Benedicto XVI, «respuesta de Dios» al secularismo

Según el arzobispo Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum»

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ROMA, jueves, 21 julio 2005 (ZENIT.org).- El arzobispo Paul Joseph Cordes, alemán y amigo de Joseph Ratzinger desde hace muchos años, está convencido de que Benedicto XVI constituye una «respuesta de Dios» a la expansión del secularismo.

En esta entrevista concedida a Zenit, el presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum», encargado de la coordinación de las instituciones de asistencia de la Iglesia católica, a quien el Papa encomienda la gestión de sus obras de caridad, expresa algunos de los rasgos fundamentales de Joseph Ratzinger.

Monseñor Cordes fue también amigo personal de Karol Wojtyla, cuando era arzobispo de Cracovia y ambos promovían gestos de reconciliación y amistad entre los obispos de Polonia y Alemania.

–Según algunos observadores, Juan Pablo II fue para el comunismo lo que Benedicto XVI será para el relativismo moral y religioso. Según usted, ¿hasta qué punto es válida esta afirmación?

–Monseñor Cordes: En sus nombramientos, Dios tiene en cuenta indudablemente la vivencia biográfica y las capacidades específicas de sus mensajeros. El difunto Papa, en su juventud y como obispo de Cracovia, había vivido la experiencia dolorosa del comunismo. Y por este motivo combatió enérgicamente contra las fuerzas ateas del régimen. En 1997, fui testigo de cómo dio espacio a su terrible cólera al consagrar la iglesia de «Nowa Huta», que entonces representaba el símbolo de esa lucha.

Como obispo de Roma no dejó de luchar ante «reyes y presidentes» en nombre de la libertad y de la dignidad de las personas. Por desgracia, no fue escuchado su ardiente deseo de visitar Rusia y China.

El Papa Benedicto XVI, como profesor de Teología, siempre ha transmitido de manera clara y comprensible la verdad de la fe y de la tradición. Formó en la Universidad a futuros sacerdotes y catequistas. Trató de encontrar y difundir en el mundo intelectual los argumentos para una comprensión de la Revelación. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ayudó a Juan Pablo II en su trabajo de formular las directivas teológicas para el pueblo de Dios, basta pensar en la redacción del «Catecismo de la Iglesia Católica». Es evidente, por tanto, que siendo Papa tampoco se resignará ante el relativismo moral y religioso.

–Un periodista ha dicho que Juan Pablo II llenó las plazas, mientras que Benedicto XVI llenará las iglesias. Por el entusiasmo suscitado en estos primeros meses, parece que Benedicto XVI llenará plazas e iglesias. ¿Cuáles su opinión?

–Monseñor Cordes: Estoy totalmente de acuerdo con usted. La afluencia de peregrinos que llegan a Roma es suficiente para calificar de precipitado el juicio de ese periodista. Sin duda, Juan Pablo II ayudó y sigue ayudando desde el Cielo a que el interés por la persona y por el ministerio del Papa Joseph Ratzinger tenga un eco tan sorprendente. Pero no es posible no tener en cuenta lo que sucedió en la procesión del Corpus Christi de este año, o lo que ha sucedido en los Ángelus del domingo y en las audiencias generales de los miércoles [con una afluencia superior incluso a la que tenía lugar en tiempos de Juan Pablo II, ndr.].

–Otro elemento significativo es la novedad, después de casi mil años, de un Papa alemán. Es todavía más significativo el que tenga lugar después de la caída del Muro de Berlín. San Benito salvó la civilización de la ruina del Imperio Romano; a Benedicto XVI le toca reavivar en Europa y en Occidente la tradición judeocristiana ante la decadencia moral y religiosa. Alemania es una nación decisiva para el futuro de Europa y un Papa alemán parece en este sentido algo providencial. ¿Qué piensa usted?

–Monseñor Cordes: El secularismo del así llamado primer mundo preocupó profundamente a Juan Pablo II. Si bien provenía de una tierra firmemente arraigada en la tradición cristiana, que a través del desafío político había logrado movilizar ulteriormente sus energías religiosas, sin embargo veía con claridad los signos de la decadencia. Por este motivo, con motivo del viaje a Austria, en 1983, a pesar de que se lo desaconsejaron los diplomáticos eclesiales, quiso visitar Kahlenberg, a las afueras de Viena, para conmemorar el tercer centenario de la «afortunada victoria», que había protegido a Europa de la penetración de los turcos y de su religión.

Al encontrarse en esa ocasión con los obispos austríacos, pronunció palabras perspicaces sobre la enfermedad de Europa: «La experiencia de la aparente ausencia de Dios pesa no sólo sobre los ausentes o los más alejados, sino que es general. La corriente espiritual de la conciencia actual tiene una influencia profunda también sobre los miembros activos de la Iglesia… Por este motivo, el Buen Pastor se ve obligado a dejar espacio en el mundo y en la Iglesia sobre todo a la luz que procede de la fe, en la operante presencia de Dios» (12 de septiembre de 1983).

El nuevo Papa es ciertamente la respuesta de Dios ante este peligro del secularismo. No sólo hace referencia a ello el nombre que ha elegido. El Papa Benedicto ha expresado claramente su pesar por la falta de referencia a Dios en el «Preámbulo» del Tratado constitucional europeo.

Ahora bien, por varios motivos, creo que no hay que dar demasiada importancia a la contribución de Alemania en el correcto arraigamiento del cristianismo en Europa. Yo cuento más bien con una revitalización de la fe en nuestro continente gracias a los nuevos movimientos espirituales que han surgido en Italia, España y Francia, y que se encuentran en el origen de la Jornada Mundial de la Juventud. También el Papa Benedicto considera necesario que con motivo de Pentecostés de 2006 se reúnan de nuevo, aquí, en Roma, para tener un gran encuentro.

–Muchos observadores han descrito al cardenal Joseph Ratzinger como un severo guardián de la ortodoxia. Usted, que ha tenido la posibilidad de conocer al pontífice, ¿podría describirnos a quien se ha definido como «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor»?

–Monseñor Cordes: Las pocas semanas de su pontificado han sido suficientes sin duda para eliminar este prejuicio. Quien conocía al cardenal Ratzinger, nunca compartió este parecer. Quien no le conocía, ahora ha tenido que cambiar de opinión. La razón por la que se le desacreditaba de este modo se debe al hecho de que siempre tuvo que recordar verdades desagradables sobre la fe y la tradición. Pero, quienes transmiten estos mensajes, ¿cómo desfogan su resentimiento? Mientras tanto, disminuyen el mensaje o a duras penas reconocen en él algo de positivo. El mundo de la información siempre se ha caracterizado por las agresiones de algunos periodistas. Pero después se sorprenden ante los innumerables peregrinos que vinieron a ver a Juan Pablo II o que inesperadamente quieren ver y escuchar a Benedicto XVI.

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ZENIT Staff

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