Benedicto XVI: "Nuestro mundo tiene sed de paz y de justicia"

Discurso a once nuevos embajadores ante la Santa Sede

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 18 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió este jueves Benedicto XVI a los nuevos embajadores ante la Santa Sede de once países.

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Excelencias:

Os recibo con alegría esta mañana con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipontenciarios de vuestros países respectivos ante la Santa Sede: Malawi, Suecia, Sierra Leona, Islandia, el Gran Ducado de Luxemburgo, República de Madagascar, Belice, Túnez; República de Kazajistán; el Reino de Bahrein y la República de Fiyi.

Os doy las gracias por las gentiles palabras que me habéis dirigido de parte de vuestros jefes de Estado. Os agradezco el que les transmitáis mi más cordial saludo y mis mejores deseos para ellos y para su elevada misión al servicio de sus países y pueblos. Deseo también saludar, por vuestra mediación, a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Mis oraciones y pensamientos se dirigen también particularmente a las comunidades católicas presentes en vuestros países, en los que tratan de vivir el Evangelio y de testimoniarlo con espíritu de colaboración fraterna.

La diversidad de vuestra procedencia me lleva a dar gracias a Dios por su amor creador y por la multiplicidad de sus dones, que no cesan de sorprender a la humanidad. Es una enseñanza. A veces la diversidad da miedo, por eso no hay que maravillarse si el ser humano prefiere la monotonía de la uniformidad. Algunos sistemas político-económicos, atribuyéndose o reivindicando orígenes paganos o religiosos, han afligido a la humanidad durante demasiado tiempo, intentando uniformarla con demagogia y violencia. Han reducido y reducen al ser humano a una esclavitud indigna al servicio de una única ideología o de una economía inhumana y pseudo-científica.

Todos sabemos que no hay un modelo político único, un ideal a realizar absolutamente, y que la filosofía política evoluciona en el tiempo y en su expresión, según se afina la inteligencia humana y con las lecciones que saca de su experiencia política y económica. Cada pueblo tiene un genio y también «sus demonios» propios. Cada pueblo avanza a través de un alumbramiento, a veces doloroso, hacia un porvenir que desea luminoso. Mi deseo es que cada pueblo cultive su genio, enriqueciéndolo lo mejor posible para el bien de todos, y que se purifique de sus «demonios», controlándolos hasta transformarlos en valores positivos y creadores de armonía, prosperidad y paz para defender la grandeza de la dignidad humana.

Reflexionando en la hermosa misión del embajador, me ha venido espontáneamente a la mente uno de los aspectos de su actividad: la búsqueda y la promoción de la paz, que acabo de evocar. Conviene citar aquí la Bienaventuranza pronunciada por Cristo en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5, 9). El embajador puede y debe ser constructor de la paz. El artífice de la paz, si actúa de ese modo, no es sólo una persona de temperamento tranquilo y conciliador que desea vivir en acuerdo con todos y evitar, si es posible, los conflictos, sino que se pone además totalmente al servicio de la paz y se compromete activamente en su construcción, en ocasiones, hasta el don de su vida. No faltan ejemplos históricos. La paz no sólo implica la situación política o militar sin conflicto; es más bien un conjunto de condiciones que permiten la concordia entre todos y el desarrollo personal de cada uno. Dios quiere la paz, la propone al hombre y se la ofrece como don. Esta intervención divina en la humanidad lleva el nombre de «alianza de paz» (Isaías 54, 10). Cuando Cristo llama al artífice de paz hijo de Dios quiere decir que éste participa y trabaja, de manera consciente o inconsciente, en la obra de Dios y prepara, a través de su misión, las condiciones necesarias para la acogida de la paz que procede de lo alto. Vuestra misión, excelencias, es elevada y noble. Requiere todas vuestras energías que tendréis que desplegar para alcanzar este ideal elevado que honrará a vuestras personas, vuestros gobernantes y vuestros países respectivos.

Sabéis tan bien como yo que la paz auténtica sólo es posible cuando reina la justicia. Nuestro mundo tiene sed de paz y de justicia. La Santa Sede ha publicado, en vísperas de la Conferencia de Doha que ha concluido hace unos días, una Nota sobre la actual crisis financiera y sobre sus repercusiones sobre la sociedad y los individuos. Ofrece puntos de reflexión destinados a promover el diálogo sobre varios aspectos éticos que deberían regir las relaciones entre la financia y el desarrollo, y alentar a los gobiernos y agentes económicos a buscar soluciones duraderas y solidarias para el bien de todos, y más en particular, para quienes están más expuestos a las dramáticas consecuencias de la crisis.

La justicia no tiene sólo una dimensión social o incluso ética. No se refiere solamente a lo que es equitativo o conforme al derecho. La etimología hebrea de la palabra hace referencia a lo que está ajustado. La justicia de Dios se manifiesta por la justeza. Pone todas las cosas en su sitio, todo en orden, para que el mundo se ajuste al plan de Dios y a su orden (Cf. Isaías 11, 3 -5).

La noble tarea del embajador consiste, por tanto, en desplegar su arte para que todo sea «ajustado» para que la nación a la que sirve viva no sólo en paz con los demás países, sino también según la justicia, que se expresa por la equidad y la solidaridad en las relaciones internacionales, y para que sus compatriotas, gozando de la paz social, puedan vivir libre y serenamente sus creencias y alcanzar así la «justeza» de Dios.

Acabáis de comenzar, señoras y señores embajadores, vuestra misión ante la Santa Sede. Os presento de nuevo mis deseos más cordiales por el éxito de la función tan delicada que estáis llamados a desempeñar. Imploro al Todopoderoso que os apoye y os acompañe, a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas, para contribuir a la venida de un mundo más pacífico y más justo. ¡Que Dios os llene de la abundancia de sus bendiciones!

[Traducción del original francés por Jesús Colina

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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