Benedicto XVI: Matteo Ricci amó a la Iglesia y al pueblo chino

Telegrama del Papa a un congreso sobre el misionero en Italia

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ROMA, lunes 8 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El padre Matteo Ricci nutrió siempre un profundo amor por la Iglesia y por el pueblo chino. Es lo que recuerda Benedicto XVI en un telegrama enviado al congreso internacional “Ciencia, razón, fe. El genio del padre Matteo Ricci”, celebrado en Macerata, Italia, con motivo de los 400 años de la muerte del misionero jesuita.

En el mensaje, firmado por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, leído durante las tres jornadas de estudio concluídas este sábado, el Papa expresa “vivo aprecio por la significativa manifestación, encaminada a dar a conocer la extraordinaria obra cultural y científica del padre Matteo Ricci, noble hijo de esta tierra, como también su profundo amor a la Iglesia y el celo por la evangelización del pueblo chino”.

En una carta enviada el mes pasado siempre a monseñor Claudio Giuliodori, obispo de Macerata, con motivo del inicio de las celebraciones del IV Centenario de Ricci, el Papa subrayó del jesuita la “innovadora y peculiar capacidad” de “buscar la posible armonía entre la noble y milenaria civilización china y la novedad cristiana”.

El Papa destacó la “estrategia pastoral” del jesuita, que permaneció en China 28 años, y la “profunda simpatía que nutría por los chinos, por su historia, por su cultura y tradición religiosas”, que “convirtió en original, y podríamos decir, profético su apostolado”.

Nacido en Macerata el 6 de octubre de 1552, el futuro “Apóstol de China” entró a los 18 años en la Compañía de Jesús en Roma, madurando muy pronto una auténtica vocación misionera.

En 1557, pidió ser destinado a las Misiones de Oriente y a tal fin partió para Portugal, etapa de preparación al apostolado oriental; embarcado en Lisboa con 14 hermanos de congregación, el 13 de septiembre de 1578 llegó a Goa, India, donde estaba sepultado san Francisco Javier.

Pasó algunos años en tierra india, enseñando materias humanísticas en las escuelas de la Compañía, antes de la ordenación sacerdotal recibida en Cochín, lugar en el que celebró la primera Misa el 26 de julio de 1580.

En tanto, se acercaba el momento del nuevo destino: el visitador de las Misiones de Oriente Aessandro Valignano pidió al padre Ricci que se trasladara a Macao para estudiar la lengua china y prepararse a entrar en China, entonces impenetrable a los extranjeros.

La tan esperada entrada tuvo lugar el 10 de septiembre de 1583. El padre Matteo y el compañero Michele Ruggiere llegaron a Zhaoqing, donde empezaron a construir la primera casa y la primera iglesia, terminada en 1585. La pequeña comunidad jesuita se trasladó luego a Shaozhou, Nanchang y Nankín, para entrar finalmente en Pekín el 14 de enero de 1601.

Bien acogido por el emperador Wanli de la dinastía Ming, el padre Ricci fue elevado al rango de mandarín, recibido en la corte del Celeste Imperio, acogido por altos funcionarios civiles y militares. “Hacerse chino con los chinos”: este fue el innovador método de evangelización del padre Ricci, que supo adaptarse a los usos y tradiciones locales para estar más cercano a quienes anunciaba el Evangelio.

La vía de la “inculturación” elegida por el jesuita, unida a la práctica incansable de la caridad, supo dar sus frutos, con las conversiones tanto de importantes dignatarios como de exponentes de categorías modestas, impactados por el gran respeto del misionero por el confucianismo y por el patrimonio cultural chino.

Gran admiración suscitaron también los conocimientos científicos de Ricci, que llevó a China la matemática y la geometría de Occidente, junto a las grandes aportaciones del Renacimiento en el campo de la geografía, la cartografía y la astronomía.

Además de enseñar en lengua china numerosas materias científicas y humanísticas, dejó un gran número de escritos, como el “Tratado sobre la amistad”, el “Mapamundi chino”, el tratado “Genuina noción del Señor del Cielo”, “Síntesis de la doctrina cristiana”, “Cristiandad en China”, “Comentarios” y “Cartas desde China”, contribuyendo de modo decisivo a la fundación de la moderna sinología y a la difusión del conocimiento de Occidente en China y en todo Oriente.

“Li Madou” –el nombre chino del padre Ricci- murió en Pekín el 11 de mayo de 1610. Derogando la tradición de no permitir la inhumación en China de los extranjeros, el emperador concedió un terreno para su sepultura, como máximo tributo a su ciencia y su amor por los chinos.

Traducido del italiano por Nieves San Martín
 

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ZENIT Staff

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