Benedicto XVI: Los «predilectos de Dios», «los humildes»

Comentario al «Magnificat», el canto de la Virgen María

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el «Magnificat», cántico de la Virgen María (Lucas 1, 46-55).

Con su intervención, el Papa concluyó el ciclo de catequesis sobre los salmos y cánticos de la que había comenzado Juan Pablo II en abril de 2001 (Cf Audiencia de los miércoles).

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Queridos hermanos y hermanas:
1. Hemos llegado al final del largo itinerario comenzado precisamente hace cinco años por mi querido predecesor, el inolvidable Papa Juan Pablo II. El gran Papa quiso recorrer en sus catequesis toda la secuencia de los salmos y cánticos que constituyen el tejido de oración fundamental de la Liturgia de las Horas y de las Vísperas. Al llegar al final de esta peregrinación a través de los textos, como un viaje por el jardín florido de la alabanza, de la invocación, de la oración y de la contemplación, dejamos ahora espacio a ese cántico que sella toda celebración de las Vísperas, el «Magnificat» (Lucas 1, 46-55).

Es un canto que revela la espiritualidad de los «anawim» bíblicos, es decir, de aquellos fieles que se reconocían «pobres» no sólo por el desapego a toda idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la humildad profunda del corazón, desnudo de la tentación del orgullo, abierto a la gracia divina salvadora. Todo el «Magnificat», que acabamos de escuchar interpretado por el Coro de la Capilla Sixtina, se caracteriza por esta «humildad», en griego «tapeinosis», que indica una situación de concreta humildad y pobreza.

2. El primer movimiento del cántico mariano (Cf. Lucas 1, 46-50) es como una especie de solista que eleva su voz al cielo hasta llegar al Señor. Cabe destacar, de hecho, cómo resuena constantemente la utilización de la primera persona: «mi alma…, mi espíritu…, mi Salvador…, me felicitarán…, ha hecho obras grandes por mí…». El alma de la oración es, por tanto, la celebración de la gracia divina que ha entrado en el corazón y en la existencia de María, haciendo de ella la Madre del Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen hablando así de su Salvador, que ha hecho cosas grandes en su alma y en su cuerpo.

La íntima estructura de su canto de oración es la alabanza, la acción de gracias, la alegría agradecida. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, meramente individualista, pues la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que cumplir por la humanidad y de que su vida se enmarca en la historia de la salvación. De este modo, puede decir: «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (versículo 50). Con esta alabanza al Señor, la virgen da voz a todas las criaturas redimidas tras su «Fiat», que en la figura de Jesús, nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.

3. En este momento se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del «Magnificat» (Cf. versículos 51-55). Tiene un tono de coro, como si a la voz de María se le asociara la de toda la comunidad de los fieles, que celebran las sorprendentes decisiones de Dios. En el original griego del Evangelio de Lucas nos encontramos con siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que realiza el Señor de manera permanente en la historia: «hace proezas…, dispersa a los soberbios…, derriba del trono a los poderosos…, enaltece a los humildes…, a los hambrientos los colma de bienes…, a los ricos los despide…, auxilia a Israel».

En estas siete obras divinas queda patente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios», «los poderosos» y «los ricos». Sin embargo, al final, su fuerza secreta está destinada a manifestarse para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los «fieles» a su Palabra, «los humildes», «los hambrientos», «Israel, su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son «pobres», puros y sencillos de corazón. Es ese «pequeño rebaño» al que Jesús invita a no tener miedo, pues el Padre ha querido darle su reino (Cf. Lucas 12, 32). De este modo, este canto nos invita a asociarnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del Pueblo de Dios en la pureza y en la sencillez del corazón, en el amor de Dios.

4. Acojamos, pues, la invitación que en su comentario al «Magnificat» nos dirige san Ambrosio. El gran doctor de la Iglesia exhorta: «Que en cada quien el alma de María ensalce al Señor, que en cada quien el espíritu de María exulte al Señor; si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María ensalza al Señor y su espíritu exulta en Dios, pues, consagrada con el alma y con el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo procede, y a un solo Señor, en virtud de quien todas las cosas existen» («Comentario al Evangelio según san Lucas» –«Esposizione del Vangelo secondo Luca»–, 2,26-27: SAEMO, XI, Milano-Roma 1978, p. 169).

En este maravilloso comentario del «Magnificat» de san Ambrosio siempre me impresiona esta palabra sorprendente: «Si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios». De este modo, el santo doctor, interpretando las palabras de la misma Virgen, nos invita a ofrecer al Señor una morada en nuestra alma y nuestra vida. No sólo tenemos que llevarle en el corazón, sino que tenemos que llevarle al mundo, para que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a ensalzarlo con el espíritu y el alma de María y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. Estas fueron sus palabras en inglés: ]

Queridos hermanos y hermanas:
Con el canto del «Magníficat» hemos llegado al final de las catequesis iniciadas por mi amado Predecesor, el inolvidable Papa Juan Pablo II. Éste es un canto que revela la espiritualidad de los fieles que se reconocían pobres, en la humildad profunda del corazón. La primera parte está marcada por la alabanza, el agradecimiento y la alegría que reconoce y celebra la gracia divina que ha hecho irrupción en el corazón y en la vida de María, convirtiéndola en Madre del Señor.

En la segunda parte, a la voz de María se asocia toda la comunidad de los fieles que celebra las acciones que Dios ha realizado en la historia, manifestando así el modo cómo se comporta: Él está siempre de la parte de los últimos. A este respecto comenta San Ambrosio: «Esté en cada uno presente el alma de María para engrandecer al Señor, esté en cada uno el espíritu de María para exultar en Dios; si, según la carne, la madre
de Cristo es una sola, según la fe todas las almas engendran a Cristo; en efecto, cada una acoge en sí misma al Verbo de Dios».

Me es grato saludar ahora cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica, de modo especial a los seminaristas de la diócesis de Ávila, acompañados por su Obispo Monseñor Jesús García Burillo, así como a los diversos grupos parroquiales españoles; saludo también a los peregrinos de México. Junto con la Virgen María, demos gracias al Señor por todos los dones que ha concedido y sigue concediendo a cada uno de nosotros.

Muy agradecido por vuestra visita.

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ZENIT Staff

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