Benedicto XVI: “La fe propone perspectivas morales fiables a la razón”

Audiencia a los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 15 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido hoy a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a quienes recibió en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.

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Señores cardenales,

venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

queridos fieles colaboradores,

es para mí motivo de gran alegría encontraros con ocasión de la Sesión Plenaria y manifestaros los sentimientos de profundo reconocimiento y de cordial aprecio por el trabajo que lleváis a cabo al servicio del Sucesor de Pedro en su ministerio de confirmar a los hermanos en la fe (cfr Lc 22, 32).

Agradezco al señor cardenal William Joseph Levada por su discurso de saludo, en el cual ha llamado la atención sobre las temáticas que ocupan actualmente a la Congregación, además de las nuevas responsabilidades que el Motu Proprio «Ecclesiae Unitatem» le ha confiando, uniendo de modo estrecho al Dicasterio la Comisión Pontificia Ecclesia Dei.

Quisiera ahora detenerme brevemente sobre algunos aspectos que usted, señor cardenal, ha expuesto.

Ante todo, deseo subrayar cómo vuestra Congregación participa del ministerio de unidad, que está confiado, de modo especial, al Romano Pontífice, mediante su empeño por la fidelidad doctrinal. La unidad es, de hecho, primariamente unidad de fe, apoyada por el sagrado depósito, del que el Sucesor de Pedro es el primer custodio y defensor. Confirmar a los hermanos en la fe, manteniéndoles unidos en la confesión del Cristo crucificado y resucitado, constituye para quien se sienta en la Cátedra de Pedro el primer y fundamental deber que le ha sido conferido por Jesús. Es un servicio inderogable, del que depende la eficacia evangelizadora de la Iglesia hasta el final de los siglos.

El Obispo de Roma, de cuya potestas docendi participa vuestra Congregación, debe constantemente proclamar: «Dominus Iesus» – «Jesús es el Señor». La potestas docendi, de hecho, comporta la obediencia a la fe, para que la Verdad que es Cristo siga resplandeciendo en su grandeza y resonando para todos los hombres en su integridad y pureza, para que haya un solo rebaño, reunido en torno al único Pastor.

Alcanzar el testimonio común de la fe de todos los cristianos constituye, por tanto, la prioridad de la Iglesia de todos los tiempos, con el fin de conducir a todos los hombres al encuentro con Dios. En este espíritu confío en particular en el compromiso de este Dicasterio para que se superen los problemas doctrinales que aún permanecen, para alcanzar la plena comunión de la Iglesia, por parte de la Fraternidad San Pío X.

Deseo además alegrarme por el compromiso a favor de la plena integración de grupos de fieles y de individuos, ya pertenecientes al Anglicanismo, en la vida de la Iglesia católica, según cuanto está establecido en la Constitución Apostólica Anglicanorum coetibus. La fiel adhesión de estos grupos a la verdad recibida de Cristo y propuesta por el Magisterio de la Iglesia no es en modo alguno contraria al movimiento ecuménico, sino que muestra, en cambio, su fin último, que consiste en alcanzar la comunión plena y visible de los discípulos del Señor.

En el precioso servicio que hacéis al Vicario de Cristo, debo recordar también que la Congregación para la Doctrina de la Fe, en septiembre de 2008, publicó la Instrucción Dignitas personae sobre algunas cuestiones de bioética. Tras la Encíclica Evangelium vitae, del Siervo de Dios Juan Pablo II en marzo de 1995, este documento doctrinal, centrado en el tema de la dignidad de la persona, creada en Cristo y por Cristo, representa un nuevo punto firme en el anuncio del Evangelio, en plena comunión con la Instrucción Donum vitae, publicada por este Dicasterio en febrero de 1987.

En temas tan delicados y actuales, como los que se refieren a la procreación y a las nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión y del patrimonio genético humano, la Instrucción ha recordado que “el valor ético de la ciencia biomédica se mide con referencia tanto al respeto incondicional debido a todo ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida» (Instr. Dignitas personae, n. 10). De este modo el Magisterio de la Iglesia pretende ofrecer su propia contribución a la formación de la conciencia, no sólo de los creyentes, sino de cuantos buscan la verdad y pretenden escuchar argumentaciones que proceden de la fe, pero también de la propia razón. La Iglesia, al proponer valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, llama a la luz, tanto de la razón como de la fe(cfr Ibid., n. 3), en cuanto que su convicción es la de que “lo que es humano no sólo es acogido y respetado por la fe, son también purificado, enaltecido y perfeccionado por ella» (Ibid., n. 7).

En este contexto se da así una respuesta a la difundida mentalidad, según la cual la fe se presenta como obstáculo a la libertad y a la investigación científica, porque estaría constituida por un conjunto de prejuicios que viciarían la comprensión objetiva de la realidad. Frente a esta postura, que tiende a sustituir la verdad con el consenso, frágil y fácilmente manipulable, la fe cristiana ofrece en cambio una contribución verdadera también en el ámbito ético-filosófico, no proporcionando soluciones preconstituídas a problemas concretos, como la investigación y la experimentación biomédica, sino proponiendo perspectivas morales fiables dentro de las cuales la razón humana puede buscar y encontrar soluciones válidas.

Hay, de hecho, determinados contenidos de la revelación cristiana que arrojan luz sobre las problemáticas bioéticas: el valor de la vida humana, la dimensión relacional y social de la persona, la conexión entre el aspecto unitivo y procreativo de la sexualidad, la centralidad de la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. Estos contenidos, inscritos en el corazón del hombre, son comprensibles también racionalmente como elementos de la ley moral natural y pueden hallar acogida también por parte de aquellos que no se reconocen en la fe cristiana.

La ley moral natural no es exclusivamente o predominantemente confesional, aunque la Revelación cristiana y la realización del hombre en el misterio de Cristo la ilumine y desarrolle en plenitud su doctrina. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, ésta «indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral» (n. 1955). Fundada en la propia naturaleza humana y accesible a toda criatura racional, constituye así la base para entrar en diálogo con todos los hombres que buscan la verdad y, más en general, con la sociedad civil y secular. Esta ley, inscrita en el corazón de cada hombre, toca uno de los nudos esenciales de la misma reflexión sobre el derecho e interpela igualmente a la conciencia y a la responsabilidad de los legisladores.

Al animaros a proseguir con vuestro comprometido e importante servicio, deseo también expresaron en esta circunstancia mi cercanía espiritual, impartiendo de corazón a todos vosotros, en signo de afecto y gratitud, la Bendición Apostólica.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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