Benedicto XVI: la liturgia no es “algo añadido” a la vida cristiana, sino su “corazón”

El Papa responde a las preguntas de los párrocos de la diócesis de Roma

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ROMA, jueves 5 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI considera que la liturgia «no es algo extraño» en el quehacer de la parroquia, sino el «punto de unificación» e incluso el «corazón» del que viene la fuerza para actuar.

Fue la respuesta que ofreció al padre Marco Valentini, vicario en la parroquia de san Ambrosio, durante el encuentro que mantuvo con los párrocos de la diócesis de Roma, el pasado jueves 26 de febrero.

El Papa respondió que «todos debemos aprender mejor la liturgia, no como algo exótico sino como el corazón de nuestro ser cristianos».

La celebración litúrgica de los sacramentos, explicó, no debe ser «algo extraño junto a trabajos más contemporáneos como la educación moral, económica, etc. Puede suceder fácilmente que el sacramento quede un poco aislado en un contexto más pragmático y se convierta en una realidad no del todo integrada en la totalidad de nuestro ser humano», admitió.

Especialmente, el Papa puso el acento en la necesidad de que los fieles «redescubran» la Eucaristía en toda su plenitud.

«Debemos aprender a celebrar la Eucaristía, aprender a conocer a Jesucristo, el Dios con rostro humano, de cerca, entrar realmente en contacto con Él, aprender a escucharle y aprender a dejarle entrar en nosotros», explicó.

La comunión sacramental «es precisamente esta interpenetración entre dos personas. No tomo un trozo de pan, o de carne, sino que tomo o abro mi corazón para que el Resucitado entre en el contexto de mi ser, para que esté dentro de mí y no sólo fuera de mí, y así hable conmigo y transforme mi ser, me de el sentido de la justicia, el dinamismo de la justicia, en celo por el Evangelio».

Ante esto, añadió, «debemos colaborar todos en celebrar cada vez más profundamente la Eucaristía: no sólo como rito sino como proceso existencial que me toca en mi intimidad, más que cualquier otra cosa, y me cambia, me transforma. Y transformándome a mí, da comienzo a la transformación del mundo que el Señor desea y de la que quiere hacerme instrumento».

Más catequesis mistagógica

El Papa afirmó también la necesidad de que las parroquias ofrezcan mayor formación a los fieles en los misterios que se celebran en la liturgia, es decir, más catequesis mistagógica.

«Los misterios no son una cosa exótica en el cosmos de las realidades más prácticas. El misterio es el corazón del que viene nuestra fuerza y al que volvemos para encontrar este centro», aclaró.

Añadió que la catequesis mistagógica «es realmente importante», porque «se refiere a nuestra vida de hombres de hoy».

El Papa puso el acento en que la celebración de los misterios de la fe revelan el propio ser del hombre: «Realmente nosotros debemos enseñar a ser hombres. Debemos enseñar este gran arte: cómo ser un hombre. Esto exige, como hemos visto, muchas cosas: desde la gran denuncia del pecado original en las raíces de nuestra economía y de tantos aspectos de nuestra vida, hasta guías concretas sobre la justicia, hasta el anuncio a los no creyentes».

«Si es verdad que el hombre en sí no tiene su medida -qué es justo y qué no lo es- sino que encuentra su medida fuera de él, en Dios, es importante que este Dios no sea lejano sino reconocible, concreto, entre en nuestra vida y sea realmente un amigo con el que podemos hablar y que habla con nosotros», añadió.

En este sentido, afirmó que la catequesis sacramental «debe ser una catequesis existencial. Naturalmente, aun aceptando y aprendiendo cada vez más el aspecto mistérico -allí donde acaban las palabras y los razonamientos- ésta es totalmente realista, porque me lleva a Dios, y a Dios a mí».

«En otras palabras, la catequesis eucarística y sacramental debe realmente llegar a lo profundo de nuestra existencia, ser precisamente educación para abrirme a la voz de Dios, a dejarme abrir para que rompa este pecado original del egoísmo y sea apertura de mi existencia en profundidad, de manera que yo pueda llegar a ser un verdadero justo», concluyó.

Por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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