio de las experiencias más significativas, ofrezcan estímulos para un serio compromiso pastoral en este importante sector, y muestren particular atención para que la vocación de los cónyuges se convierta en una riqueza para toda la comunidad cristiana y, especialmente en el contexto actual, un testimonio misionero y profético.

Vuestra Asamblea Plenaria lleva por tema «Los derechos de la Infancia», elegido con la referencia al XX aniversario de la Convención aprobada por la Asamblea General del la ONU, en 1989. La Iglesia, a lo largo de los siglos, a ejemplo de Cristo, ha promovido la tutela de la dignidad y de los derechos de los menores y, de muchas formas, ha cuidado de ellos. Por desgracia, en algunos casos, algunos de sus miembros, actuando en contraste con este compromiso, han violado estos derechos: un comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y de condenar. La ternura y la enseñanza de Jesús, que consideró a los niños un modelo a imitar para entrar en el Reino de Dios (cfr Mt 18,1-6; 19,13-14), han constituido siempre un fuerte llamamiento a nutrir hacia ellos profundo respeto y premura. Las duras palabras de Jesús contra quien escandaliza a uno de estos pequeños (cfr Mc 9,42) comprometen a todos a no bajar nunca el nivel de ese respeto y amor. Por ello también la Convención sobre los derechos de la infancia fue acogida con favor por la Santa Sede, en cuanto que contiene enunciados positivos sobre la adopción, los cuidados sanitarios, la educación, la tutela de los discapacitados y la protección de los pequeños contra la violencia, el abandono y la explotación sexual y laboral.

La Convención, en el preámbulo, indica a la familia como “el ambiente natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en especial de los niños”. Cierto, es precisamente la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, la ayuda más grande que se pueda ofrecer a los niños. Estos quieren ser amados por una madre y por un padre que se aman, y necesita habitar, crecer y vivir junto con ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la co
nstrucción de su personalidad y de su identidad. Es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles crecer en una familia unida y estable. Con este fin, es necesario exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y la sacramentalidad de su pacto conyugal y a reforzarlo con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos, su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores.

Venerados y queridos hermanos, ¡gracias por vuestra visita! Estoy espiritualmente cercano a vosotros y al trabajo que lleváis a cabo en favor de las familias, e imparto de corazón a cada uno de vosotros y a cuantos comparten este precioso servicio eclesial la Bendición Apostólica.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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