Benedicto XVI: María, madre y hermana en nuestra existencia

Palabras en el Ángelus del 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de María

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 16 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, desde el balcón del patio interior de la residencia pontificia de Castel Gandolfo al rezar la oración del Ángelus junto a varios miles de peregrinos.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Se trata de una fiesta antigua, que en última instancia se fundamenta en la Sagrada Escritura: ésta presenta a la Virgen María íntimamente unida a su Hijo divina y siempre solidaria con Él. Madre e Hijo están íntimamente asociados en la lucha contra el enemigo infernal hasta la plena victoria de Él.

Esta victoria se expresa, en particular, con la superación del pecado y de la muerte, es decir, con la superación de esos enemigos que san Pablo presenta siempre unidos (Cf. Romanos 5, 12. 15-21; 1 Corintios 15, 21-26). Por ello, así como la resurrección gloriosa de Cristo fue el signo definitivo de esta victoria, del mismo modo la glorificación de María, incluso con su cuerpo virginal, constituye la confirmación final de su plena solidaridad con el Hijo tanto en la lucha como en la victoria.

El Siervo de Dios Papa Pío XII se hizo intérprete de este profundo significado teológico al pronunciar, el 1 de noviembre de 1950, la solemne definición dogmática de este privilegio mariano.

Declaraba: «De tal modo, la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad “con un mismo decreto” de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos» (Constitución apostólica «Munificentissimus Deus», n. 40).

Queridos hermanos y hermanas:
Tras subir al cielo, María no se ha alejado de nosotros, sino que sigue aún más cerca y su luz se proyecta sobre nuestra vida y sobre la historia de toda la humanidad. Atraídos por el resplandor celestial de la Madre del Redentor, recurramos con confianza a quien desde lo alto nos mira y nos protege. Todos necesitamos su ayuda y su consuelo para afrontar las pruebas y los desafíos de cada día; necesitamos experimentarla como madre y hermana en las situaciones concretas de nuestra existencia. Y, para poder compartir un día también nosotros para siempre su mismo destino, imitémosla ahora en el seguimiento dócil de Cristo y en el servicio generoso a los hermanos. Es la única manera de experimentar anticipadamente, ya en nuestra peregrinación terrena, la alegría y la paz que vive en plenitud quien llega a la meta inmortal del Paraíso.

[Tras rezar el Ángelus, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en seis idiomas. En español, dijo:

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En esta fiesta de la Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma, pidamos a María que, siguiendo su ejemplo, sepamos encontrar siempre en el cumplimiento amoroso de la Voluntad de Dios la fuente de la alegría y de la paz verdaderas. ¡Que Dios os bendiga!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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