Benedicto XVI: La realeza divina de Jesucristo

Ayer durante el rezo del Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 23 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras del Papa Benedicto XVI ayer, durante el rezo del Ángelus, a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, y que ha publicado hoy la Santa Sede.

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Queridos hermanos y hermanas

En este último domingo del Año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de “rey” referido a Jesús es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede notar a propósito de esto una progresión: se parte de la expresión “rey de Israel” y se llega a la de rey universal, Señor de cosmos y de la historia, y por tanto mucho más allá de las esperanzas del propio pueblo hebreo. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está una vez más el misterio de su muerte y de su resurrección. Cuando Jesús fue llevado a la cruz, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “Es el rey de Israel; que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27,42). En realidad, precisamente en cuanto que es el Hijo de Dios Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la victoria de la voluntad de amor de Dios Padre sobre la desobediencia del pecado. Es precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación como Jesús se convierte en Rey universal, como declarará Él mismo apareciéndose a los apóstoles tras la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

¿Pero en qué consiste el “poder” de Jesucristo Rey? No es el de los reyes y el de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de liberar del mal, de derrotar al dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, traer paz en el conflicto más áspero, encender la esperanza en la oscuridad más espesa. Este Reino de la Gracia no se impone nunca, y respeta siempre nuestra libertad. Cristo vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37) – como declaró frente a Pilato –: quien acoge su testimonio, se pone bajo su “bandera”, según la imagen querida a san Ignacio de Loyola. A toda conciencia, por tanto, se hace necesaria – esto sí – una elección: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿A la verdad o a la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura esa paz y esa alegría que sólo Él puede dar. Lo demuestra, en cada época, la experiencia de tantos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a las adulaciones de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar con el martirio esta fidelidad suya.

Queridos hermanos y hermanas, cuando el Ángel Gabriel llevó el anuncio a María, Le preanunció que su hijo habría heredado el trono de David y reinado para siempre (cfr Lc 1,32-33). Y la Virgen creyó antes aún antes de entregarlo al mundo. Debió después, sin duda, preguntarse qué nuevo tipo de realeza era la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo Ella, y a dar testimonio de Él con toda nuestra existencia.

[Después del Ángelus]

Hoy en Nazaret tiene lugar la ceremonia de beatificación de Sor Marie-Alphonsine Danil Ghattas, nacida en Jerusalén en 1843 en una familia cristiana, que tenía 19 hijos. Descubrió bien pronto su vocación a la vida religiosa, por la que se apasionó a pesar de las dificultades iniciales planteadas por la familia. Ella tiene el mérito de fundar una Congregación formada sólo por mujeres del lugar, con el fin de la enseñanza religiosa, para vencer el analfabetismo y elevar las condiciones de la mujer de aquel tiempo en la tierra donde Jesús exaltó su dignidad. Punto central de la espiritualidad de esta nueva Beata es su intensa devoción a la Virgen María, modelo luminoso de vida enteramente consagrada a Dios: el Santo Rosario era su oración continua, su ancla de salvación, su fuente de gracia. La beatificación de esta tan significativa figura de mujer es de particular consuelo para la Comunidad católica en Tierra Santa y es una invitación a confiarse siempre, con firme esperanza, a la Divina Providencia y a la maternal protección de María.

Ayer, en la memoria de la Presentación de la Beata Virgen María en el Templo, se celebraba la jornada pro orantibus, en favor de las comunidades religiosas de clausura. Aprovecho de buen grado la ocasión para dirigir a estas mi cordial saludo, renovando a todos la invitación a sostenerlas en sus necesidades. Estoy contento también, en esta circunstancia, de agradecer públicamente a las monjas que se han alternado en el pequeño Monasterio en el Vaticano: Clarisas, Carmelitas, Benedictinas y desde hace poco, Visitandinas. Vuestra oración, queridas hermanas, es muy preciosa para mi ministerio.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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